martes, 27 de septiembre de 2011

El Sueño y la Revolución


Por Jean Schuster

Le Libertaire, 26 de octubre de 1951.

El sueño no es el contrario de la realidad. Es un aspecto real de la vida humana, así como la acción; uno y otra, lejos de excluirse, se complementan. Pero este aspecto, descuidado o voluntariamente relegado al plano de las supersticiones peligrosas por la civilización actual (la de los cuarteles, las iglesias y las comisarías) contiene los fermentos de la revuelta más violenta por ser los más violentamente humanos. Se comprende que la voluntad de oscurantismo de los maîtres à penser se haya manifestado siempre por un desprecio total en relación con el sueño. Su inteligencia se limitó a tolerar (y tal vez a favorecer) la difusión de las «Claves de los Sueños», obras desnaturalizadas, de carácter puramente supersticioso, fantasioso o idiota. Pero los pueblos que el odioso buen sentido europeo se obstina en denominar «primitivos» (primitivos porque nunca conocieron los secretos de la bomba atómica, o simplemente de la hipocresía diplomática) conceden al sueño un lugar de primer orden.

Freud, al desvelar el mecanismo del sueño, al interpretarlo, demostró que éste constituía el perfecto revelador de las tendencias y de los deseos más secretos del hombre. Se sabe ahora que no existe sueño gratuito, que por el simple hecho de soñar el hombre cambia su destino, aun cuando ese cambio sea imperceptible. Despierto, el hombre aprehende del mundo lo que su razón y sus sentidos le han querido dejar percibir, vale decir, una ínfima parte de lo que realmente es; en el sueño, los objetos, los sentimientos, las relaciones más audaces se tornan lícitas, familiares. Descenso al corazón de sí mismo, al corazón de las cosas.

Esto es válido tanto para las colectividades como para los individuos. Si el sueño es la expresión del deseo, si la explicación del uno puede preludiar, en cierta medida, la realización del otro, el mayor deseo colectivo es la revolución. G. C. Lichtenberg lamentaba que la historia se compusiera únicamente del relato de los hombres despiertos. Cuando, una noche, todos los explotados sueñen que es preciso terminar y cómo terminar con el sistema tiránico que los gobierna, entonces, tal vez, la aurora surgirá en todo el mundo, sobre las barricadas.

SURREALISMO Y ANARQUISMO,
«Proclamas surrealistas» en Le Libertaire.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Anarquismo en la tierra del Sol Naciente

Extraído de Struggle Site


Hoy Japón trae a la mente corporaciones de alta tecnología, estudiantes de la escuela primaria estresados y un trabajo que requiere total lealtad a la empresa. Hace 130 años era un lugar muy diferente, predominantemente agrícola y regido por una élite feudal. En 1868, esa élite decidió industrializar el país y crear un estado altamente industrializado. Por esta razón, la experiencia de capitalismo japonesa es diferente de la de los países europeos.

Aquí, los aristócratas fueron reemplazados (gradualmente o por revolución) por una clase creciente de hombres de negocios. Así, los aristócratas se hicieron nuevos hombres de negocios. La cultura de feudalismo no fue rechazada y reemplazada, bastante de ella quedó y proveyó el fondo de la nueva sociedad. Esto significó que Japón en el cambio de siglo era un país que se estaba volviendo más industrial pero que aún permanecía extremadamente conformista. Fue en estas condiciones tan complicadas como las ideas anarquistas fueron traídas a Japón por primera vez.

El movimiento iba a estar dramáticamente influido por las guerras en las que Japón se vería envuelto y que llevaría la voz cantante. Se evidencian tres fases: de 1906-1911, de 1911-1936, y de 1944-hasta hoy.


Imagen de un periódico anarquista japonés
titulado "El Inquilino" (15 de Julio de 1923),
donde el campesino anarquista desafía al
terrateniente (imagen de John Crump
"The Anarchist Movement in Japan", ACE, 1996)


Las ideas tienen que venir de alguna parte. En Japón las ideas anarquistas fueron primero popularizadas por Kotoku Shusui. Nacido en un pueblo de provincias en 1871, se mudó a Tokyo en su adolescencia. Sus ideas políticas se desarrollaron en las páginas de numerosos periódicos que escribió y editó. Aunque esos primeros periódicos no eran anarquistas, eran lo bastante liberales como para llegar a oidos de las autoridades. Fue encarcelado en 1904 por romper una de las muchas leyes draconianas de la prensa. Como para tantos, la cárcel iba a ser su escuela.

Allí leyó el libro "Campos, Fábricas y Talleres" de Kropotkin. En prisión también comenzó a considerar el papel del emperador en la sociedad japonesa. Muchos socialistas de la época, evitaban toda crítica al Emperador, en contraste Kotoku empezó a ver cómo el Emperador era el centro tanto del capitalismo como del poder del estado en Japón.

