sábado, 30 de abril de 2011

Jornadas Anarcosindicalistas Internacionales de lucha contra las fronteras...


...y en solidaridad con los trabajadores inmigrantes

http://www.iwa-ait.org/?q=node/106

El XXIV Congreso de la AIT decidió (a propuesta de la AIT Portugal) que las Secciones de la AIT se movilicen para llevar a cabo durante las dos semanas anteriores al Primero de Mayo de 2011, una campaña anarcosindicalista internacional contra las fronteras internacionales y en solidaridad con los trabajadores inmigrantes.

Citamos de la decisión: Los problemas de fronteras y la xenofobia son armas del Estado, el Capital y que políticos de muy diversas tendencias usan para dividir a los trabajadores, soterrando la razón real tras el empeoramiento de su situación. Es el deber de una organización internacional de trabajadores revolucionarios internacionalistas, como la AIT, promover la solidaridad de todos los trabajadores, «nacionales» o no.

Particularmente en «el fuerte Europa», donde se encuentran la mayoría de las secciones de la AIT, los problemas de xenofobia, racismo, cierre de fronteras a trabajadores extranjeros —mientras estas están abiertas al Capital—, deportaciones, la creación de una clase de trabajadores ilegal y de trabajadores de segunda clase, y el encarcelamiento de inmigrantes y refugiados en centros de detención están al orden del día.

Y con la actual crisis capitalista que estamos viviendo es de esperar que los inmigrantes continúen siendo tratados como chivos expiatorios de los problemas creados por el capitalismo.

Por esto es por lo que debemos continuar poniendo de manifiesto quienes son los verdaderos enemigos de los trabajadores, esos que nos explotan a todos, seamos inmigrantes o no.

Proponemos que, en estos días de lucha, las secciones de la AIT organicen reuniones, debates, acciones de protesta frente a servicios de extranjería y de fronteras, y centros de detención, y otras iniciativas, convirtiendo esta lucha en un asunto importante durante las manifestaciones del 1° de Mayo.

AIT

sábado, 23 de abril de 2011

23 de Abril: Nada que celebrar

Ya que estamos en el día de la fiesta autonómica de Castilla y León, nacionalismos aparte, y, como viene sucediendo desde hace años, el sindicato CNT monta una carpa en la campa de Villalar, debido al carácter reivindicativo que tiene la fecha desde la muerte del dictador, el general Franco. Aunque podrían buscar otra fecha más acertada y relacionada con el movimiento obrero y el anarquismo como el Primero de Mayo, que ésta con una fuerte connotación nacionalista. Pero, ¿quién soy yo para decir a la gente de esta organización anarcosindicalista lo que tiene o no tiene que hacer? Cada cual que haga lo que considere necesario hacer o le dé la gana. No les digo nada más, aunque siga considerando un grave error su asistencia al evento. Hace unos años (¿2002 o 2003? ¡No lo recuerdo!) los compañeros del grupo libertario Amor y Rabia de Valladolid sacaron un manifiesto que atacaba a esta fecha. Y aquí os lo reproduzco:

23 DE ABRIL: NADA QUE CELEBRAR

Llega la fiebre del 23 de Abril, famoso día de la batalla de Villalar, «día de Castilla», o de la «Comunidad Autónoma de Castilla y León». Ya están pegados los carteles que suplican nuestra asistencia a la gran fiesta del politiqueo que se celebra en Villalar.

Nos parece importante analizar un detalle que para algun@s puede parecer obvio: ¿Qué se celebra?. Esta pregunta puede tener muchas respuestas. Por un lado están el gobierno de la «Autonomía» (que en el fondo no deja de ser un Estado) que como es lógico, celebra el día de la autonomía de Castilla y León. De cerca le siguen las fuerzas políticas y sindicales «representativas». Todos ellos aprovechan la ocasión para hacer propaganda, poner un chiringuito, y de paso darse un gran baño de multitudes. Y luego vienen los nacionalistas, que por supuesto, celebran el día de «la Patria Castellana».

Como el eje fundamental de la fiesta es para estos últimos la reivindicación del nacionalismo, creemos conveniente hacer una síntesis de los que es el nacionalismo es en esencia. Lo primero a concretar es que el nacionalismo no es en sí una ideología, carece de base ideológica, por lo que acaba apoyándose en una ideología ya sea de derechas o de izquierdas siendo ambos casos igualmente frecuentes.

El nacionalismo se materializa dentro de unas fronteras, y se organiza en un Estado, lo que lleva a que las naciones no garantizan la libertad de los individuos que las componen. Los Estados, ya sean democrático-parlamentarios, socialistas, etc., imposibilitan la fraternidad y el apoyo mutuo entre las personas, la abolición de las clases y la igualdad social. En suma, el nacionalismo es capaz de conseguir que un trabajador se sienta más afín a un empresario de su región que a otro trabajador de cualquier lugar del mundo.

El nacionalismo se basa en esplendores pasados o en diferencias raciales o étnicas ficticias, pero lo que es más importante, en ningún caso puede dar respuesta a las necesidades de las personas que somos individualidades a respetar y por encima de todo, soberanas.

Es hasta redundante y pesado decir que el nacionalismo junto con la religión conforman la peste que más cruelmente se ha cebado con la humanidad, provocando incesantes guerras desde el pasado más remoto. ¿Por qué los nacionalistas usan la cultura tradicional para reafirmar sus creencias? Quizá pretendan tocar la fibra sensible de la población rural, más cercana a esta cultura, o de las personas que aún disfrutan de una música que está en trance de desaparecer, pero que por supuesto no puede afirmarse que sea mejor que cualquier otra... y todo esto para conseguir votos.

Para ellos todo lo castellano es bueno en sí mismo, y se olvidan de los toros asesinados cruelmente en las fiestas populares, el integrismo católico, pero sobre todo, del individualismo de las gentes castellanas, que hunde sus raíces en la pequeña propiedad de la tierra y que ha producido un profundo adormilamiento en la sociedad que es alimentada a diario por la religión.

Quizá los castellanistas al sublimar o idealizar tanto lo castellano, se olvidan de que el presidente del gobierno es castellano, el policía de su barrio es castellano... y sobre todo, de que la «Castilla de las Comunidades» y sus comuneros fue simplemente la rebelión de una burguesía incipiente contra la autoridad de un monarca que no garantizaba su independencia política y económica. Para colmo, los héroes de la rebelión eran burgueses [o de la pequeña nobleza urbana] y militares como Padilla, Bravo y Maldonado, o pertenecían a una Iglesia que temía la llegada de los protestantes del norte, como el obispo de Zamora. En fin, lo único que hicieron fue manipular y engañar al pueblo con la idea de una sociedad más justa que nunca habría llegado a plasmarse.

Después de todo esto, sólo nos queda decir que nacionalismo y patriotismo, nada tienen que ver con el amor de una persona hacia el lugar donde vive y todo cuanto le rodea, por eso expresamos nuestro profundo respeto hacia l@s que se sienten vallisoletanos, castellanos, vascos, albaceteños, andaluces, etc.

EL NACIONALISMO ES UNA PESTE PARA LA HUMANIDAD.
NI NACIONALIDADES NI RAZAS: LO QUE NOS SEPARA ES LA CLASE SOCIAL.


viernes, 22 de abril de 2011

El origen del mundo

Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, una mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.

Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegue al exilio. Me lo contó: el era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.

Pero papá —le dijo Josep, llorando—. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el mundo?

Tonto —dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto—. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.

EDUARDO GALEANO, El libro de los abrazos (1989)

La anarquía y la Iglesia

Por Élisée Reclus

La conducta del anarquista hacia el hombre de iglesia se halla trazada de antemano en tanto que curas, frailes y toda clase de detentadores de un supuesto poder divino se hallen constituidos en liga de dominación, ha de combatirlos sin descanso, con toda la energía de su voluntad y con todos los recursos de su inteligencia y de su fuerza. Esa lucha no ha de impedir que se guarde el respeto personal y la simpatía humana a cada individuo, cristiano, budista, fetichista, etcétera, en cuanto cese su poder de ataque y dominio. Comencemos por libertarnos y trabajemos después por la libertad del adversario.

Lo que ha de temerse de la Iglesia y de todas las Iglesias nos lo enseña claramente la historia, y sobre este punto no hay excusa: Toda equivocación o interpretación desnaturalizada es inaceptable; es más, es imposible. Somos odiados, execrados, malditos; se nos condena a los suplicios del infierno, lo que para nosotros carece de sentido, y lo que es positivamente peor, se nos señala a la venganza de las leyes temporales, a la venganza especial de los carceleros y de los verdugos y aún a la originalidad de los atormentadores que el Santo Oficio, vivo aún, sostiene en los calabozos. El lenguaje oficial de los Papas, fulminado en sus recientes bulas, dirige expresamente la campaña contra los «innovadores insensatos y diabólicos, los orgullosos discípulos de una supuesta ciencia, las gentes delirantes que proclaman la libertad de conciencia, los despreciadores de todas las cosas sagradas, los odiosos corruptores de la juventud, los obreros del crimen y de la iniquidad». Anatemas y maldiciones dirigidas preferentemente a los revolucionarios que se denominan libertarios o anarquistas.

