sábado, 22 de junio de 2013

Majnovistas en España

En el libro del sociólogo argentino Christian Ferrer, Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable, en el último capítulo titulado «Una moneda valaca. Sobre la resistencia partisana» expone algo llamativo que trata sobre los componentes en el exilio de lo que fue la guerrilla majnovista ,los cuales vinieron como brigadistas internacionales durante la Guerra Civil española. Estos ucranianos, que junto a bielorrusos y polacos, formaban la compañia comandada por el teniente Taras Shevchenko, dentro del Batallón Palafox de la XIII Brigada Internacional, que cruzó los Pirineos tras la caída de Cataluña, y que participaron en la Resistencia contra el nazismo:

La guerra fue un holocausto también para la diáspora antifascista de los años veinte y treinta. Los revolucionarios húngaros de Bela Kun, los campesinos ucranianos de Majnó, los marineros de Hamburgo, los fugitivos de los fascismos balcánicos, italianos y alemanes, y los internacionalistas que fueron a la Revolución Española, todos continuaron su cruzada en la Segunda Guerra Mundial al lado de los maquís y a veces integrados en los ejércitos aliados. A las Brigadas Internacionales de España acudieron 35.000 hombres y mujeres desde cincuenta y cuatro países, incluyendo chipriotas, etíopes, australianos, tunecinos, martiniqueses, canadienses y centroamericanos. Algunos llegaron de más lejos aún: en Cataluña, 1937, la Compañía Internacionalista Shevchenko estaba formada por unas decenas de sobrevivientes ucranianos del ejército anarquista de Nestor Majnó que había cruzado en 1921 la frontera ruso-rumana a caballo. En 1945, cuando bajan sus armas en el Languedoc, todavía conservaban la moneda revolucionaria acuñada por Majnó veinticinco años antes. ¿Qué historias le contaría en 1924 Nestor Majnó —que entonces trabajaba en una carpintería de Paris— a Buenaventura Durruti antes de que éste fuera encarcelado en la Conciergerie, en la misma celda que ocupó Maria Antonieta? Todas estas razas hoy extinguidas, especimenes de un arca que nunca encontró su Ararat, eran testigos y portadores de utopías amonetarias: en las comunidades catalanas o en las brigadas partisanas se experimentaba con numismáticas de nuevo cuño. Orwell recuerda que cuando llegó a Barcelona en 1936 el sindicato de mozos había prohibido las propinas. Tierra adentro, en Aragón, directamente se había abolido el dinero.

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