martes, 27 de marzo de 2012

Sobre los diezmos eclesiásticos

A pesar de mis compañeros, daré algo de razón a Félix Rodrigo Mora sobre lo que dice en una entrevista publicada en el último número del CNT, es verdad que en la Constitución de 1812, como en las siguientes, el Pueblo, las clases populares, no tuvo papel alguno. ¡Cómo si fuese algo nuevo! Del mismo modo que tampoco intervino anteriormente en los antiguos fueros medievales, que otorgaban los reyes y grandes de la nobleza en sus feudos. O que en los concejos medievales —que estaban en poder de una minoría— se regían en una especie de democracia directa (en contra de los que algunos han creído y creen). El pueblo solamente fue un actor pasivo y subordinado, cosificado por otros intereses.

Con la formación del Estado liberal, se impuso el capitalismo (aunque ya se dio los primeros coletazos con el llamado «despotismo ilustrado» del siglo XVIII). Durante el Antiguo Régimen la Iglesia poseía un tercio de todas las tierras penínsulares, era uno de sus máximos terratenientes, y los liberales del XIX expropiaron gran parte de estas tierras para venderlas y sacar más provecho de ellas. Como hiceron lo mismo con los bienes comunales de los municipios, empujando a la proletarización de miles y millones de campesinos. Pero todo esto es después, con las Desamortizaciones de Mendizabal, en los años treinta del siglo XIX, y las de Madoz, a mediados del siglo.

Fue lógico, en cierto sentido, que el pequeño propietario rural del norte apoyase al carlismo, ya que se les decía que con Don Carlos las reformas hubiesen sido de otra manera. Teniendo en cuenta que durante la llamada Segunda Guerra Carlista, o de los matiners, a las partidas guerrilleras de éstos (tras la Revolución de 1848 en Francia) se uniesen otras guerrillas republicanas y con apoyo del Partido Progresista. Los liberales estaban divididos (depués de la muerte de Fernando VII) en dos partidos, el Moderado y el Progresista. Aunque divergiesen en algunos aspectos como el papel que la Corona debía ejercer... Es cierto que sus componentes pertenecían a las élites sociales del momento (y al frente de ellos había militares), y que la burguesía que durante el Antiguo Régimen había tenido un lugar secundario, pasó a ser el sector dominante con el Nuevo Régimen. Aunque la nobleza siguió teniendo influencia, riqueza y poder, igual que anteriormente. Las clases dominantes fueron y son las mismas.

Para el campesinado español, como al proletariado urbano, el cambio de régimen no le supuso ningún beneficio. Igual que estaban fastidiados y explotados antes, lo estuvieron después. Pero la Iglesia, sibilina como es, fue recompensada con el regimen liberal, a pesar de las desamortizaciones, recibió otros beneficios. Con el Concordato de 1851 la Santa Sede reconocía el sistema liberal (aunque algunos curas siguiesen apoyando a los carlistas). Es más, los mismos carlistas reconocieron el sistema constitucional y abandonaron todas pretensiones absolutistas.

Aunque pudiesen tener los mismos motivos sociales los diferentes levantamientos populares decimonónicos (y, también, del siglo XX), los objetivos eran muy diferentes. No fueron lo mismo los porqués del pequeño propietario rural del norte que el de los jornaleros y braceros del sur, o el del proletariado industrial catalán. Recordemos que durante la Guerra Civil de 1936-39, una buena parte del campesinado castellano, gallego o navarro apoyó a los franquistas, y el campo andaluz y manchego, al bando republicano. Sin contar las diferentes organizaciones sociales, sindicales y políticas de todos.

Hace unos días, el obispo de Cádiz propuso recuperar los antiguos diezmos... ¡Este clero con el dinero, esponjas son! Sebastián Miñano en su libro de 1820, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán, sobre la situación del campesinado en tiempos de Fernando VII, durante los años que abolió la Constitución de 1812, nos explica en que consistían los diezmos a la Iglesia y al Rey:
«En cuanto asoma el verano y las mieses empiezan a ponerse amarillas, ya tiene usted a su puerta un lechuzo vestido de negro, con una sotana muy larga (...) y sin preguntar ni una palabra relativa a lo que se ha gastado en la siembra, ni en la labor, ni en el abono, ni en la era, ni el acarreo, ni en nada de lo que huele a partida de data, abre su cuaderno, y presenta un cargo de la décima parte de lo que se ha cogido, Usted se queda aturdido de ver que el tal sopistón trae ya ajustada la cuenta hasta por cuartillos de lo que monta la cosecha, y sin más ni más le da a usted la comisión de trasladar a la cilla el diezmo de lo que entre en el granero. (...) Apenas se ha salido el lechuzo negro, cuando se asoma por la puerta otro, vestido de lana gris (...) Echa su “Deo gracias” por delante, y sin pedir nada por amor de Dios, dice que viene por la limosna del convento de San Francisco. No hay que pensar que con un “Perdone, hermano”, o con un ochavo roñoso se sale de aquel apuro, porque a lo menos se ha de llenar el tercio de un buen costal que descansa a la puerta sobre una pollina (…) Detrás del lechuzo gris viene otro vestido de color tabaco, con un capuchón terrible y unas barbas que le llegan hasta la cintura; saluda con la cabeza (…) y empieza a conmover al alma de la casa, refiriendo los apuros en que se ven los benditos religiosos con motivo de haberse acabado ya el trigo destinado para el año y que, como la regla de nuestro padre no permite que ellos toquen físicamente el dinero, viene a pedir en especie, aunque no sea más que fanega de grano de cada vecino (…) En pos del de la capucha entra el hermano motilón, mandadero de las monjas de la esquina, el cual, sin arengas ni cumplidos, dice que viene por lo acostumbrado y carga con igual pitanza que los otros (…).

»Claro es que, con estas idas y venidas, el granero ha llevado un toque más que mediano, pero ni siquiera hemos empezado a contar las socaliñas. Aún falta pagar la renta de las tierras arrendadas a los monjes del desierto. (...) Verdad es también que estos anacoretas suelen ser muy suavecitos con los que retrasan sus pagos, pues lo más que hacen es ponerles por justicia, hacer que los metan en la cárcel, embargarles hasta la cama en que duermen y dejar a la inclemencia a toda la familia. Esto sólo se verifica cuando no tienen el señorío del pueblo, pues en este caso, que es el más frecuente, no necesitan interpelar otra autoridad que la suya (...).

»No bien han concluido los lechuzos eclesiásticos de exigir sus respectivos cuantaques, cuando se presentan los lechuzos seculares a cobrar los repartos de las contribuciones reales. Allí es el ver los semblantes del escribano y del alguacil con su varita en la mano, que es signo de la dulzura; y allí el temblar de las piernas de todos los penitentes, que saben cuasi de fijo dónde han de pasar la noche. El cuaderno contiene muchas cosas tan justas como curiosas, porque ahínda del reparto de la contribución se le piden al vecino los de riegos de las heredades que se secaron, los de la guardería del campo que se arrasó antes de la cosecha (...); los derechos de la sal, los de la alcabala, la sisa, la paja y utensilios, y otras mil preciosidades que, con diversos nombres y apellidos, se han ido aumentando cada año.»

1 comentario:

  1. Al Sr. Félix Rodrigo "Moa" sólo le interesa el pueblo llano cuando está de rodillas gritando ¡Viva las cadenas!... Pero si se alza contra caciques y curas entonces deja de ser "espiritual" y se convierte en populacho.

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