Perfectamente; es lógico que los que se dicen y se consideran consagrados al dominio absoluto del género humano, imaginándose poseedores de las llaves del cielo y del infierno, concentren toda la fuerza de su odio contra los réprobos que niegan sus derechos al poder y condenan todas las manifestaciones de ese poder. «¡Exterminad! ¡Exterminad!» tal es la divisa de la Iglesia, como en los tiempos de Santo Domingo y de Inocencio III.

A la intransigencia católica oponemos igual intransigencia, pero como hombres, y como hombres inspirados en la ciencia, no como taumaturgos y verdugos. Rechazamos por completo la doctrina católica, lo mismo que la de todas las religiones afines; combatimos sus instituciones y sus obras, trabajamos para desvanecer los efectos de todos sus actos. Pero esto sin odio a sus personas, porque no ignoramos que todos los hombres se determinan por el medio en que sus madres y la sociedad los han colocado; sabemos que otra educación y circunstancias menos favorables hubieran podido embrutecernos también, y lo que sobre todo nos proponemos es desarrollar para ellos, si aún es tiempo, y para las generaciones venideras, otras condiciones nuevas que curen a los hombres de la «locura de la cruz» y demás alucinaciones religiosas.

Lejos de nosotros la idea de vengarnos cuando llegue el día en que seamos los más fuertes: los cadalsos y las hogueras serían insuficientes para vengar el número infinito de víctimas que las Iglesias, y la cristiana muy especialmente, han sacrificado en nombre de sus dioses respectivos durante la serie de siglos de su ominosa dominación. Además, la venganza no se cuenta entre nuestros principios, porque el odio llama al odio y nosotros nos sentimos animados del más vivo deseo de entrar en una nueva era de paz social. El firme propósito que nos guía no consiste en emplear «las tripas del último sacerdote para ahorcar al último rey», sino en hacer de modo que no nazcan reyes ni curas en la purificada atmósfera de nuestra nueva sociedad.

Lógicamente, nuestra obra revolucionaria contra la Iglesia comienza por ser destructora antes de que pueda ser constructiva, a pesar de que las dos fases de la acción sean independientes entre sí, aunque bajo diversos aspectos, según los diferentes medios. Sabemos, además, que la fuerza es inaplicable para destruir las creencias sinceras, las cándidas e ingenuas ilusiones, y por lo mismo no tratamos de penetrar en las conciencias para arrancar de ellas las perturbaciones y los sueños fantásticos, pero podemos trabajar con todas nuestras energías para separar del funcionamiento social todo lo que no concuerde con las verdades científicas reconocidas; podemos combatir incesantemente el error de todos los que pretenden haber encontrado fuera de la humanidad y del mundo un punto de apoyo divino que permite a ciertas castas de parásitos erigirse en intermediarios místicos entre el creador ficticio y sus supuestas criaturas.

Puesto que el temor y el espanto fueron en todo tiempo los móviles que subyugaron a los hombres, como reyes, sacerdotes, magos y pedagogos lo han reconocido y repetido bajo diferentes formas, combatamos sin cesar ese vano terror de los dioses y sus intérpretes por el estudio y la serena y clara exposición de las cosas. Persigamos todas las mentiras que los beneficiarios de la antigua necedad teológica han esparcido en la enseñanza, en los libros y en las artes, y no descuidemos la oposición al vil pago de los impuestos directos e indirectos que el clero nos extrae; impidamos la construcción de templos chicos y grandes, de cruces, de estatuas votivas y otras fealdades que deshonran y envilecen poblaciones y campiñas; agotemos el manantial de esos millones que de todas partes afluyen al gran mendigo de Roma y hacia los innumerables submendigos de sus congregaciones y, finalmente, mediante la propaganda diaria, arrebatemos a los curas los niños que se les da a bautizar, los adolescentes de ambos sexos que se confirman en la fe por la ingestión de una hostia, los adultos que se someten a la ceremonia matrimonial, los desgraciados a quienes inician en el vicio por la confesión, los moribundos a quienes aterrorizan en el último momento de la vida. Descristianicémonos y descristianicemos al pueblo.

Pero, se nos objeta, las escuelas en Francia, hasta las que se denominan laicas, cristianizan la infancia, es decir, toda la generación futura, ¿cómo cerraremos esas escuelas, puesto que nos encontramos ante padres de familia que reivindican la «libertad» de la educación escogida por ellos? ¡He aquí que a nosotros, que hablamos siempre de «libertad» y que no comprendemos al individuo digno de ese nombre sino en la plenitud de su fiera independencia, se nos opone también la «libertad»! Si la palabra respondiese a una idea justa, deberíamos bajar la cabeza respetuosamente para ser consecuentes y fieles a nuestros principios; pero esa libertad del padre de familia es el rapto, la sencilla apropiación del hijo, que es dueño de sí mismo, y que se entrega a la Iglesia y al Estado para que le deformen a su antojo. Esa libertad es semejante a la del burgués industrial que dispone, mediante el jornal, de cientos de «brazos» y los emplea como le conviene en trabajos pesados y embrutecedores; una libertad como la del general que hace maniobrar a su antojo las «unidades tácticas» de «bayonetas» o de «sables».

El padre, heredero convencido del pater familias romano, dispone por igual de hijos o hijas para matarlos moralmente o, lo que es peor, para envilecerlos. De estos dos individuos, el padre y el hijo, virtualmente iguales a nuestros ojos, el más débil tiene derecho preferente a nuestro apoyo y defensa, y nuestra decidida solidaridad contra todos los que le dañan, aunque entre ellos se cuenten el padre y hasta la madre que le llevó en su seno.

Si, como sucede en Francia, por una ley especial impuesta por la opinión pública, el Estado niega al padre de familia el derecho a condenar a su hijo a la perpetua ignorancia, los que estamos de corazón con la generación nueva, sin leyes, por la liga de nuestras voluntades, haremos todo lo posible para protegerle contra la mala educación.

Que el niño sea regañado, pegado y atormentado de varias maneras por sus padres; que sea tratado con mimo y envenenado con golosinas y mentiras; que sea catequizado por hermanucos de la doctrina cristiana, o que aprenda en casa de jesuitas una historia pérfida y una falsa moral, compuesta de bajeza y crueldad, el crimen es lo mismo y nos proponemos combatirlo con la misma energía y constancia, solidarios siempre del ser sistemáticamente perjudicado.

No hay duda de que en tanto que subsiste la familia bajo su forma monárquica, modelo de los Estados que nos gobiernan, el ejercicio de nuestra firme voluntad de intervención hacia el niño contra los padres y los curas será de cumplimiento difícil, pero por eso mismo deben dirigirse en ese sentido nuestros esfuerzos, porque no hay término medio: se ha de ser defensor de la justicia o cómplice de la iniquidad.

En este punto se plantea también, como en todos los demás aspectos de la cuestión social, el gran problema que se discute entre Tolstoi y otros anarquistas acerca de la resistencia o no resistencia al mal. Por nuestra parte opinamos que el ofendido que no se resiste entrega de antemano a los humildes y los pobres a los opresores y a los ricos. Resistamos sin odio, sin rencor ni ánimo vengativo, con la suave serenidad del filósofo que reproduce exactamente la profundidad de su pensamiento y su decidida voluntad en cada uno de sus actos. Téngase presente que la escuela actual, tanto si la dirige el sacerdote religioso como el sacerdote laico, va franca y decididamente contra los hombres libres, como si fuera una espada o mejor como millones de espadas, porque se trata de preparar contra todos los innovadores a los hijos de la nueva generación.

Comprendemos la escuela, como la sociedad, «sin dios ni amo» y por consiguiente consideramos como funestos todos esos antros donde se enseña la obediencia a dios y sobre todo a sus supuestos representantes, los amos de todas las clases, curas, reyes, funcionarios, símbolos y leyes. Reprobamos tanto las escuelas en que se enseñan los pretendidos deberes cívicos, es decir, el cumplimiento de las órdenes de los erigidos en mandarines y el odio a los habitantes del otro lado de las fronteras, como aquellas otras en que se repite a los niños que han de ser como «báculos en manos de sacerdotes». Sabemos que ambas clases de escuelas son funestas e igualmente malas, y cuando tengamos la fuerza cerraremos unas y otras.

