jueves, 25 de octubre de 2012

Objetivos catalanistas sobre el movimiento obrero


     [Ahora que está caliente el tema del enfrentamiento entre el separatismo catalán y el centralismo españolista —dos problemas nacionales cada cual más absurdo—, recuerdo un texto de los Diarios de Azaña, sobre un encuentro de éste con, el que fue presidente de la Generalitat, Companys, allá por el verano de 1934 en un balneario...]

       (…) He referido las circunstancias de aquel viaje en Mi rebelión en Barcelona. Añadiré aquí algún dato. Uno es el relativo a la visita de Companys. El Presidente de la Generalidad estuvo una tarde en el balneario, a cumplimentarme. Hablamos largo y tendido. De toda la conversación noté tres puntos principales: 1.º La persuasión de que la autonomía de Cataluña estaba en peligro. 2.º El convencimiento de que habían, por el pronto, alcanzado una victoria sobre el Gobierno de Madrid, aunque abrigaba dudas sobre la duración y solidez del triunfo. Lo más extraño es que, después de tantas bravatas, la Generalidad no estaba descontenta del Gobierno Samper, del que habían obtenido ventajas en el traspaso de algunos servicios. Y 3.º El exaltado nacionalismo del Presidente, ahora más fervoroso, o más franco todavía, que cuando nos vimos en Madrid. Companys me repitió verbosamente los más sobados tópicos del nacionalismo de Prat de la Riba o del doctor Robert. No faltaba ninguno, ni siquiera el que la Península es una meseta estéril rodeada de jardines; que el pueblo castellano produjo en otros tiempos un tipo de hombre «delante del cual hay que quitarse el sombrero», pero ha degenerado, y ahora las cualidades cívicas y humanas residen en los nacidos en la periferia. No me habló de «la tierra y los muertos» porque no creo que Companys haya sabido nunca de Barrès, pero se le conocía mucho lo reciente de su impregnación nacionalista y la desenvoltura con que la aceptaba. Sobre la utilización política del nacionalismo, me dijo algo de muy singular: Había que exaltar el ideal patriótico de Cataluña, como una fuerza unificadora de los catalanes, para contrarrestar la escisión de clases. Pudiera creerse que Companys se hallaba en las menguadas posiciones de quienes se imaginan que un problema de carácter general, permanente, cambia de carácter y de valor con estrechar los límites geográficos dentro de los que se plantea. Sobre todo, si en el área así marcada vive un pueblo a quien se le hace creer en su condición privilegiada, excepcional. Por ese camino parece echar Companys. Lo mismo piensan de su país los nacionalistas vascos. De creerlos, allí no hay lucha de clases; ni existe motivo para que las haya, de «patriarcales» que son. Naturalmente, los empresarios salen ganando. No podía ser esa la intención de Companys que, personalmente y por su partido, ha procurado dejar siempre muy borrosas las fronteras políticas con el proletariado. Es preciso estar habituado al ejercicio de traducir, al lenguaje común y claro, las tergiversaciones y los sobreentendidos de la política barcelonesa. Detrás de aquella exaltación del patriotismo catalán, para contener las escisiones de clase, había la necesidad y la dificultad de imbuir el catalanismo en la porción más numerosa del proletariado de Cataluña. Otros han dicho más claramente: «Hay que catalanizar el campo». Es decir, que tanto el campesino como el obrero industrial fuesen, antes que marxistas o sindicalistas, nacionalistas. Antes que Marx o Sorel o Bakunin, Ramón Berenguer IV o Macià… Durante la guerra, se han visto en Barcelona algunos ensayos de esa táctica. Era la peor ocasión y el resultado parece ínfimo, porque una de las consecuencias, no de la guerra, sino de la insurrección confederal y anarquista, ha sido la de sumergir al catalanismo y relegar a los políticos nacionalistas a una impotencia que inspira compasión.

MANUEL AZAÑA,
Diarios completos III. Monarquía, República, Guerra Civil.
«CUADERNO DE LA POBLETA (1937), 4 de julio».
Editorial Planeta DeAgostini, S.A. (2011) (Págs. 1028-1029)

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