martes, 10 de julio de 2012

Enragés et sans-culottes

«La Revolución no es un simple cambio de gobierno. Es la toma
de posesión por parte del pueblo de toda la riqueza social.»
P. KROPOTKIN

HOMENAJE A LOS ANÓNIMOS
(La Revolución Francesa)

«Tú no tienes experiencia de la Revolución, y no sabes lo que puede pasar en una Comuna cuando ordena el toque de generala y repicar a rebato», le comentaba un veterano sans-culotte a un joven guardia nacional en la noche que cayó Robespierre. Meses más tarde, en mayo de 1795, empujados por el hambre y las desigualdades que la Revolución no consiguió erradicar, una muchedumbre proveniente de los barrios humildes de París asalta, una vez más, la Sala de Sesiones de la Convención. En la trifulca se dispara contra un diputado, se le decapita y exponen sobre una pica su cabeza al presidente de la asamblea. Entre la multitud un ciudadano se dirige a los demás diputados y les grita: «¡Marchaos todos! ¡Vamos a formar la Convención nosotros mismos!». Y otra voz dice: «Queda suspendido todo poder que no proceda del Pueblo». A estos sucesos se les conoce en historia como las jornadas del Pradial, que fueron brutalmente reprimidas por las tropas militares bajo las órdenes de la burguesía termidoriana. Esto supuso el fin del movimiento popular de los sans-culottes, protagonistas directos de la Revolución Francesa.

La sublevación urbana antes descrita fue claro ejemplo del derecho irrefutable a la insurrección de todo pueblo contra sus mandatarios infieles. Fue la última de una serie de movilizaciones populares, que se iniciaron con la Toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. En el verano de 1791, se manifestaron contra el rey, tras su intento de huida, en el Campo de Marte. Protagonistas importantes en el Asalto a las Tullerías del 10 de agosto de 1792 que puso fin a la monarquía. Apoyaron a los jacobinos rodeando la Convención para detener a los dirigentes girondinos durante las jornadas revolucionarias del 31 de mayo al 2 de junio del 1793. Así como artífices de la campaña de descristianización, de los diferentes motines por las subsistencias y su participación activa en la Comuna. Todo esto formaba parte del concepto de soberanía popular, tal como lo entendían los militantes sans-culottes.

De aspecto desaliñado, los sans-culottes se distinguían por su forma de vestir pantalones de paño a rayas (las calzas cortas eran propías de los ricos), una chaquetilla llamada carmañola y el gorro frigio símbolo de la libertad; también es un emblema la pica en la mano, que recuerda al Pueblo en armas. Otra cosa que les diferenciaba era su forma de hablar mediante el tuteo igualitario, al contrario del rígido protocolo clasista de tratar de «vos» o «Señor». En su mayor parte eran artesanos y tenderos, aunque también hubiese asalariados y algunos campesinos.

Muy en consonancia con el programa de los «enragés» (quienes les influyeron bastante) sus aspiraciones sociales consistían en un reparto más equitativo de la riqueza y la total eliminación de las distinciones sociales. Del derecho a la existencia a la igualdad de goces y la limitación de las propiedades, el derecho a la asistencia pública y la educación, que coincidieron con las reivindicaciones del muy posterior movimiento obrero. Presionaron al gobierno revolucionario para que aboliese el libre mercado y las grandes fortunas; la tasación de los productos de primera necesidad y el curso forzoso del papel moneda o asignado, que era más fácilmente asequible que las monedas de oro y plata.

Organizados en sociedades populares, intervienen los sans-culottes en las asambleas generales de Sección (las secciones eran circunscripciones electorales y subdivisiones administrativas del municipio o Comuna). Desde ellas deliberaban sobre los asuntos locales, y formaban sus comités revolucionarios o de vigilancia que sustituyen a los comités civiles burgueses. En las asambleas primarias eligen a sus delegados para el Consejo General de la Comuna o ayuntamiento. Para evitar posibles maniobras fraudulentas votaban a mano alzada, levantados o sentados y por aclamación. Los representantes elegidos estaban controlados desde abajo y podían ser destituidos si no llevaban a cabo las resoluciones acordadas. En el caso probable de un dominio reaccionario, las secciones confraternizaban entre sí uniendo sus respectivas asambleas. Tenían sus propias tropas y comités de guerra, constituyeron el ejército revolucionario o milicias donde elegían a sus mandos y oficiales afectos a la Revolución.