«¡Vana amenaza!» se dirá con ironía. «No sois los más fuertes y aun dominamos los reyes, los militares, los magistrados y los verdugos». Así parece, mas todo ese aparato de represión no nos espanta, porque también la verdad es una fuerza poderosa que descubre los horrores que se ocultan en las tinieblas de la maldad; lo prueba la historia, que se desarrolla en nuestro favor, porque, si es cierto que «la ciencia ha quebrado» para nuestros adversarios, no por eso ha dejado de ser un solo instante nuestra guía y nuestro apoyo.

La diferencia esencial entre los sostenedores de la Iglesia y sus enemigos, entre los envilecidos y los hombres libres, consiste en que los primeros, privados de iniciativa propia, no existen sino por la masa, carecen de todo valor individual, se debilitan poco a poco y mueren, mientras que la renovación de la vida se hace en nosotros por la acción espontánea de las fuerzas anárquicas. Nuestra naciente sociedad de hombres libres, que trata penosamente de desprenderse de la crisálida burguesa, no podría tener esperanza de triunfo, ni aun hubiese vencido, si hubiera de luchar con hombres de voluntad y energía propias; pero la masa de los devotos y de las devotas, ajada por la sumisión y la obediencia, queda condenada a la indecisión, al desorden volitivo, a una especie de ataxia intelectual. Cualquiera que sea, desde el punto de vista de su oficio, de su arte o de su profesión, el valor del católico creyente y practicante; cualesquiera que sean también sus cualidades de hombre, no es, respecto del pensamiento, más que una materia amorfa y sin consistencia, puesto que ha abdicado completamente su juicio, y por la fe ciega se ha colocado voluntariamente fuera de la humanidad que razona.

Forzoso es reconocer que el ejército de los católicos tiene en su favor el poder de la rutina, el funcionamiento de todas las supervivencias y continúa obrando en función de la fuerza de la inercia. Millones de individuos doblan espontáneamente las rodillas ante el sacerdote resplandeciente de oro y seda; impulsada por una serie de movimientos reflejos, se amontona la multitud en las naves del templo en los días de la fiesta patronal; se celebra la Navidad y la Pascua, porque las generaciones anteriores han celebrado periódicamente esas fiestas; los ídolos llamados la virgen y el niño quedan grabados en las imaginaciones; el escéptico venera sin saber por qué el pedazo de cobre, de marfil o de otra materia tallada en forma de crucifijo; se inclina al hablar de la «moral del Evangelio» y, cuando muestra las estrellas a su hijo, no se olvida de glorificar al divino relojero. Sí, todas esas criaturas de la costumbre, portavoces de la rutina, constituyen un ejército temible por su masa: esa es la materia humana que forma las mayorías y cuyos gritos sin pensamiento resuenan y llenan el espacio como si representaran una opinión. Mas ¡qué importa! Al fin esa misma masa acaba por no obedecer los impulsos atávicos: se la ve volverse indiferente a la palabrería religiosa que ya no comprende; no ve en el cura un representante de Dios para perdonar los pecados, ni un agente del demonio para embrujar hombres y bestias, sino un vividor que desempeña una farsa para vivir sin trabajar: lo mismo el campesino que el obrero no temen ya a su párroco, y ambos tienen alguna idea de la ciencia, sin conocerla aún y, esperando, se forman una especie de paganismo, entregándose vagamente a las fuerzas de la naturaleza.

No hay duda de que una revolución silenciosa que descristianiza lentamente a las masas populares es un acontecimiento capital, pero no ha de olvidarse que los adversarios más terribles, puesto que carecen de sinceridad, no son los infelices rutinarios del pueblo, tampoco los creyentes, pobres suicidas del entendimiento que se ven prosternados en los templos, cubiertos bajo el espeso velo de la fe religiosa que les oculta del mundo real. Los hipócritas ambiciosos que les guían y los indiferentes que sin ser católicos se han unido oficialmente a la Iglesia, los que hacen dinero de la fe, esos son mucho más peligrosos que los cristianos. Por un fenómeno contradictorio en apariencia, el ejército clerical se hace cada vez más numeroso a medida que la creencia se desvanece, debido a que las fuerzas enemigas se agrupan por ambas partes: la Iglesia reúne detrás de sí a todos sus cómplices naturales de los cuales ha hecho esclavos adiestrados para el mando, reyes, militares, funcionarios de todas clases, volterianos arrepentidos y hasta padres de familia que quieren criar hijos modositos, graciosos, cultos, elegantes, pero guardándose con extrema prudencia de cuanto pudiera asemejarse a su pensamiento. «¡Qué decís!», exclamará, sin duda, algún político de esos a quienes apasiona la lucha actual entre las congregaciones y el bloque republicano, especie de fusión del Parlamento francés, «¿no sabéis que el Estado y la Iglesia han roto definitivamente sus relaciones, que los crucifijos y corazones de Jesús y María se quitarán de las escuelas para ser reemplazados por hermosos retratos del presidente de la República? ¿Ignoráis que los niños serán en lo sucesivo preservados cuidadosamente de las supersticiones antiguas, y que los maestros laicos les darán una educación fundada en la ciencia, libre de toda mentira y se mostrarán siempre respetuosos de la libertad humana?» ¡Ah! Harto sabemos que surgen diferencias en las alturas entre los detentadores del poder; no ignoramos que entre las gentes del clero los seculares y los regulares están en desacuerdo sobre la distribución de las prebendas; tenemos por cierto que la antigua querella de las investiduras se continúa de siglo en siglo entre el Papa y los Estados laicos; pero eso no impide que las dos categorías de dominadores, religiosos y políticos, estén en el fondo de acuerdo, aun en sus excomuniones recíprocas, y que comprendan de la misma manera su misión divina respecto del pueblo gobernado; unos y otros quieren someter a los pueblos por los mismos medios, dando a la infancia idéntica enseñanza, la de la obediencia.

Ayer aún, bajo la alta protección de lo que se llama «la República», eran los dueños indiscutibles y absolutos. Todos los elementos de la reacción se hallaban unidos bajo el mismo lábaro simbólico, el «signo de la cruz», pero hubiera sido cándido dejarse engañar por la divisa de esa bandera; no se trataba de fe religiosa, sino de dominación: la creencia íntima era sólo un pretexto para la inmensa mayoría de los que quieren conservar el monopolio de los poderes y de las riquezas; para ellos el objeto único consistía en impedir a todo trance la realización del ideal moderno, a saber: el pan, el trabajo y el descanso para todos. Nuestros enemigos, aunque odiándose y despreciándose recíprocamente, necesitaban, no obstante, agruparse en un solo partido. Hallándose aislados, las causas respectivas de las clases dirigentes resultaban demasiado pobres de argumentos, excesivamente ilógicas para intentar defenderse con éxito por sí solas, y por lo mismo les era indispensable coaligarse en nombre de una causa superior, y echaron mano de su Dios, al que denominan «principio de todas las cosas», «gran ordenador del universo». Y por eso, considerando demasiado expuestos los cuerpos de tropas en una batalla, abandonan las fortificaciones exteriores recientemente construidas, y se reúnen en el centro de la posición, en la ciudadela antigua, acomodada por los ingenieros a la guerra moderna.

Pero excesivamente ambiciosos, los curas y los frailes han incurrido en imprudencia notoria: jefes de la conspiración, en posesión de la consigna divina, han exigido una parte harto ventajosa del botín. La Iglesia, insaciable siempre en la rapiña, exigió un derecho de entrada a todos sus nuevos aliados, republicanos y otros, consistente en subvenciones para todas sus misiones extranjeras, en la guerra de China y en el saqueo de los palacios imperiales. De este modo se han acrecentado prodigiosamente las riquezas del clero: sólo en Francia han aumentado mucho más del doble en los veinte últimos años del siglo pasado: se cuenta por miles de millones el valor de las tierras y de las casas que pertenecen declaradamente a los curas y a los frailes; por no hablar de los miles de millones que poseen bajo los nombres de señores aristócratas y viejas rentistas. Los jacobinos ven con buenos ojos que esas propiedades se acumulen en las mismas manos, esperando que un día de un solo golpe se apodere de ellos el Estado; pero ese remedio cambiará la enfermedad sin curarla. Esas propiedades, producto del dolo y del robo, han de volver a la comunidad de donde fueron extraídas; forman parte del gran haber terrestre perteneciente al conjunto de la humanidad.