Justo después de salir de prisión emigró a los EEUU. Allí se unió a la recién creada Industrial Workers of the World (la IWW, también conocida como los Wobblies), una central sindical, fuertemente influida por las ideas libertarias. En EEUU tuvo acceso a más literatura anarquista, leyendo La Conquista del Pan de Kropotkin.

A su vuelta a Japón en 1906 habló en un gran mitin público de las ideas que había desarrollado en los EEUU. Siguieron a esto un gran número de artículos. Escribió: "Yo espero que desde ahora el movimiento socialista abandonará sus obligaciones de partido parliamentario y adaptará sus métodos y políticas a la acción directa de los trabajadores unidos como uno sólo".

En los siguientes años los anarco-comunistas se concentraron en extender información sobre el anarquismo, a través de la producción de propaganda oral y escrita. Se encontraron con un acoso policial constante, algunos anarquistas consideraron continuar la lucha con métodos más violentos. En 1910, 4 de ellos fueron arrestados después del descubrimiento de equipo para fabricar bombas.

Esta era la oportunidad que las autoridades estaban esperando para acabar con los disidentes. Cientos de ellos fueron puestos bajo custodia de la policía. Finalmente 26 fueron llevados a juicio. Aunque se les imputaba tener la intención de asesinar al emperador, en realidad se les juzgaba por tener creencias anarquistas. Todos excepto 2 fueron sentenciados a muerte. 12 vieron sus sentenceias conmutadas por cadena perpetua, y 12, incluyendo Kotoku, fueron ejecutados. Después de su muerte, muchos activistas fueron al exilio. Aquellos que se quedaron sufrieron repetidos encarcelamientos.


Kotoku Shusui

Pero a pesar de estas condiciones exceptionalmente duras, el movimiento no murió. El fin de la Primera Guerra Mundial trajo un periodo de inflación disparada, que llevó a revueltas por el precio del arroz en muchos pueblos y ciudades. Los nuevos trabajadores industriales se comenzaron a organizar y las disputas por el trabajo crecieron. La Revolución Rusa causó un intenso debate en Japón, como en todas partes; ¿Cómo crear una sociedad mejor? ¿Cómo sería esa sociedad? Esta floreciente opinión fue temporalmete débil, siguiendo al trágico asesinato de dos anarquistas, Osugi Sakae y su compañera Ito Noe.

En 1923, un importante terremoto golpeó Japón. Más de 90.000 personas murieron. El estado sacó ventaja de los disturbios y de la histeria que siguieron. Los dos anarquistas, con el sobrino de 6 años de Osugi fueron detenidos por un escuadrón de policías militares y fueron golpeados hasta la muerte. La brutalidad de este crimen llevó a los anarquistas a buscar venganza. Una vez más, los intentos anarquistas de desquite conocieron la represión indiscriminada por parte del estado.

Sin embargo, no todo estaba perdido. Verdaderamente las organizaciones anarquistas estaban creciendo como nunca. En 1926 dos federaciones nacionales de anarquistas se formaron. Los años siguientes se caracterizaron por un intenso debate entre anarco-comunistas y anarcosindicalistas. La cuestión principal era que cual era el mejor método para llegar a la revolución. De la mano de sus discusiones teóricas, estos anarquistas estaban activos en las luchas sobre los salarios y las condiciones de trabajo.

La guerra sin embargo se veía en el horizonte. Según el estado se comenzaba a mover hacia una confrontación externa en Manchuria, también comenzaba a silenciar la oposición interna. Y llegó una nueva ola de represión. Aunque el movimiento libertario adoptó varias estrategias para sobrevivir, el estado estaba dispuesto a vencer. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, todas las organizaciones anarquistas se vieron forzadas a permanecer en silencio. Los propios anarquistas se vieron obligados a mantener en secreto sus ideas políticas.

Post-guerra, Japón estaba bajo el control efectivo de los EEUU. Su política hacia el país se movía entre crear artificialmente un partido político de "derechas" y otro de "izquierdas" o acabar completamente con todo movimiento izquierdista. Las grandes inversiones y el rápido crecimiento económico fueron acompañados por un retroceso de la autonomía de los sindicatos. Aunque los anarquistas se reagruparon y reorganizaron, encontraron difícil florecer en esas condiciones.

El movimiento de hoy es mucho más pequeño que antes, y desde occidente es dificil encontrar información sobre ellos. Sin duda ellos encaran muchos de los problemas que nosotros afrontamos; cómo mostrarle a la gente que ellos no deben dejarse llevar, cómo convencer a la gente de que hay una alternativa posible y que ellos tienen poder para crearla.

