domingo, 5 de mayo de 2013

La cicatriz enconada de la falsa contradicción

Agustín García Calvo

Importa, también políticamente, atender a la noción misma de «oposición» o «contraposición», cuando se presenta bajo esa forma «izquierda/derecha». Bien me consta, porque me lo han contado, que el uso político de ese par de términos y su contraposición procede de la colocación de representantes políticos en algún Congreso o Parlamento de Inglaterra o de sabe Dios dónde; pero la cosa viene de mucho antes, como se revela en las pinturas del Juicio Final de que están aún llenas nuestras Iglesias, o, lo que es lo mismo para el caso, nuestros Museos: pues ahí es evidente que los condenados están a un lado del Señor y al otro los Salvados; lo normal (o legal) es que los Salvados estén a la mano derecha del Señor (lo mismo que su hijo unigénito) y los condenados a su mano izquierda, que siempre, en muchos sitios y desde que tenemos registro de ello, ha sido, no se sabe por qué, la mano mala, la funesta, la siniestra. Pero el caso es que, si las cosas están así dispuestas en la pintura, en cambio, si se tiene en cuenta a sus feligreses (que «en principio» no están ni condenados ni salvados todavía), si se ven las cosas desde el lado del espectador, entonces… ya se sabe, como el espejo: la derecha es la izquierda y la izquierda, la derecha. Hay sólo que añadir, para precisar aún más, la consideración de la postura del propio pintor o imaginero, que evidentemente tiene que haber resuelto un profundo conflicto en el momento de decidir que la mano derecha del Señor va a estar por donde su propia mano izquierda, esto es la del que pinta, ya sea que lo haga con ella, si es más o menos zurdo, o que lo haga con la otra.


Las implicaciones en el campo político inmediato (y falso: se trata de la política de los políticos, que es la contrapuesta a la que haría el pueblo, si existiera; y que es la que hace, aunque y porque no existe) de las consideraciones elementales que arriba he referido, son tan claras y palpables para cualquiera, por poco ingenuo que se mantenga, que no merece la pena perder mucha más tinta ni papel en desarrollarlas.

Lo que arriba hemos estado haciendo es, en resumen, poner al descubierto la cicatriz enconada de la falsa contradicción, por si ello puede servir a que reviva la contradicción verdadera, la herida del pueblo, de la vida, de la razón, que late por debajo de esa cicatriz siempre cerrada en falso. Pues hay una contraposición de mentiras que es por ejemplo esa con la que los políticos entretienen a las masas de individuos en tanto que les llega la muerte prometida, y que no hace más que disimular la verdad, que el pueblo murmura siempre por lo bajo, de que los unos son los otros y que da lo mismo con qué nombre, «izquierda» o «derecha», se disfracen los servidores Estado y Capital. Y hay una contradicción de veras, que es la que, con ejemplos de espejos y pinturas, tratábamos de descubrir: es la que opone siempre, de maneras cambiantes para ser la misma, eso que no existe, no se sabe, no se cuenta, a lo que malamente aludimos con palabras como «pueblo», con eso otro que sí existe y, en su ideal, está destinado o condenado a existir, cambiando, eternamente; es la que opone la voz de los Prohombres y Ejecutivos de Dios, que por tribunas y ondas televisivas proclaman la diferencia entre los unos y los otros, zurdos y diestros, blancos o negros, salvados o condenados, a esa otra voz que sigue impenitentemente sonando por lo bajo y declarando que todo eso son engaños y trampantojos, para distraer con las falsas oposiciones y tratar de que así no se sienta la verdadera; que se sigue sintiendo a pesar de todo.

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