Por exceso de ambición, las gentes de iglesia han cometido la torpeza, inevitable por otra parte, de no evolucionar con el siglo, y llevando además a cuestas su bagaje de antiguallas, se han retrasado en el camino. Chapurrean el latín, lo que les ha hecho olvidar el francés que se habla en París; deletrean la trilogía de Santo Tomás, pero esa trasnochada fraseología no les sirve gran cosa para discutir con los discípulos de Berthelot. No hay duda de que algunos de ellos, especialmente los clérigos americanos, en lucha con una joven sociedad democrática, sustraída al prestigio de Roma, han tratado de rejuvenecer sus argumentos renovando un poco su antiguo esplendor; pero esa nueva táctica de controversia ha sido desaprobada por la autoridad suprema, y el misoneísmo, el odio a todo lo nuevo ha triunfado: el clero queda rezagado, con toda la horrible banda de magistrados, inquisidores y verdugos, colocándose detrás de los reyes, los príncipes más ricos, no sabiendo respecto de los humildes más que pedir la caridad y no un amplio y hermoso sitio al buen sol que nos ilumina al presente. Ha habido hijos perdidos del catolicismo que han suplicado al Papa que se declare socialista y que se coloque atrevidamente al frente de los niveladores y de los hambrientos, pero en vano, los millones de su «dinero de San Pedro» y su Vaticano son lo que le priva.

¡Hermoso día fue para nosotros, pensadores libres y revolucionarios, aquel en que el Papa se encerró definitivamente en el dogma de la infalibilidad! ¡He ahí al hombre atrapado en una trampa de acero! Ahí está, atado a los viejos dogmas, sin poder desdecirse, renovarse o vivir, obligado a atenerse al Syllabus, a maldecir la sociedad moderna con todos sus descubrimientos y progresos. Ya no es más que un prisionero voluntario encadenado a la orilla que dejamos atrás, y que nos persigue con sus vanas imprecaciones, mientras nosotros surcamos libremente las olas, despreciando a uno de sus lacayos que, por orden de su amo, proclama «la quiebra de la ciencia». ¡Qué alegría para nosotros! Que la Iglesia no quiera aprender ni saber, que permanezca para siempre ignorante, absurda y atada a ese lecho miserable en que yace, que ya San Pablo llamaba su locura: ¡Eso es nuestro triunfo definitivo!

Transportémonos por la imaginación a los futuros tiempos de la irreligión consciente y razonada. ¿En qué consistirá, dadas esas nuevas condiciones, la obra por excelencia de los hombres de buena voluntad? En reemplazar las alucinaciones por observaciones precisas; en sustituir las ilusiones celestes prometidas a los hambrientos por las realidades de una vida de justicia social, de bienestar, de trabajo libre; en el goce por los fieles de la religión humanitaria de una felicidad más sustancial y más moral que aquella con que los cristianos se contentan actualmente. Lo que éstos desean es no tener la penosa tarea de pensar por sí mismos ni haber de buscar en su propia conciencia el móvil de sus acciones; no teniendo ya un fetiche visible como nuestros abuelos salvajes, se empeñan en tener un fetiche secreto que cure las heridas de su amor propio, que les consuele en sus pesares, que les dulcifique la amargura por las horas de la enfermedad y les asegure una vida inmortal exenta de todo cuidado. Pero todo eso de un modo personal: su religiosidad no se cuida de los desgraciados que continúan peligrosamente la dura batalla de la vida; son como aquellos espectadores de la tempestad de quienes habla Lucrecio, que gozan viendo desde la playa la desesperación de los náufragos luchando contra las olas embravecidas; recuerdan de su Evangelio esa vil parábola de Cristo que representa a Lázaro el pobre, «reposando en el seno de Abraham, negándose a humedecer la punta de su dedo en agua para refrescar la lengua del maldito» (Lucas, XVI).

Nuestro ideal de felicidad no es ese egoísmo cristiano del hombre que se salva viendo perecer a su semejante y que niega una gota de agua a su enemigo; nosotros, los anarquistas, que trabajamos por nuestra completa emancipación, colaboramos por esto mismo a la libertad de todos, aún a la de aquel más rico a quien libraremos de sus riquezas y le aseguraremos el beneficio de la solidaridad de cada uno de nuestros esfuerzos.

No se concibe nuestra victoria personal sin que por ella se obtenga al mismo tiempo una victoria colectiva; nuestro anhelo de felicidad no puede colmarse sino con la felicidad de todos, porque la sociedad anarquista, lejos de ser un cuerpo de privilegiados, es una comunidad de iguales, y será para todos una felicidad inmensa, de la que no podemos formarnos idea actualmente, vivir en un mundo en que no se verán niños maltratados por sus padres ni serán obligados a recitar el catecismo, hambrientos que pidan el céntimo de la caridad, mujeres que se prostituyen por un pedazo de pan ni hombres válidos que se dediquen a ser soldados o polizontes faltos de medio mejor de atender a su subsistencia. Reconciliados todos, porque los intereses de dinero, de posición, de casta, no harán enemigos natos a los unos de los otros, los hombres podrán estudiar juntos, tomar parte, según sus aptitudes personales, en las obras colectivas de la transformación planetaria, en la redacción del gran libro de los conocimientos humanos; en una palabra, gozarán de una vida libre, cada vez más amplia, poderosamente consciente y fraternal, librándose así de las alucinaciones, de la religiosidad y de la Iglesia, y por encima de todo, podrán trabajar directamente para el porvenir, ocupándose de los hijos, gozando con ellos de la naturaleza y guiándoles en el estudio de las ciencias, de las artes y de la vida.

Los católicos pueden haberse apoderado oficialmente de la sociedad, pero no son ni serán sus amos, porque no saben más que ahogar, comprimir y empequeñecer: todo lo que es la vida se les escapa. En la mayor parte su fe es muerta: no les queda más que la gesticulación piadosa, las genuflexiones, los oremus, el recuento del rosario y el coronamiento del breviario. Los buenos entre los clérigos se ven obligados a huir de la Iglesia para encontrar un asilo entre los profanos, es decir, entre los confesores de la fe nueva, entre nosotros, anarquistas y revolucionarios, que vamos hacia un ideal y que trabajamos alegremente para realizarla.

Fuera, pues, de la Iglesia, absolutamente fracasada para todas las grandes esperanzas, se cumple todo lo que es grande y generoso. Y fuera de ella y aún a pesar suyo, los pobres, a quienes los clérigos prometían irónicamente todas las riquezas celestiales, conquistarán al fin el bienestar en la vida presente. A pesar de la Iglesia se fundará la verdadera Comuna, la sociedad de los hombres libres, hacia la cual nos han encaminado tantas revoluciones anteriores contra el cura y contra el rey.

(1903)


Abolición de la Inquisición romana en 1966

jueves, 21 de abril de 2011

El cine libertario: Cuando las películas hacen historia

Al estallar la guerra civil española en julio de 1936, el sindicato anarquista CNT socializó la industria del cine en España. En Madrid y Barcelona los trabajadores del cine asumieron a través del sindicato los bienes de producción y se produjeron numerosas películas. Esto dio lugar a un período único que no se ha vuelto a producir en ninguna otra cinematografía mundial. Pese a que el país estaba sumido en una cruenta guerra, entre 1936 y 1938 se rodaron y estrenaron películas de muy variada temática: dramas sociales, comedias musicales, filmes de denuncia, documentales bélicos…. componen un variado mosaico que da lugar a uno de los momentos más insólitos y originales de la cinematografía española. A través de las voces de distintos expertos, así como del testimonio en primera persona del director de fotografía y restaurador español Juan Mariné, que inició su carrera en el cine trabajando en estas películas, el documental recorre cada una de las producciones que constituyen un legado excepcional de la cinematografía española. Fue un periodo muy efímero durante el cual los guionistas, los directores, los técnicos y los actores españoles demostraron una de las máximas del mundo del espectáculo: pese a los bombardeos, el hambre y el drama de la guerra, el espectáculo debía continuar, y continuó.

domingo, 17 de abril de 2011

Miles de personas exigen en las calles la dimisión del gobierno croata

Redacción CNT

Una serie de multitudinarias protestas tuvieron lugar a inicios de marzo en las principales ciudades de Croacia.

Entre los convocantes se encontraba MASA (Red Anarcosindicalista). Los manifestantes exigían la dimisión del gobierno, furiosos por los proyectos de reforma laboral que éste está sacando adelante, aunque la oposición no se libraba tampoco de los insultos. Entre los motivos del descontento están la creciente flexibilización del mercado laboral, el cierre de fábricas y la elevada tasa de desempleo que éste está produciendo, y, en general, la política neoliberal que están siguiendo los ministros de la HDZ (Unión Democrática Croata). Las protestas sorprendieron por el alto nivel de autoorganización, constituyendo una expresión del descontento popular al margen de líderes políticos, como Ivan Pernar, una de las figuras que las habían promovido. También resultó significativa la gran afluencia de manifestantes, llegándose a reunir más de 10.000 en la capital, Zagreb, de los cuales varios cientos integraban un bloque libertario de un tamaño sin precedentes. En Varazdin se congregaron unas 2.000 personas, 1.000 en Osijek, de 500 a 600 en Split, y hubo manifestaciones menores en la mayor parte de las ciudades. La indignación que expresaba la gente en la calle contrastaba con la postura de los sindicatos oficiales, que dieron muestras de su adhesión al gobierno. «Nada se puede resolver en la calle» declaró el líder sindical Kresimir Sever.