Quizá la crisis económica que Japón está ahora experimentando llevará a la gente a criticar y rechazar el sistema actual. Si esto pasa, los anarquistas japoneses serán capaces de enseñar una visión de sociedad basada en la libertad e igualdad, y construir el movimiento, y una vez más las ideas anarquistas tendrán influencia.


Traducción: Miguel Gómez

sábado, 24 de septiembre de 2011

El mayor accidente nuclear... británico

Ya han pasado unos seis meses desde el accidente en la planta nuclear de Fukushima, cuyas consecuencias durarán durante varios años (mutaciones genéticas, leucemia y otros cánceres). También en este año fue el 25º aniversario de otro desastre nuclear, considerado el mayor (aunque este último japonés pueda superarlo), Chernóbil, en Ucrania (entonces la Unión Soviética), en el mes de abril de 1986. Pero no han sido los únicos, y en los cuales la incompetencia de las autoridades quedó manifiesta.

Un equipo de periodistas (Nigel Hawkes, Geoffrey Lean, David Leigh, Robin McKie, Peter Pringle y Andrew Wilson) del periódico británico The Observer, poco después del accidente de Chernóbil, publicaron el libro The worst accident in the World. Chernobyl: The end of the nuclear dream (1986). Al año siguiente (1987) salió la edición española El más grave accidente mundial: Chernobil. Ed. Planeta. En un capítulo nos hablan sobre el accidente nuclear de Windscale-Sellafield de octubre de 1957, desastre poco conocido, o casi olvidado que ocurrió en la desarrollada Gran Bretaña (al noroeste de Inglaterra):


... En realidad, hasta que Chernóbil envío sus gases tóxicos a la atmósfera, la instalación británica más importante, Windscale (redenominada Sellafield con el propósito de que perdiera la conexión con el accidente, en mayo de 1981) se había hecho famosa por ser la peor del mundo respecto a la descarga de los materiales radiactivos. Una consecuencia de esto es que el Mar de Irlanda es ahora el más radiactivo del mundo y es probable que siga en ese estado durante mucho tiempo. La planta ha descargado más de un cuarto de tonelada de plutonio que ahora yace en el fondo del Mar de Irlanda y que seguirá siendo intensamente radiactivo durante un cuarto de millón de años. En 1985, el parlamento europeo estuvo en un tris de pasar una moción instando a que se clausurara de inmediato la planta de Windscale, algo que seguramente hubiera avergonzado muchísimo al gobierno británico.

Peor aún: algunas de las descargas radiactivas de Windscale han vuelto a tierra en restos llevados por el mar, en la espuma transportada por el aire y en los peces y mariscos que se pescan. Se han encontrado evidencias de que los vacunos y ovinos que pastan en los campos contaminados cerca del reactor han acumulado en sus hígados cientos de veces las cantidades normales de plutonio y cesio. Los pescadores que comen los productos de la pesca, reciben tres veces más de la dosis de radiación que se considera prudente según los reglamentos internacionales. Los ecologistas culpan a las descargas de la planta de los casos de leucemia de Seascale.

Es evidente que la historia de Windscale está llena de accidentes y de «casi accidentes». En octubre de 1976, se encontró una pérdida de estroncio y cesio radiactivos en un silo de desechos. La pérdida fue descubierta por casualidad durante unos trabajos de construcción. Y entonces se pensó que podía haber estado produciéndose desde cuatro años atrás. Mientras se investigaba ese problema, una pérdida muy grande se descubrió en un edificio adyacente y es probable que haya estado produciéndose durante siete años. En 1983 una gran cantidad de desechos radiactivos se vertió en el mar del Norte. No se informó de eso a los ministros durante una semana y el ministro de Medio Ambiente, William Waldegrave, dijo que se había enterado por mera casualidad. Durante la investigación que siguió se reveló una burda incompetencia directiva; la British Nuclear Fuels fue demandada, hallada culpable de cuatro cargos y condenada a pagar 10.000 libras con 60.000 libras de costos.

Se han producido más de trescientos accidentes, grandes y pequeños, en Windscale y la planta ha sido objeto de fuertes críticas dentro y fuera de la industria nuclear. Pero ninguno de los incidentes alcanzó la dimensión de los acontecimientos que se produjeron en la mañana del 8 de octubre de 1957, cuando un físico encargado del reactor número uno de producción de plutonio, en la planta de Windscale, cometió un error. Movió una llave demasiado pronto mientras realizaba una operación de rutina. No tenía un manual que lo ayudara y los instrumentos vitales estaban mal dispuestos para proporcionarle mediciones precisas. El resultado fue un incendio que rápidamente envolvió al reactor y ardió sin control durante cuarenta y dos horas si que nadie en la planta se diera cuenta del inminente desastre. Cuando cundió la alarma, ya ardían el uranio y el grafito. El señor Ronald Gausden, gerente de la planta, destapó una abertura en la pared y «miró al monstruo en los ojos». Gausden recuerda: «Aún no se había fundido, pero estaba a punto de hacerlo.»

