lunes, 13 de diciembre de 2010

Regreso de la conferencia

Por Pierre-Joseph Proudhon

Gustave Courbet, el artista de las violentas paradojas, acaba de realizar una obra cuyo escándalo habría borrado todos aquellos de los que se ha hecho culpable desde hace quince años, si el gobierno no se hubiese preocupado de poner orden en el asunto excluyendo pura y simplemente de la exposición (1863) esta pintura temeraria. Por disposición superior, el Regreso de la conferencia no ha figurado en el Palacio de la Industria ni entre los admitidos, ni entre los excluidos. Con este motivo, los adversarios del autor no han perdido la ocasión de manifestar que esta pequeña persecución era precisamente lo que él buscaba. «Courbet, dicen, utiliza su último truco. Después de haber irritado al público con sus rebuscadas fealdades, ha recurrido ahora a la inconveniencia de los temas. A fuerza de cinismo, no podía dejar de encontrar atractivo un golpe de Estado: único medio que le quedaba para que se siguiese hablando de él. Ahora, que los extranjeros entre los que va a difundir su obra maestra le testimonian en florines, guineas y dólares su indiscreta curiosidad, es todo lo que pide. Que sepan únicamente que este pretendido maestro pintor, fundador equivoco de una escuela sin discípulos que jamás ha sabido formular su principio, ese injuriador del arte, está juzgado; ya no tiene nada que enseñar a los papanatas; ya no le quedan más sorpresas ni más charlatanismo…». Y el público —que no entiende nada de estas querellas de artistas—, mediocre aficionado a la pintura, pero muy engolosinado con el escándalo, abre los ojos de par en par.

Imagínense, en un ancho camino, al pie de un roble bendito, frente a una santa imagen, bajo la mirada sardónica del moderno campesino, una escena de borrachos todos ellos pertenecientes a la clase más respetable de la sociedad, al sacerdocio: el sacrilegio uniéndose a la embriaguez, la blasfemia cayendo en el sacrilegio; los siete pecados capitales, la hipocresía a la cabeza, desfilando con hábito eclesiástico; un vaho libidinoso circulando a través de los grupos; finalmente, mediante un último y vigoroso contraste, toda esta pequeña orgía de la vida clerical se desarrolla en medio de un paisaje a la vez encantador y grandioso, como si el hombre, en su más elevada dignidad, sólo existiese para manchar con su indeleble corrupción a la inocente naturaleza: he aquí, en pocas líneas, lo que se ha atrevido a representar Courbet. ¡Y si solamente se hubiese contentado, para desahogar su inspiración, con algunos pies cuadrados de lienzo! Pero no; ha construido un inmenso artilugio, una vasta composición, como si se hubiese tratado de Cristo en el Calvario, de Alejandro Magno entrando en Babilonia, o del Juramento del Juego de la Pelota.

De esta forma, cuando este chiste pictórico apareció ante el jurado, se produjo un clamor justiciero; la autoridad decidió su exclusión. Pero Courbet recrimina: más que nunca, acusa a sus colegas, en masa, de desconocer el pensamiento íntimo y la elevada misión del arte, de depravarlo, de prostituirlo con su idealismo; y es preciso confesar que la decadencia señalada hoy por todos los aficionados y críticos da al proscrito al menos una apariencia de razón. ¿Quién está equivocado, el pretendido realista Courbet, o sus detractores, campeones del ideal? ¿Quién juzgará este proceso, en el que el propio arte, con todo lo que constituye y con todo lo que de él depende, está puesto sobre el tapete?

Sobre el principio del arte y su destino social (1865).

1 comentario:

  1. Interesante entrada, no conocía esta obra de Coubert. La verdad es que el realismo si bien no es mi movimiento artístico favorito si es cierto que en su época fue protagonista de numerosas polémicas, en una época en la que un escándalo se podía pagar caro.

    Un saludo.

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