Según señala el núcleo de MASA de Zagreb en un comunicado, aunque el objetivo principal de las protestas, forzar la dimisión del actual gobierno, llegase a alcanzarse, esto no cambiaría mucho las cosas. Los partidos que en este caso formarían el gobierno seguirían seguramente las mismas políticas liberales y de adhesión a la UE que sus predecesores en el poder. Sin embargo, la agrupación anarcosindicalista sí que valora muy positivamente la organización que se está produciendo entre trabajadores y estudiantes, que podría constituir un primer paso en el camino hacia la transformación social.

CNT, nº 377. Abril 2011

sábado, 16 de abril de 2011

Protesta a las Cortes de la FRE-AIT

Protesta de la Federación Regional Española-AIT, publicado en el periódico La Solidaridad, Madrid (17 de octubre de 1871), y firmado de forma colectiva, contra la Declaración de anticonstitucionalidad por las Cortes de la Primera Internacional, aprobada, el 10 de noviembre, por 191 votos a favor de los diputados liberales, monárquicos y conservadores, en contra los 38 de los republicanos:

A TODOS LOS TRABAJADORES
Y A TODOS LOS HOMBRES HONRADOS DEL MUNDO

En las Cortes españolas se está formando un proceso a la Asociación Internacional, y según las declaraciones del Gobierno, hechas por boca del ministro de la Gobernación, se nos declarará Fuera de la Ley y, dentro del Código Penal, se nos perseguirá hasta el exterminio, a fin de que esta justa y culta sociedad viva, y los privilegiados puedan gozar tranquilamente de las rapacidades llevadas a cabo con los infelices trabajadores.

Se dice que somos los enemigos de la moral, de la religión, de la propiedad, de la patria y de la familia, y en nombre de tan santas cosas, que tienen convertido el mundo en un paraíso, es necesario que nosotros dejemos de existir.

¡Ah, trabajadores!

No basta que nos exploten; que nos arrebaten el fruto de nuestro trabajo; que nos tengan sumidos en la esclavitud intelectual por la ignorancia, y en la esclavitud material por la miseria; es necesaria la calumnia, es necesario el insulto, y esto por la espalda, cuando saben que no podemos defendernos.

Nos llaman holgazanes, porque pedimos rebaja en las horas de trabajo, como aconsejan la higiene, la ciencia y la dignidad humana, ellos que no tienen ni han tenido nunca callos en las manos, que quizás no han producido una idea útil: eternos parásitos que son la causa, por su improducción y monopolio del capital, de la miseria que corroe las entrañas de la sociedad.

Dicen que somos ambiciosos, porque pedimos la justa retribución de nuestro trabajo, porque pedimos lo que es nuestro. No usarían otro lenguaje los dueños de ingenios con sus esclavos.

Dicen que somos enemigos de la moral, y sin embargo defendemos la práctica de la justicia. ¿Qué más moral queréis que la Justicia en acción?

¡Que atacamos la religión! ¡Calumnia! La Internacional no ha dicho nada sobre este punto en los Congresos universales, que es donde se formulan sus doctrinas.

¡Que somos enemigos de la propiedad! Calumnia también. Queremos, sí, que la propiedad sufra una transformación, ya que tantas ha sufrido, para que cada uno reciba el producto íntegro de su trabajo, ni más ni menos.

El que quiera comer que trabaje.

¡Que somos enemigos de la patria! Sí; queremos sustituir el mezquino sentimiento de la patria con el inmenso amor a la humanidad, las estrechas y artificiales fronteras por la gran patria del trabajo, por el mundo. No hay otro medio de evitar guerras como la de Francia y Prusia, aunque nos privemos así de héroes como Daoíz y Velarde.

¡Que somos enemigos de la familia! Volvemos a decir que se nos calumnia. La Internacional no ha dicho tampoco nada sobre esto; el querer la enseñanza integral no es querer la destrucción de la familia; el desear, como muchos internacionales desean, que la base de la familia sea el amor, no el interés, no es ir contra la familia. Apelamos de esto a todos los hombres honrados.

Se ha dicho también que han venido a España trescientos emisarios del extranjero, que se dan una vida sibarítica a costa del óbolo del pobre trabajador; y esto lo ha dicho el ministro de la Gobernación, un funcionario que debe saber que lo que dice no es cierto. Nosotros reconocemos igual derecho en los obreros de todos los países para propagar las ideas de Justicia por el mundo entero; mas como la intención de los que hacen circular tales patrañas es introducir la desconfianza y la desunión entre nosotros, lo declaramos altamente: ésta es una nueva calumnia.

Ya lo sabéis, trabajadores; los que por amor a la causa de la emancipación humana sacrificáis vuestra tranquilidad y los intereses que escapan a la explotación de vuestros señores, propagando las ideas que siente vuestro corazón y formula vuestra inteligencia, los que esto hacéis, sabed que sois agentes pagados por el extranjero, que os dais una vida regalada, aunque no tengáis sino privaciones.

Al atacar a La Internacional en el Congreso, no han perdonado medio, por ruin que fuera, con tal de salir airosos en su empresa y en odio a la clase trabajadora se ha faltado descaradamente a la verdad. Se han truncado los pensamientos y las doctrinas de la Asociación, diciendo lo que les convenía decir, a trueque de cometer injusticias. Cuando todo estaba convenientemente preparado el ministro de la Gobernación dijo con énfasis que traería a la barra a la asociación internacional de los trabajadores.

Pues bien, ministro de la Gobernación, nosotros acudiremos a la barra, por más que no tengáis el derecho de llevarnos a ella; nosotros acudiremos a defendernos de las calumnias que nos han dirigido, y de este modo podrán oír las paredes del Congreso palabras de verdad que jamás han escuchado.

Pero no lo haréis; porque esto no conviene a vuestros intereses de clase, que es después de todo lo que aquí se ventila. Nos condenaréis sin oírnos, y un tribunal que es juez y parte, y por lo tanto incompetente, sentenciará a la victima sin apelación.

Pues bien; nosotros PROTESTAMOS ante todos los hombres honrados:

—Del atentado que se trata de cometer con nosotros al privarnos de nuestros derechos naturales, anteriores y superiores a toda ley, y por consecuencia, ilegislables;

—De la provocación que se nos hace a la lucha desatentada y brutal, en vez de dejarnos hacer tranquilamente la propaganda, completar nuestra organización y llegar por los medios pacíficos, y después de un maduro estudio, a la realización de la justicia, que es lo que nos proponemos, en bien de esta misma sociedad que nos tiraniza y explota;

—De las calumnias de que somos objeto por parte de los hombres mismos encargados de velar por el derecho y de sostener la verdad;

—Del llamamiento que nos dirigen a una guerra de clases, puesto que como clase se nos ataca y se quiere sujetarnos eternamente al carro de la ignorancia y de la miseria;

—Y finalmente, del derecho que se atribuyen unos legisladores que todo lo han negado, todo lo han puesto en tela de juicio: instituciones políticas y sociales, para impedirnos que nosotros podamos reformar, transformar o suprimir esas mismas instituciones.

Pretendéis destruir La Internacional, ¡vano empeño! Para destruir La Internacional es necesario que destruyáis la causa que le dio el ser. Mientras haya en el mundo hombres que estén sumidos en la ignorancia y la miseria, mientras existan explotados y explotadores, esclavos y señores, la pavorosa cuestión social estará siempre a la orden del día, y los privilegiados no hallarán tranquilidad ni en el silencio de las tumbas: que el ejercicio del mal atormenta casi tanto al verdugo como a la víctima.

Nosotros no cederemos, sino a la fuerza, ni un ápice de nuestro derecho.

Si nos declaráis fuera de la ley, trabajaremos a la sombra; si esto no nos conviene, prescindiremos de la organización que tenemos hoy, formaremos un partido obrero colectivista e iremos a la Revolución social inmediatamente.

En tanto repetiremos lo que hemos dicho en otra ocasión:

«Si La Internacional viene a realizar la justicia y la ley se opone, La Internacional está por encima de la ley. Los trabajadores tienen el derecho inefable, indiscutible, de llevar a cabo su organización y realizar la aspiración que se proponen. Esto lo conseguirán con la ley o a pesar de ella.»

Madrid 17 de octubre de 1871.