Lo primero que hicieron fue agregar dióxido de carbono para apagar el fuego, pero no lo lograron. Entonces (como hicieron los grupos de emergencia en Chernóbil) pensaron usar agua, sabiendo que eso podría conducir a una explosión que destrozaría el reactor. Durante otro día más el fuego continuó sin control. Gran Bretaña estaba al borde de una catástrofe nuclear. A las 8.55 horas del viernes 11 de octubre, los jefes, presa del pánico, decidieron arriesgarse a emplear «una ola gigante» de agua. Tuvieron éxito. A las 15.10 horas del día siguiente, el fuego se había extinguido.

Más tarde se dieron cuenta de que se había evitado por los pelos una terrible catástrofe, que se había logrado gracias a la instalación de los filtros que absorbía los isótopos radiactivos letales, arrojados al aire por el fuego. Estos filtros habían sido instalados por la insistencia de sir John Cockcroft, uno de los padres del proyecto británico de la bomba atómica, como medida de precaución. En aquella época, la mayoría de sus colegas pensaba que la construcción de los filtros era ridícula. A los filtros se los llamaba «las locuras de Cockcroft», y en algún momento la administración de Windscale había pensado en quitarlos para ahorrar dinero. Si lo hubiesen hecho, la pérdida de radiactividad hubiera sido mayor y un desastre de peores proporciones hubiese afectado al país.

Hubo una descarga considerable de material radiactivo, aunque a los habitantes de Gran Bretaña se les informó de un peligro mucho menor. A los británicos no se les informó del incendio hasta que estuvo casi extinguido y mucho de lo que se les dijo era falso. Los ministros del Gobierno y los directivos nucleares que tan pronto criticaron a los soviéticos por no haber informado enseguida del accidente de Chernóbil, parecen haber olvidado el comportamiento de sus antecesores.

La reacción oficial fue como la de Chernóbil: muy lenta. No se evacuaron a los habitantes de las casas situadas cerca de la planta. Hasta el sábado al anochecer, cuando ya se había extinguido el fuego, no se prohibió la venta de leche local, y sólo en un área de treinta y seis kilómetros cuadrados alrededor de Windscale. El lunes siguiente la prohibición se extendió a casi 1.300 kilómetros cuadrados y se destruyeron en total dos millones de litros de leche. Como señalo una mujer que escribió una carta al diario local Whitehaven News:

No nos avisaron hasta que la situación estuvo bajo control. ¿Por qué no? Supongamos que la situación no hubiese podido controlarse. ¿Qué hubiera sucedido entonces? La gente tiene derecho a que se le avise a tiempo para evacuar a los niños del lugar o por lo menos mantenerlos dentro de las casas si se espera que pueda ocurrir un accidente grave.

Después de limpiar los restos, el reactor incendiado fue enterrado en cemento. Sus restos, altamente radiactivos, hace dos décadas que yacen en Windscale sin ser perturbados, como quedarán los restos del reactor de Chernóbil, mucho mayor, que también será enterrado en cemento. Las dos tumbas son monumentos a la falibilidad de la industria nuclear mundial.

Se hizo una investigación sobre el incendio de Windscale, pero el informe resultante nunca se publicó completo. En la versión expurgada que se dio a conocer poco después se admitía que había habido una descarga fuertemente radiactiva pero que «la probabilidad de que alguien sufriera algún daño en su salud era casi insignificante». El transcurso del tiempo probó que ese aserto no era válido. En 1983, la Comisión Nacional de Protección Radiológica, acosada por los cálculos independientes de un grupo de investigación ambiental, dio un informe en el que admitía que era probable que unas doscientas sesenta personas contrajeran cáncer de tiroides debido a las descargas radiactivas de Windscale. Treinta y tres personas morirían de cáncer o sufrirían lesiones genéticas que producirían enfermedad y muerte en sus descendientes.

Cap. 3: «Haciendo un mundo nuclear» (pp. 56-59).

Se habla de... Libia

El terror cambia de bando


Un rebelde detiene a un supuesto mercenario
pro-Gadafi en las inmediaciones de Trípoli.

Los rebeldes que se han hecho con el poder purgan a los partidarios de Gadafi y se ensañan con los negros, a los que acusan de mercenarios, lo sean o no.