La autonomía de las secciones, su democracia real y el federalismo Comunal, asustó al gobierno centralista de los Comités de Salvación Pública y de Seguridad General durante el Régimen del Terror. Eliminados los «enragés» y «hebertistas», los jacobinos burocratizaron los comités revolucionarios, disolvieron las sociedades y milicias y redujeron las asambleas. Los «termidorianos» y el Directorio rematan la faena.

La Revolución Francesa de hace dos siglos supuso el final de la monarquía absoluta y del privilegio feudal del Antiguo Régimen y el inicio del Estado liberal actual, con sus antagonismos sociales. Fue una revolución burguesa para acceder al Poder político, el económico ya lo controlaban de antemano. Los burgueses se apoyaron en el Pueblo, sin el que pudieron hacer algo, cuando ganaron traicionaron a los descamisados sin contemplaciones.

Pero también, aunque muchos historiadores ni lo mencionen, fue uno de los primeros intentos de la Edad Contemporánea donde se aplicó la democracia directa como máximo exponente del principio de soberanía popular, contrapuesta a la ficción parlamentaria de la democracia representativa, que lamentablemente conocemos hoy en día.

Con esto se ha intentado homenajear a los héroes anónimos que lucharon por el lema revolucionario, aunque actualmente tergiversado, de LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD.

¡Salud!


«ENRAGÉS»

A diferencia de la burguesía revolucionaria, hubo una serie de personas que conocían directamente la situación miserable del Pueblo. Fueron los portavoces de los descamisados de las secciones y sociedades populares. Reclamaban una mejor política social a favor de los pobres: tasación de los productos básicos, circulación del asignado, requisa de los granos, limitaciones a los ricos y la eliminación de los especuladores que se beneficiaban a costa del Pueblo. Eran los «enragés» (los rabiosos) que se atrevieron a atacar directamente a la burguesía y abogaban por una democracia popular y la nivelación social y económica.

El más conocido fue el ex cura Jacques Roux (el cura rojo), que al comienzo de la Revolución participó en la quema de castillos nobiliarios. Abandonó el sacerdocio y fue uno de los líderes de la Sección de los Gravilleros. Formó parte del Consejo General de la Comuna de París y fue la voz radical de los más necesitados. Su fama creció durante la crisis económica y la escasez, hasta terminar molestando a los jacobinos que le hicieron preso; antes de ser guillotinado prefirió suicidarse. Otros dos famosos «enragés» fueron Teóphile Leclerc y Jean Varlet. El primero se hizo notar como un gran orador que atacó a la monarquía; hizo causa común con Jacques Roux en el tema social y criticó al gobierno revolucionario; fue denunciado por los jacobinos y tuvo que alistarse para el frente para salvar su vida. Jean Varlet se hizo famoso por arengar en los suburbios a los transeúntes desde una banqueta o tarima rodante, a diferencia de los otros dos, su discurso era más político que social; cuando la dictadura jacobina empezó a perfilarse y limitó el número de asambleas generales de las secciones, protestó y fue detenido; la defensa de los «sans-culottes» logró su liberación, pero quedó prontamente neutralizado.

También podemos añadir a una predecesora del feminismo, la actriz Claire Lacombe que encabezó el Asalto de las Tullerías. Formó parte de la Sociedad de Republicanas Revolucionarias que invadieron la Convención, y se atrevió a tratar de «Señor» (que era un insulto) al mismo Robespierre. Los jacobinos enojados disolvieron la sociedad y terminaron encarcelándola.

El Aullido, nº 16. Julio de 1997.

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