El Consejo federal de la Región española:

El tesorero, Ángel Mora (carpintero).
El contador, Valentín Sáenz (dependiente de comercio).
El secretario económico, Inocente Calleja (platero).
El secretario corresponsal de la Comarca del Norte, Paulino Iglesias (tipógrafo).
El secretario corresponsal de la Comarca del Sur, José Mesa (tipógrafo).
El secretario corresponsal de la Comarca del Este, Anselmo Lorenzo (tipógrafo).
El secretario corresponsal de la Comarca del Oeste, Hipólito Pauly (tipógrafo).
El secretario corresponsal de la Comarca del Centro, Víctor Pagés (zapatero).
El secretario general, Francisco Mora (zapatero).

martes, 12 de abril de 2011

Sobre palestinos e israelíes

El historiador marxista de origen judeo-polaco, cuyos familiares fueron asesinados durante el Holocausto nazi, Isaac Deutscher, unas semanas antes de morir en agosto de 1967, tuvo su última entrevista para la New Left Review en junio de ese año, poco después de la Guerra de los Seis Días. Como a él le gustaba definirse como un judio no judío, siempre mantuvo una actitud internacionalista, consideraba al sionismo como un tipo de nacionalismo opresor y colonialista entre los peores (uno de los primeros artífices de las «limpezas étnicas» del siglo XX). Pero aunque comprendiese el nacionalismo árabe, también era crítico con él, porque se guiaba más por las emociones que por la razón, además de la endémica ineptitud de sus dirigentes, ambos pueblos están condenados a tener que entenderse, a convivir: dos Estados son absurdos. He aquí un retazo de la entrevista:


¿Han tenido alguna vez los israelíes la oportunidad de establecer unas relaciones normales al menos tolerables con los árabes? Ésta es una pregunta fundamental. ¿Han tenido esa opción? ¿Hasta que punto no es la última guerra el resultado de una larga cadena de acontecimientos irreversibles?

Sí, la situación actual está hasta cierto punto determinada por cómo han sido las relaciones árabe-israelíes desde la Segunda Guerra Mundial, o incluso desde la Primera. A pesar de todo, yo creo que los israelíes tenían otras opciones. Permítame que le cuente una parábola con la que en una ocasión traté de ilustrar este problema ante un público israelí:

Un hombre saltó por la ventana del último piso de un edificio en llamas donde ya habían perecido varios miembros de su familia. Salvó la vida, pero cayó sobre una persona que estaba abajo y le rompió los brazos y las piernas. El hombre que saltó por la ventana no tenía otra opción; pero fue el causante de la desgracia del que se rompió las extremidades. Si ambos hubieran actuado racionalmente, no se habrían hecho enemigos. El que escapó del incendio, una vez repuesto, habría tratado de ayudar y consolar al de las extremidades rotas; y éste podría haberse dado cuenta de que era víctima de unas circunstancias que escapaban al control de ambos. Pero veamos lo que sucede cuando la gente se comporta irracionalmente. El hombre herido culpa al otro de su accidente y promete hacérselo pagar. El otro, temiendo la venganza del minusválido, le insulta y le pega cada vez que se encuentran. El que recibe los golpes jura vengarse, y de nuevo vuelve a ser golpeado. Esta encarnizada enemistad, que comenzó por puro capricho, se va recrudeciendo y llega a amargar a los dos hombres ya condicionar toda su existencia.

Luego les dije a mis oyentes israelíes: estoy seguro de que ustedes, los supervivientes de la comunidad judía europea, se reconocen en el hombre que saltó por la ventana de la casa incendiada. El otro personaje representa a los árabes palestinos que han perdido sus tierras y sus hogares, y que son más de un millón. Están resentidos; sólo pueden contemplar su tierra natal desde el otro lado de la frontera; les atacan a ustedes por sorpresa, juran tomar venganza. Ustedes les vapulean despiadadamente; han demostrado que saben hacerlo muy bien. Pero ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Y a qué puede llevar?

La tragedia de los judíos europeos, Auschwitz, Majdanek y las masacres en los guetos son responsabilidad de nuestra «civilización» burguesa occidental, de la que el nazismo fue un hijo legítimo, aunque degenerado. Pero los árabes han tenido que pagar el precio de los crímenes cometidos por Occidente contra los judíos. Y siguen pagándolo porque, movido por la «conciencia de culpa», Occidente respalda a Israel y se pone en contra de los árabes. Por su parte, Israel se ha dejado sobornar y engañar muy fácilmente por el dinero con el que Occidente pretende lavar su conciencia.

Los israelíes y los árabes podían haber entablado una relación racional sí Israel lo hubiera intentado, sí el hombre que saltó desde la casa en llamas hubiese tratado de hacer amistad con la víctima inocente de su caída. Pero las cosas no han sucedido así. Israel ni siquiera ha reconocido que los árabes tienen motivos de queja. El sionismo se propuso desde sus inicios crear un Estado exclusivamente judío y no tuvo el menor reparo en echar del país a sus habitantes árabes. Ningún gobierno israelí ha realizado un intento serio de aliviar o remediar el problema de los árabes. Se niegan incluso a analizar la situación de la multitud de refugiados sí previamente los Estados árabes no reconocen el Estado de Israel, es decir, sí los árabes no se dan por vencidos en el terreno político antes de iniciar las negociaciones. Quizá esta actitud se pueda justificar como una táctica negociadora. Las relaciones árabe-israelíes empeoraron terriblemente a raíz de la guerra de Suez, en la que Israel actuó descaradamente como punta de lanza de los viejos imperialismos europeos en quiebra en su último bastión de Oriente Próximo, en su último intento de mantener el dominio sobre Egipto. Los israelíes no tenían por qué tomar partido por los accionistas de la Compañía del Canal de Suez. Los pros y los contras estaban claros; no había confusión posible con respecto a la bondad o maldad de cada bando. Los israelíes se alinearon con el bando de los malvados, moral y políticamente.

A primera vista, el conflicto árabe-israelí no es más que un enfrentamiento de dos nacionalismos rivales, atrapados ambos en el círculo vicioso de sus exageradas e hipócritas ambiciones. Desde la perspectiva del internacionalismo abstracto, sería muy fácil condenar a los dos por reaccionarios y despreciables. Pero esa perspectiva no tiene en cuenta las realidades sociales y políticas. El nacionalismo de los pueblos que habitan en países coloniales o semicoloniales y luchan por la independencia no es equiparable, ni moral ni políticamente, al nacionalismo de los conquistadores y los opresores. El primero tiene una justificación histórica y un aspecto progresista, y el segundo no. Es evidente que el nacionalismo árabe pertenece a la primera categoría y el israelí no.

Ahora bien, incluso el nacionalismo de los explotados y los oprimidos debe analizarse críticamente y tomando en consideración todas sus fases de desarrollo. En una fase son las aspiraciones progresistas las que prevalecen; en otra, afloran las tendencias reaccionarias. Desde el momento en que la independencia se consigue o está a punto de conseguirse, el nacionalismo tiende a desprenderse de su aspecto revolucionario y se convierte en una ideología retrógrada. Hemos visto cómo esto sucedía en India, Indonesia, Israel y, hasta cierto punto, en China. Por otro lado, todo nacionalismo tiene, incluso en su fase revolucionaria, una veta de irracionalidad, una tendencia a la exclusividad, al egoísmo nacional y al racismo. El nacionalismo árabe contiene todos estos ingredientes a pesar de sus méritos históricos y de su función progresista.

La crisis de junio ha puesto al descubierto algunas de las debilidades básicas del pensamiento y acción políticos de los árabes: la falta de estrategia política; la inclinación a la intoxicación emocional; y la dependencia excesiva de la demagogia nacionalista. Estas debilidades han tenido mucho peso en la derrota árabe. Algunos propagandistas de Egipto y de Jordania han cargado el acento sobre la amenaza de destruir Israel, o de exterminarla —amenazas hueras, como lo ha demostrado la absoluta ineficacia militar de los árabes—, y con ello tan sólo han conseguido alimentar el chovinismo israelí y permitir que el gobierno de Israel exaltara hasta el paroxismo los miedos y la agresividad del pueblo, lo cual inflama el odio contra los árabes.

La guerra es una prolongación de la política; esto es una verdad que no necesita demostración. Los seis días de guerra han probado la relativa inmadurez de los actuales regímenes árabes. Los israelíes no sólo deben su victoria al ataque preventivo que lanzaron, sino también a su organización económica, política y militar, más moderna que la de los árabes. La guerra ha servido para hacer el balance de una década de desarrollo árabe, a partir de la guerra de Suez, y ha revelado algunos de sus fallos. La modernización de las estructuras socioeconómicas de Egipto y de otros Estados árabes, así como del pensamiento político árabe, ha avanzado a un ritmo mucho más lento del que le atribuían quienes tienden a idealizar los regímenes árabes actuales.