El hombre que apunta con la pistola a la cabeza del detenido es, obviamente, el vencedor. Es uno de los revolucionarios que se levantó contra el régimen de Gadafi. El otro hombre es, supuestamente, un mercenario contratado por el dictador para sofocar la revolución. Como es difícil que llegue a ser juzgado, es poco probable que se sepa con seguridad. Lo que las organizaciones de derechos humanos aseguran es que, en muchos casos, los rebeldes están aprovechando para hacer una limpieza racial: se ha desatado la caza de negros. Libia tiene una tasa alta de habitantes de color porque Gadafi acogió durante años a miles de inmigrantes subsaharianos para impedir que salieran en pateras, por lo que la Unión Europea le pagó millones de euros, en aplicación del programa Frontex. Muchos de estos trabajadores fueron reclutados por el régimen al comienzo de la guerra y utilizados como carne de cañón. Y ahora, con los vencedores, no parece que vayan a tener mejor futuro.

L. G.

domingo, 11 de septiembre de 2011

¿Es posible ganar la guerra contra el terrorismo?

Con la invasión conjunta por la Alemania nazi y la Unión Soviética de Polonia en 1939, dio comienzo la Segunda Guerra Mundial. Dos años después Hitler rompió la alianza invadiendo la URSS de Stalin. Stalin y Hitler de aliados pasaron a ser enemigos. Y Stalin se convirtió en aliado de las potencias occidentales como Gran Bretaña y los Estados Unidos. Despúes de la guerra, con la llamada «guerra fría», la URSS y Occidente fueron enemigos. Un ejemplo de como las alianzas cambían por los intereses del momento.

Otro ejemplo es el caso del islamismo radical. Hace diez años que se produjo el atentado del 11 de Septiembre, atentado perpetrado por integristas musulmanes contra los Estados Unidos. Atentado que acarreó las invasiones de Afganistán e Irak, con sus innumerables víctimas. Cuando años atrás la superpotencia occidental apoyó a los islamistas que combatieron a la Unión Soviética, también en Afganistán, así como en el Caúcaso y los Balcanes. Islamismo radical y el mundo occidental de ser aliados fueron enemigos irreconciliables. Hasta que en este año, con la muerte (real o ficticia) de Bin Laden y la guerra civil libia, vuelven a estar en el mismo bando (a pesar de ls atentados del 11-S, el 11-M y el 7-J).

Noam Chomsky, ya hace una década, se pronuncio sobre el tema del atentado terrorista. En el libro 11/09/2001 hay entevistas como ésta:


Basado en entrevistas concedidas a Hartford Courant,
20 de septiembre de 2001, y David Barsamian, 21 de septiembre de 2001.

P: ¿Es posible ganar la llamada guerra de la nación contra el terrorismo? Si así fuera, ¿cómo? En caso contrario, ¿qué debería hacer la administración Bush para evitar ataques como los que golpearon a Nueva York y a Washington?

CHOMSKY: Si consideramos la pregunta con rigor, debemos reconocer que, en gran parte del mundo, Estados Unidos es visto como un conspicuo Estado terrorista. Y con sobrada razón. Debemos tener en cuenta, por ejemplo, que en 1986 Estados Unidos fue condenado por el Tribunal Internacional «por uso ilegal de la fuerza» (terrorismo internacional). Estados Unidos vetó la resolución del Consejo de Seguridad, que exigía a todos los Estados (se refería a Estados Unidos), respetar la ley internacional. Es sólo uno de innumerables ejemplos.

Para mantenernos en el limitado margen de la pregunta —el terrorismo de otros dirigido contra nosotros—, sabemos muy bien cómo debería tratarse el problema, si queremos reducir la amenaza en vez de intensificarla. Cuando las bombas del IRA estallaban en Londres, nadie llamó a bombardear Belfast occidental ni Boston, fuentes de gran parte del apoyo financiero del IRA. En cambio, se dieron pasos para apresar a los criminales y se hicieron esfuerzos para negociar sobre lo que estaba detrás del origen del terror. Cuando voló un edificio federal en la ciudad de Oklahoma, hubo quien llamó a bombardear Oriente Medio y, tal vez, lo habrían hecho de haberse descubierto que los responsables estaban allí. Cuando se descubrió que era un ataque interno, ligado con las milicias ultraderechistas, nadie pidió que fueran borradas del mapa Idaho y Montana. Lo que se hizo fue buscar al criminal, encontrarlo, juzgarlo y sentenciarlo. Además se hicieron esfuerzos para comprender los agravios que yacían detrás de semejantes crímenes para tratar de resolver los problemas. Casi cualquier delito —sea un robo callejero o atrocidades colosales— tiene razones y, en general, descubrimos que algunas de ellas son graves y deben ser consideradas.

Hay medios adecuados y legales para proceder en caso de delitos, cualquiera sea su escala. Y existen precedentes. Un ejemplo claro es el que acabo de mencionar, uno que no puede desatar polémica alguna, envista de la reacción de las más altas autoridades internacionales.

