domingo, 9 de junio de 2013

La crisis turca destapa una sucesión de agravios del Gobierno contra la población

Un nuevo jardín emerge donde comenzaron a trabajar las excavadoras.
MANUEL MARTORELL | 8 de junio de 2013

Incluso hablando con personas que han vivido directamente los acontecimientos de Taksim o leyendo las crónicas de los propios analistas turcos, resulta extremadamente difícil saber quién está detrás de la revuelta turca, equiparable para unos a la Primavera Árabe y para otros al movimiento español de los indignados. Pero, frente a estas comparaciones, la realidad es que el estallido de Taksim ha destapado una acumulación de agravios por parte del Gobierno turco contra distintos sectores de la población.

A falta de una clara clasificación sociológica de las manifestaciones que se han extendido por todo el país, provocando ya cuatro muertos y más de 4.000 heridos, sí se podrían delimitar las siguientes reivindicaciones que han vuelto a exteriorizarse con una crisis iniciada cuando las excavadoras comenzaron a derribar árboles en un parque próximo a esta emblemática plaza de Estambul.

Una ciudad más humana 

Tras la defensa del parque Gezi, origen de las protestas, existe un choque entre dos formas de entender la ciudad de Estambul. Quienes se oponían a la construcción de un centro comercial sobre esa zona verde también rechazan otros grandes proyectos urbanísticos, marcados por su carácter especulativo, inmobiliario y financiero. Entre ellos destacan el tercer puente sobre el Bósforo, el canal que unirá el mar Negro con el de Mármara, las dos nuevas ciudades que se ubicarán, con un millón de habitantes cada una de ellas, en sus extremos y el tercer aeropuerto, además de otros planes menores que, bajo el ropaje de programas de mejora y rehabilitación, ponen en peligro la arquitectura tradicional de la ciudad.

Defensa de la idiosincrasia de Taksim 

Toda la zona de Taksim tiene una forma de vida propia, más liberal y moderna que el resto de Estambul, siendo un lugar donde las distintas minorías se pueden expresar con mayor libertad. Destacan, además de los cristianos, la presencia de kurdos, alevis y simpatizantes de los grupos de izquierda. Todos ellos sienten como una amenaza la mezcla de islamismo y nacionalismo turco personificada en el primer ministro Tayip Erdogán. No es extraño, por lo tanto, que los kurdos hayan tenido un protagonismo especial en esta protesta, siendo uno de sus diputados, Sirri Sureya Onder, quien consiguió parar los trabajos para remodelar el parque plantándose delante de las excavadoras, como tampoco ha sorprendido que los acampados hayan dedicado simbólicamente una calle a Hrant Dink, el periodista armenio que, como ha ocurrido con otros miembros de esta minoría, fue asesinado por ultranacionalistas turcos. Los alevis, por su parte, llevan años manifestandose para que Erdogán les reconozca como religión. Bautizar al tercer puente del Bósforo con el nombre de Sultán Selim, verdadera «bestia negra» para los alevis, ha sido un agravio más contra esta corriente musulmana heterodoxa enfrentada al sunismo mayoritario que en Turquía practican más de diez millones de personas.

Sirri Sureya ante las escavadoras.
Rechazo a una islamización rampante 

Desde hace años, el Gobierno ha utilizado la legitimidad que le da la mayoría absoluta en el Parlamento para ir imponiendo normas religiosas suníes que, en el fondo, buscan modificar la vida cotidiana de todos los turcos. Los prohibitivos impuestos al alcohol, las restricciones a su consumo, las clases de Corán en Secundaria, la introducción de temarios religiosos en la selectividad universitaria, la presión para que la mujer vista de forma «más decente» o la eliminación de subvenciones para actividades artísticas de vanguardia son algunas de ellas. Resulta, por ejemplo, significativo que con el plan de remodelación de Taksim desaparezca el Centro Cultural Ataturk, conocido por albergar representaciones de ópera y ballet, mientras se tiene previsto construir una mezquita. El símbolo de esta ostentación religiosa, para muchos también del modelo político al que se quiere conducir a todo el país, es la gigantesca mezquita que ya ha comenzado a levantarse en el monte Camlica. A semejanza de la Mezquita Azul tendrá seis minaretes, pero ocupará 15.000 metros cuadrados, tendrá capacidad para 30.000 personas y emergerá dominante sobre todo el área metropolitana.

Acabar con la impunidad policial 

Pese a que Tayip Erdogán, cuando llegó al poder, prometió «tolerancia cero» contra la tortura, los datos recopilados por la Asociación de Derechos Humanos (IHD) revelan que la Policía sigue actuando con gran impunidad. El hartazgo hacia la actuación policial ha sido uno de los principales motivos por los que cientos de miles de personas se han lanzado a las calles por todo el país. Una encuesta realizada por profesores de la Universidad Bilgi de Estambul, que se realizó los días 3 y 4 de junio, revela que el 90 por ciento de los concentrados en la plaza de Taksim lo habían hecho como reacción a la brutalidad de las fuerzas antidisturbios y por la repetida violación de los derechos humanos.

Libertad de expresión

Con el actual Gobierno, miles de páginas Web han sido clausuradas bajo la excusa de defender a la infancia frente a la difusión de mensajes inmorales. Razones muy parecidas han llevado a la prohibición de libros que defienden las teorías evolucionistas de Darwin, mientras que la ley antiterrorista en vigor permite a Turquía colocarse en los primeros puestos del mundo por el número de periodistas encarcelados —en la actualidad 76—. Uno de los hechos que más ha indignado a los concentrados es el silencio de las grandes cadenas de prensa y televisión, que se han comportado en esta grave crisis igual que lo hacían bajo la anterior hegemonía de los militares, ocultando a la opinión pública de forma descarada lo que estaba ocurriendo. Tayip Erdogán también ha puesto en el punto de mira a las redes sociales al considerarlas una amenaza para la seguridad nacional.

Oposición al presidencialismo

Tayip Erdogán está decidido a convertir el actual sistema político parlamentario en otro de carácter presidencialista, en el que el jefe del Estado aumente considerablemente sus competencias en detrimento de la representación parlamentaria. Erdogán y sus seguidores argumentan que, de esta forma, podrá introducir las reformas políticas que este complejo país necesita de forma más efectiva. Sus detractores, sin embargo, temen que precisamente utilice este mayor poder presidencial para intensificar el proceso de islamización. Este hecho y su conocida pretensión de expandir el «modelo turco» a otros países musulmanes que antiguamente pertenecieron al Imperio Otomano le ha granjeado la acusación de querer resucitar la idea del sultanato.

Resulta obvio que no se pueden comparar los acontecimientos de Turquía con los de Túnez, Egipto y Libia, pero sí tienen gran similitud con las manifestaciones que se registraron en Marruecos y Argelia, que también fueron incluidas en el concepto de Primavera Árabe. Todos esos países, y de forma especial Siria, tienen sistemas políticos diferentes, pero en estas revueltas populares existe un elemento común: el rechazo a unas estructuras autoritarias enquistadas en el aparato del Estado. Turquía no se puede comparar con los otros países y no sólo porque los turcos tengan una cultura y una lengua distintas a la de los árabes; su estructura demográfica, social y económica también son diferentes; pero en todas los casos, y también en la Primavera Turca, el principal objetivo es acabar con formas de gobierno propias de una dictadura para instaurar una auténtica democracia.

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