El retraso está enraizado en las condiciones socioeconómicas, de eso no hay duda. Pero la ideología y los métodos de organización también contribuyen a fomentarlo. Estoy pensando en el sistema unipartidista, en el culto al nasserismo y en la imposibilidad de entablar debates libremente. Todo esto ha sido un serio obstáculo para la educación política de las masas y para el progreso del pensamiento socialista. Los resultados negativos se han hecho notar en diversos ámbitos. Cuando las grandes decisiones políticas quedan en manos de un líder más o menos autocrático, el pueblo no participa en los procesos políticos, no desarrolla una conciencia vigilante y activa, ni aprende a tomar iniciativas en los tiempos normales. Y todo ello tiene grandes repercusiones, incluso militares. El ataque israelí, en el que sólo se ha empleado un armamento convencional, no habría tenido unos efectos tan devastadores sí las fuerzas armadas egipcias hubieran adquirido la costumbre de confiar en la iniciativa individual de oficiales y soldados. Los comandantes de los regimientos locales habrían tomado unas precauciones defensivas básicas sin esperar a que se lo ordenasen. La ineficacia militar ha sido un reflejo de una debilidad socio política más amplia y profunda. Los métodos burocrático-militares del nasserismo también dificultan la integración del movimiento de liberación árabe. La demagogia nacionalista está a la orden del día, pero no puede sustituir al verdadero impulso en pro de la unidad nacional ni a la movilización de las fuerzas populares en contra de los elementos secesionistas, feudales y reaccionarios. Hemos visto que, en tiempos de emergencia, la dependencia excesiva de un solo líder ha puesto a los Estados árabes en manos de las intervenciones de la superpotencia y de los accidentes de las maniobras diplomáticas.

lunes, 11 de abril de 2011

Pacifismo y violencia

Por Ángel J. Cappelletti

El anarquismo repudia las guerras entre Estados, ante todo porque repudia al Estado. Toda guerra de este tipo, en efecto, tiene por fin afirmar y expandir el poder de un Estado en detrimento de otro.

A partir de Bakunin, la guerra se interpreta como una lucha por imponer los intereses de un sector de la clase burguesa sobre otro. Puesto que lo que importa es la defensa de los capitales y de las empresas vernáculas, que peleen los capitalistas y los empresarios, arguye la propaganda anarquista antibélica, dirigida sobre todo a obreros y campesinos. En este punto tal propaganda coincidió durante mucho tiempo con la de los socialistas marxistas.

Pero el anarquismo no se detiene en condenar el hecho de la guerra. Condena también la institución misma del ejército. No es sólo antibelicista sino también antimilitarista. Y ello no solamente porque ve en las Fuerzas Armadas uno de los más sólidos soportes del Estado y de la clase dominante, sino también porque considera a cualquier Ejército una institución basada en la obediencia absoluta y estructurada vertical y jerárquicamente. Hasta podría decirse que ve en el Ejército el arquetipo o la idea pura del Estado, con sus dos elementos esenciales (coacción-jerarquía).

Esta oposición a la guerra, basada en el internacionalismo y en el antiestatismo, parece comportar una oposición a la violencia.

Sin embargo, la mayoría de los anarquistas considera que la acción directa, bajo la forma de acción violenta y terrorista contra el Estado y contra la burguesía, es no sólo un medio lícito sino también el único medio posible en muchas circunstancias para alcanzar los fines propuestos, a saber, la sociedad sin clases y sin Estado. Más aún, durante mucho tiempo (y aún hoy), prevalece en la fantasía popular, en el periodismo y en la literatura, la imagen del anarquista como dinamitero y «tira bombas».

Los críticos del anarquismo suelen encontrar aquí una de las más graves contradicciones de esta ideología.

Es preciso aclarar, por consiguiente, el punto.

En primer lugar, debe hacerse notar que hay y ha habido muchos anarquistas adversos al uso de la violencia. Ni Godwin ni Proudhon la propiciaron nunca: el primero como hijo de la Ilustración, confiaba en la educación y en la persuasión racional; el segundo, consideraba que una nueva organización de la producción y del cambio bastaría para acabar con las clases sociales y con el gobierno propiamente dicho. Más aún, algunos anarquistas, como Tolstoi, eran tan radicalmente pacifistas que hacían consistir su Cristianismo, coincidente con su visión anárquica, en la no resistencia al mal. Para ellos, toda violencia engendra violencia y poder, y no se puede combatir el mal con el mal.

Pero aun entre aquellos que admiten la violencia bajo la forma del atentado y del terrorismo, no hay ninguno que la considere como algo absolutamente indispensable o como la forma única de lucha social. Todos, sin excepción, ven en ella un mal impuesto a los oprimidos y explotados por los opresores y explotadores. El mismo Bakunin no tiene otro punto de vista, y en esto se diferencia profundamente del puro adorador de la violencia, esto es, del nihilista al estilo de Nechaiev. Kropotkin, Malatesta y cuantos vienen en pos de ellos la consideran como un recurso extremo, como una lamentable necesidad.

En segundo lugar, es preciso advertir que esta relativa aprobación de la violencia no supone ninguna contradicción con la negación de la guerra entre Estados y con la condena del militarismo. Para quien parte del principio de que el verdadero sujeto de la historia y de la moralidad es la persona humana y la sociedad libremente constituida no puede haber nada más inmoral que la privación de la libertad y de la igualdad para las personas ni nada más criminal que su subordinación a instituciones consideradas artificiales y, más aún, esencialmente enemigas de la libertad y la igualdad, como son los gobiernos, las dinastías, los Estados.

El hombre puede y debe sacrificarse por los altos valores que lo hacen hombre, morir y aun matar por la libertad y la justicia; no tiene porqué morir ni matar en defensa de quien es un natural negador de tales valores, es decir, del Estado (y de las clases dominantes). La revolución y hasta el terrorismo pueden parecer así derechos y obligaciones; la guerra, por el contrario, no será sino una criminal aberración.


La cuestión que, en último análisis, aún queda planteada es, sin embargo, la siguiente: ¿Cuando se ejerce la violencia, cualquiera que ésta sea y cualquiera que sean sus motivos y sus fines, no se está ejerciendo ya el poder? Los anarquistas contestarán que ellos luchan contra el poder establecido y permanente que es el Estado, no contra cualquier forma de poder y que el poder que la violencia comporta es lícito cuando es puntual y funcional, ilícito cuando se consolida y se convierte en estado-Estado. Pero cabría preguntar todavía: ¿La violencia puntual y funcional no tiende siempre a convertirse en permanente y estatal?

(Extraído de La ideología anarquista de Ángel J. Cappelletti)

lunes, 4 de abril de 2011

Carta de Solidaridad Internacional de la IWW de Wisconsin

Trabajadores, estudiantes, militantes

El Capital Internacional se está enfrentando con el Movimiento Internacional de los Trabajadores a nivel mundial. Nuestros prójimos en Egipto, Libia y Túnez últimamente mostraron al mundo como poner de rodillas a los gobiernos y los soberanos. Al desplegarse la lucha, nos están dando una lección minuto a minuto.

El gobierno despótico y la represión tienen muchas formas

En Madison, Wisconsin, el sindicato «The Industrial Workers of the World» (Trabajadores Industriales del Mundo) está activo en una lucha contra el Gobernador Scott Walker, quien sirve a dos multimillonarios —los infames hermanos Koch— y a los intereses patronales en general. Creemos que nada menos que una Huelga General puede acabar con la legislación de Walker y fortalecer al movimiento obrero.

El Gobernador Walker y los legisladores conservadores han hecho aprobar una ley que virtualmente destruirá a todos los sindicatos de empleados públicos, menos los bomberos y la policía municipal y estatal. Además, planean recortar severamente los programas de sanidad y bienestar y reducir los derechos de los inmigrantes.

Antes de que la ley se apruebe, las bases de los sindicatos y sus partidarios ocuparon el Capitolio en masa y se manifestaron afuera, los maestros y maestras fingieron estar enfermos, los estudiantes fueron a la huelga y ocuparon edificios. Éste es un nivel de militancia sostenida que desde hace muchos años no se veía en los EE UU. Además, la Federación de Sindicatos de Madison habló de huelga general y se pronunció contra todos los recortes, poniendo la idea de una huelga general en el debate público. Esta movilización ya duraba semanas cuando los legisladores opositores huyeron del estado, impidiendo que la ley se aprobara.

Sin embargo, a pesar de la efusión de apoyo a los trabajadores públicos de Wisconsin, Walker y sus partidarios encontraron a una artimaña parlamentaria que les permitió superar esta situación de estancamiento. Hay un fuerte impulso para echar a los políticos que apoyaron la ley. Sin embargo, creemos que este curso de acción sólo va a neutralizar la justa ira del pueblo. Con el fin de producir un cambio real, debemos comprometernos a usar la fuerza que tenemos como trabajadores: el poder de dejar de trabajar.

Por tanto, los IWW estamos llamando a una Huelga General como primer paso para combatir a estas medidas de austeridad. A través de la unidad por encima de nuestros colores podemos aplastar a las divisiones que nos debilitan. A través de una huelga general, los obreros y estudiantes pueden maximizar este movimiento.