En los años ochenta, Nicaragua fue sometida a un violento ataque por parte de los Estados Unidos. Murieron decenas de miles de personas. El país fue prácticamente destruido. Es posible que no se recupere nunca. El ataque terrorista internacional estuvo acompañado por una guerra económica devastadora que, un pequeño país aislado por la venganza de una superpotencia cruel, no podía enfrentar, como ha revelado en detalle los historiadores más ilustres de Nicaragua, Thomas Walker entre ellos. Los efectos fueron incluso mucho más graves que la tragedia de Nueva York el otro día. El ataque a Nicaragua no fue represalia por haber puesto bombas en Washington. Los nicaragüenses se presentaron ante el Tribunal Internacional, que falló a su favor, y ordenó a Estados Unidos desistir en su campaña y pagar importantes reparaciones. Estados Unidos desestimó despectivamente el fallo del Tribunal y respondió con una inmediata escalada de ataques. Nicaragua se dirigió entonces al Consejo de Seguridad, que consideró una resolución, pidiendo a los Estados respetar las leyes internacionales. Sólo Estados Unidos la vetó. Los nicaragüenses acudieron entonces a la Asamblea General, donde lograron una resolución semejante aprobada, con la oposición de los Estados Unidos e Israel durante dos años consecutivos (en una ocasión se les unió El Salvador). Así es como debe proceder un Estado. Si Nicaragua hubiera sido suficientemente poderosa, podría haber abierto otro expediente criminal. Esas son las medidas que Estados Unidos tendría que haber tomado y nadie se las habría bloqueado. Eso es lo que están pidiendo los pueblos de la región, incluidos sus aliados.

Recuerde: los gobiernos de Oriente Próximo y el norte de África, lo mismo que el gobierno terrorista argelino —uno de los más sanguinarios de todos— estarían encantados de unirse a Estados Unidos para luchar contra las redes terroristas que los atacan. Ellos son los primeros blancos. Pero piden evidencias y quieren luchar dentro de un marco de mínimo respeto por las leyes internacionales. La postura de los egipcios es compleja. Son parte del sistema original que organizó las fuerzas islámicas radicales, en las cuales participaba la red de Bin Laden. Fueron sus primeras víctimas cuando fue asesinado Sadat y desde entonces las principales. Les gustaría acabar con él pero —dicen—. Si se ofrece alguna evidencia de que esté involucrado en los ataques del 11-09. Siempre dentro del marco de la Carta de las Naciones Unidas y bajo el auspicio del Consejo de Seguridad.

Ese es el camino que se debe seguir si la intención es reducir la probabilidad de mayores atrocidades. Hay otra vía: reaccionar con extrema violencia desencadenando una escalada de violencia, que conduzca a mayores atrocidades, como la que incita a la venganza. La dinámica es muy conocida.


¿Qué aspecto o aspectos de la historia no han contado los principales medios de comunicación? ¿Por qué sería importante examinarlos más a fondo?

Hay varias preguntas fundamentales.

Primero: ¿qué cursos de acción están abiertos para nosotros y cuáles serían sus probables consecuencias? Prácticamente no se ha discutido la opción de atenerse a la ley como han hecho otros países, por ejemplo Nicaragua, país que ya he mencionado (como es natural fracasó, pero nadie pondría obstáculos en el caso de Estados Unidos). O como hizo Inglaterra en el caso del IRA. Incluso como hizo Estados Unidos cuando descubrió que las bombas colocadas en la ciudad de Oklahoma eran de origen interno. Hay innumerables casos más.

Hasta ahora, lo que ha habido es más bien un altisonante redoble de tambores llamando a la acción violenta, con escasas alusiones al hecho de que esa violencia, no solo infligirá un tremendo castigo a víctimas del todo inocentes —muchas de ellas afganas, víctimas ya de los talibanes—, sino que provocará la respuesta de las más fervorosas plegarias de Bin Laden y su red.

La segunda pregunta es: «¿por qué?». Esa pregunta nunca se formula con rigor.

Negarse a enfrentar esa pregunta es optar por aumentar significativamente la probabilidad de mayores crímenes. Ha habido algunas excepciones. Como he dicho antes, hay que acreditar al Wall Street Journal haber estudiado las opiniones de los «musulmanes acaudalados», personas pro estadounidenses, pero muy críticas con la política de los Estados Unidos en la zona, por razones conocidas para cualquiera que haya prestado alguna atención. En las calles el sentimiento es similar, aunque muchos más iracundo y enconado.