Debemos mostrar a los obreros —sindicalistas o no—, a los desocupados, y a toda la gente relegada del mundo, que el poder no reside en los pasillos de mármol del Capitolio, ni en las salas de juntas de la patronal. Mediante la unidad y la acción, nuestras mentes y nuestros corazones transitan los senderos del poder y de resistencia.

Hoy y por la lucha que viene, os pedimos vuestra ayuda

● Escribid cartas de apoyo para la militancia y la movilización de las bases.

● Organizad manifestaciones de solidaridad. Buscad días de movilización. Recordadnos durante el Primero de Mayo.

● Donaciones a nuestro fondo para organizarnos: http://donate.iww.org

Solidaridad

A través de la Solidaridad y la Acción Drecta podemos poner fin a esta legislación y revigorizar a la clase obrera mundial. Nunca vamos olvidar la unidad y el ánimo que nos mostrasteis, y esperamos que nos ayudéis en la batalla que luchamos hoy.

IWW de Madison (18 de marzo de 2011)

sábado, 2 de abril de 2011

Panfleto Antinacionalista

[Aprovechando que estamos en abril, y dentro de unas semanas sera el 23 de Abril, la fiesta oficial de la Comunidad de Castilla y León, y para otros la fiesta nacional de Castilla. Cómo somos de aquí Valladolid (pero el texto puede servir para cualquier parte del mundo y para todo tipo de nacionalismo). Nosotros El Aullido y el Grupo Anarquizante Stirner (somos ahora uno) hemos sacado por las calles de la ciudad un «PANFLETO ANTINACIONALISTA». ¡Para que rabie toda esa «carlistada» disfrazada de progresista!]
¡QUE ARDAN TODAS LAS PATRIAS!
(OTRA GLOBALIZACIÓN ES POSIBLE)
 
El socialismo en su forma más genuina, en la preconizada por la Primera Internacional obrera, era plenamente internacionalista, o dicho de otra manera, era antinacionalista. De hecho, el nacionalismo era considerado por los integrantes de dicha organización como la expresión política del poder burgués cuyo producto concreto era la división de la humanidad en Estados-nación. Para los padres del socialismo, tanto libertarios como marxistas, el proletariado no debía preocuparse por la cuestión nacional sino por la cuestión social, pues el obrero debía luchar contra la clase que le explotaba no contra otros trabajadores en guerras promovidas por las burguesías. En consecuencia, el ideal último del Socialismo era agrupar a todos los obreros emancipados del yugo del Capital en una sola patria lo que implicaba acabar con todas las fronteras y las naciones. Además para acabar con las barreras lingüísticas entre los proletarios del mundo el Socialismo potenció la lengua universal conocida como esperanto. Todo esto constituía un proceso globalizador dirigido por la clase obrera y cuyo objetivo era el progreso y la igualdad entre todos los seres humanos. Pero muy pronto el ideal socialista se encontró con los primeros escollos. Debido a la nefasta influencia del nacionalismo burgués, el proletariado fue dividido y enfrentado en la I Guerra Mundial. Por otra parte el triunfo de los bolcheviques en Rusia abrió la puerta al nacionalismo por cuanto que Lenin sostenía que era lícito invocar el derecho de autodeterminación de los pueblos, si bien de manera transitoria y sólo en el caso de países colonizados, cosa que criticó Rosa Luxemburg pues ello implicaba la claudicación del Movimiento Obrero a favor de la élite burguesa nacionalista (independentista). Peor aún, con la subida al poder de Stalin en la Unión Soviética se irradia la funesta idea de la consolidación de la revolución en un solo país, aceptándose dentro de la izquierda que hay países reaccionarios (EE.UU. o Reino Unido, por ejemplo) y países revolucionarios (la URSS y más tarde Cuba o Vietnam) cuando lo cierto es que en los países con gobiernos anticomunistas también había obreros combativos. De este modo, se empieza a sustituir en la izquierda la lucha de clases por la lucha por la liberación nacional, debilitándose gradualmente el elemento socialista en favor del nacionalista en esa mezcla desigual que se ha dado en llamar «nacionalismo de izquierdas». Esa idea de «liberación nacional» fue adoptada por el socialismo de los países del Tercer Mundo, colonias o semicolonias, en vías de emancipación. Así, siguiendo la fórmula leninista, un sector de las clases medias y pequeño-burguesas marginadas del poder por la oligarquía pro imperialista se impone a ésta, generalmente a través de la lucha guerrillera. Como resultado se crean gobiernos que si bien en un principio mejoraron los aspectos más básicos de la existencia de la clase trabajadora como el salario, la sanidad o la educación, al final, aislados de la tendencia a la interconexión económica global se convirtieron en guetos de socialismo espúreo. Éste fue el caso de China, Cuba o Vietnam, países que están dando un giro hacia el capitalismo, a veces (como en el caso de China), en su versión más extrema. En el ámbito hispánico los nacionalismos no pueden tener raíces más reaccionarias y burguesas. Éstos surgen cuando el Imperio Español empieza a perderse en el s. XIX, y en las regiones más favorecidas por el saqueo colonial, a saber, en el norte peninsular. Estos nacionalismos bebieron de las mismas fuentes que luego bebería el fascismo: la historiografía romántica (irracionalista y luego desmentida por la Ciencia) de mediados del siglo XIX, la misma que difundió mitos como el arianismo o el celtismo para justificar la supremacía de la «raza» blanca y por ende el colonialismo. Así, los tres nacionalismos hispánicos septentrionales (el gallego, el vasco y el catalán) se basaban en la idea racista de que el norte de la península la población era aria mientras que en el centro y en el sur tenía sangre semita (mora y judía). Estos prejuicios, derivados de la época de llamada Reconquista, fueron alimentados por la Iglesia precisamente en la zona del país donde triunfó el carlismo. Pronto el incipiente movimiento obrero se dio cuenta del carácter ultramontano de estos nacionalismos. Así, Anselmo Lorenzo, padre del anarquismo español, advirtió a los trabajadores de que las reivindicaciones de los florecientes nacionalismos vasco y catalán obedecían a una estrategia de la burguesía para dividir y aplastar al Movimiento Obrero, y que, como se dijo en la I Internacional, la emancipación de la clase trabajadora era un problema social y no nacional o regional. Además, la idea de nación, como bien dijo otro anarquista, Rudolf Rocker, en su libro Nacionalismo y cultura, implica necesariamente la creación de un Estado. También criticó la postura republicana federal porque el auténtico federalismo significa libre asociación de individuos y la división de un país en cantones o estados más o menos independientes, sólo sirve para acentuar el caciquismo. Las palabras de Lorenzo fueron proféticas pues, avanzado el siglo XX, los nacionalismos antes mencionados, que desarrollaron ramas izquierdistas para neutralizar las influencias del socialismo internacionalista entre las masas, traicionaron la causa obrera. El ejemplo más claro fue el nacionalismo catalán que a través de ERC atacó al Movimiento Libertario (al que consideraba «extranjero») en cuanto la Generalitat tuvo competencias en materia de orden público. El ataque se llevó a cabo a través de un cuerpo represivo (los «escamots») inspirado en la Italia de Mussolini, con la que el nacionalismo de «izquierdas» catalán tenía contactos. Pero durante la dictadura franquista, desde la clandestinidad, y tras la caída de ésta, los separatismos —que habían sido perseguidos por el régimen igual que lo fueron socialistas, comunistas y anarquistas— empiezan a confundirse con buena parte de la izquierda. Además ahora se acentúa el barniz izquierdista sobre la base de falsas analogías con los emergentes movimientos de liberación nacional en las colonias del Tercer Mundo, falsas porque en el caso de Galicia, País Vasco o Cataluña no se trata de colonias (de hecho, estas dos últimas regiones son las más desarrolladas del país). Y con la llegada de la democracia y el Estado de las Autonomías, estas reivindicaciones identitarias se popularizan entre la izquierda, cuadrándose el círculo del confusionismo ideológico. Para colmo, el nacionalismo se extiende por zonas de nuestra geografía donde antes no existía, estableciéndose una competencia entre regiones que beneficia tanto al capitalismo como perjudica a la clase trabajadora. Éste es el caso del nacionalismo castellano que cada 23 de Abril hace un ejercicio de manipulación de los hechos históricos describiendo la revuelta comunera como un movimiento exaltador de lo castellano, cuando, aparte de en Castilla, tuvo lugar en sitios como Murcia o Jaén. Y eso por no hablar de esa izquierda que en un alarde de flamante anacronismo equipara la lucha de los comuneros (entre los que había segundones de la nobleza, burgueses y hasta clérigos) con las modernas luchas obreras (¡no había obreros en el siglo XVI!). Porque el nacionalismo es una peste para la humanidad, porque otra globalización es posible (la socialista y libertaria) ¡QUE ARDAN TODAS LAS PATRIAS!
 
G.A.S./El Aullido (Abril 2011).
 
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