La red de Bin Laden, propiamente dicha, tiene una categoría diferente. Durante veinte años sus acciones han causado graves daños a los pueblos pobres y oprimidos de la región, por quienes no se preocupan las redes terroristas. Pero, en esa reserva de rabia, miedo y desesperación, sí ruegan por una reacción violenta de Estados Unidos, que movilizará a otros a plegarse a su horrenda causa.

Temas semejantes deberían ocupar las primeras planas… Al menos, si pretendemos reducir el ciclo de violencia en vez de aumentar su escalada.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Los amos

Por Francisco Pi y Arsuaga
(Extraído de El cuento anarquista de Lily Litvak)

 


¿Por qué afiláis el cuchillo que ha de atravesaros? ¿Por qué fabricáis la pólvora que os ha de matar?

—A vosotros que holgáis, la riqueza y la felicidad; la miseria y el dolor ¡ay! A mí que trabajo— dijo cantando el obrero.

Un capitalista, un sacerdote y un general llegaron a un campo.

Labrando hombres y bestias a un tiempo.

Unos trabajadores guiaban allá el arado, otros cortaban aquí la mies ya formada, otros ventaban la paja, otros cargaban el trigo en acémilas. Sudaban todos ennegrecidos por el sol, rendidos por la fatiga.

—¡Qué trigo más hermoso! —dijo el sacerdote tomando en la mano un puñado—. ¿Para quién será este trigo? ¿Para quién el blanco pan que se hará con su harina?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general siguieron su camino. Cerca de la ciudad vieron a unos trabajadores que entraban en una bodega. Los siguieron. En el lagar pisaban la uva hombres medio desnudos que bailaban sobre los racimos como diablos malhumorados. Sus gotas de sudor se mezclaban con el rico zumo de la vid. Estaban flacos y tristes, pero bailaban.

—¿Para quien será —volvió a preguntar el sacerdote— el delicioso licor que extraen esos desdichados?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general llegaron a las puertas de la ciudad. Cerca de ellos se levantaba un gran edificio. Entraron en él. Era una gran fábrica en que se hacía de todo, Desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la tarde trabajaban en ella, por un escaso jornal, miles de obreros de ambos sexos.

Era ya por la tarde y estaban cansados; pero seguían unos tejiendo riquísimas telas, otros puliendo finísimo oro, otros sacando en sus cañas el cristal de los hornos, otros labrando piedra, otros haciendo encajes. Se fabricaba allí de todo lo que lujo y el gusto puedan apetecer.

—¿Para quién serán —exclamó el capitalista— tantas riquezas?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general siguieron su camino; pero todavía antes de entrar el la ciudad hicieron otra parada.

Entraron en una hermosa fábrica de armas.

Los jornaleros trabajaban y trabajaban. Unos recogían en palas el bronce fundido que forma los cañones, otros pulían las hojas brillantes de espadas,otros afilaban las puntas de las bayonetas, otros mezclaban los ingredientes con los que se hace la irritada pólvora.

—Hermosas bayonetas —dijo el general cogiendo una—, magnifica pólvora —agregó tomando un puñado—. ¿A quién atravesaran primero esas bayonetas el corazón o le hará esta pólvora pedazos?

—¡Ay! A mí —dijo cantando el obrero.

jueves, 8 de septiembre de 2011

POR QUÉ NO QUEREMOS A LA CLASE POLÍTICA

Coordinadora anarquista del noroeste

Los anarquistas no queremos a los políticos. Algo bastante común, si echamos un ojo a las encuestas que ellos mismos hacen: nadie les cree una palabra, son considerados corruptos o tendentes a la corrupción, no confiamos en que solucionen nada y sacan unas notas en valoración que ni Jaimito. Un desastre. Y eso que las encuestas las encargan ellos para hacernos saber qué pensamos nosotros. Pero los anarquistas también creemos alguna otra cosa y queremos compartirla contigo. Para empezar, estamos tan cansados como tú de tener a los políticos hasta en la sopa.



Cualquier memez que se les ocurra la tenemos que soportar repetida cien veces; cada una de sus peleas de patio de manicomio nos la tragamos una y otra vez: si se llevan bien, si se llevan mal, si uno ha dicho y otro ha respondido, si esto y si lo otro… Su vida y sus reflexiones simplonas a todas horas en los medios de comunicación, probablemente para hacerse valer y que estemos pendientes de esas cositas que ocultan lo que realmente son.

Porque, ¿qué es un político? Es una persona que decidió no trabajar como nosotros, separarse de la gente y gobernar, o lo que es lo mismo, organizar la vida de los demás. Hay que tener una personalidad curiosa para dedicarse a eso, sin duda. Pero aceptemos que lo hicieron de buena fe.

Se afiliaron a un partido político y ascendieron hasta la cúpula, que les permitió entrar en uno de los numerosos parlamentos. Ascender en una organización como un partido no es fácil y como la gente no somos tontos lo sabemos: allí donde las decisiones las toman cuatro listos, el que está al lado del que manda es el que triunfa, así que los más pelotas, los más metidos en líos de su partido son los que salen adelante.

Aceptemos (y ya es mucho aceptar) que aun así alguno mantiene la ilusión de mejorar la vida de todos nosotros haciendo leyes que nos beneficien. Pues fíjate tú que se convierten en lo que se llama la clase política. Curioso que en tiempos donde ya no se habla de la clase obrera, ni siquiera de la clase media, se habla de una clase especial para referirse a los políticos. Curioso, pero sabio, porque la cantidad de privilegios que acumulan estos individuos es notable: coches de empresa de lujo, viajes en avión en condiciones estupendas, salarios astronómicos que ellos mismos deciden, jubilaciones anticipadas con muy poquitos años de cotización… una vida bastante diferente de la nuestra. Una clase aparte. Y son estos los que deben conocer la realidad del trabajador para mejorarla. Manda narices. ¿Qué demonios tenemos en común con un tipo que se ventila más de 6000 euros al mes (parlamentarios europeos)? ¿Cómo tienen el morro de decir que son representantes del pueblo? Será del pueblo de los ricos, porque tú me dirás dónde vas a coincidir con alguien que gana ese salario: ¿en el mercado? ¿en el parque? ¿en el autobús por las mañanas? ¿en el polideportivo del barrio?

Total, que nuestro héroe del pueblo ha estado algunos años entrenándose para esta vida intrigando contra sus compañeros para situarse bien en las listas electorales y cuando lo consigue ni se acuerda de cómo vivía cuando era una persona normal. Imposible que confiemos en ellos, claro. Dedicarse a la política es corromperse automáticamente.

Además, los anarquistas no queremos a los políticos no solamente porque sean fáciles de corromper ni porque sean una pandilla de nenes forrados de mala manera a nuestra costa, que también, sino porque se consideran una élite destinada a solucionar nuestras vidas. Un político puede ocupar un ministerio mañana y otro pasado sin tener ni repajolera idea de ninguno de los dos asuntos, pero da igual: legislará, regulará, pondrá impuestos, los quitará o hará lo que le venga en gana, porque es un político. Es su esencia y así hace valer su cargo. Aunque nos hayan llevado al desastre más de una vez; aunque a los trabajadores siempre nos hayan perjudicado sus reformas y sus leyes. Nada de esto les cala porque son la “clase política”, un grupo al margen de la sociedad.

Los anarquistas no queremos que los asuntos que nos afectan los decidan quienes no tienen nada que ver con ellos o incluso quienes generan el problema y por eso estamos en contra de los políticos.

Y me dirás: todo esto ya lo sabía, pero siempre se puede hacer algo, se puede reclamar políticos más honestos o presionar, dialogar con ellos, hacerles entender nuestras necesidades, hacer la política más humana.

Y te diremos: no es posible reclamar políticos de otra pasta, porque el molde en el que se fabrican será el mismo: la misma carrera hasta llegar, las mismas zancadillas y peloteos. No creemos que pueda haber otro modo de hacer política porque si no reciben sueldos astronómicos que les separan de nosotros, se corromperán aceptando presiones económicas, pues toman decisiones que generan mucha pasta y en las que hay muchos intereses. Y tampoco creemos que se pueda dialogar con ellos.

¿Cómo?- me dirás - ¿No aceptáis el diálogo? Pues no, mira tú. Dialogar con un político es como decir que Nadal ha jugado mal y discutirlo con él echando un partido de tenis. Especialistas en dar vueltas al lenguaje, en debatir distrayendo los problemas reales, en hacer que nos perdamos en leyes y disposiciones varias, expertos en marear la perdiz, los políticos tejen una peligrosa red donde el que entre se perderá. O no se consigue nada realmente efectivo o se convierte en uno de ellos.

Los anarquistas queremos por eso dar un aviso a quien esté harto de los políticos pero crea que hay alguna solución dentro del mismo sistema. No la hay. Creer que se puede conseguir algo realmente sustancial haciendo política profesional es ir en contra de la experiencia: si jugamos con sus reglas, perdemos, precisamente porque son sus reglas, es su campo y es su pelota y si quieren se la llevan, sobornan al árbitro y nos echan del estadio.

¿Qué proponemos entonces? Recuperar la política del pueblo, hecha por el pueblo; multiplicar las asambleas en las que los afectados deciden sobre sus problemas, fortalecer organizaciones que no estén pringadas con las heces de los políticos, sin subvenciones que atan ni gente a sueldo que trepa y acaba decidiendo; consolidar alternativas pasando por encima de la clase política, que no se entera de que esto ya está pasando, porque ya no nos engañan.