miércoles, 30 de octubre de 2013

El contrato de trabajo de apoyo a emprendedores


Por Jose Luis Carretero Miramar

El contrato de trabajo de apoyo a emprendedores es una reciente, y polémica, creación de la última gran reforma laboral. Esta figura ha sido recurrida ante el Tribunal Constitucional por los sindicatos, por las razones que explicaremos posteriormente.

Según la dicción de la ley, esta forma de contratación tiene las siguientes características:

—El acuerdo se concertará por tiempo indefinido y a jornada completa, y ha de documentarse por escrito en su modelo oficial.

—Sólo pueden utilizarlo empresas que empleen a menos de 50 trabajadores en el momento de su firma (según el Instituto Nacional de Estadística, el 99,23 % de las unidades productivas de nuestro país).

—El contrato incorpora un período de prueba de un año, no negociable en convenio colectivo. No podrá establecerse este período de prueba si el trabajador ha desempeñado antes las mismas funciones en la empresa. Recordemos que el período de prueba es un espacio de tiempo durante el cual el empresario puede dar por finalizada la relación laboral sin explicitar más causa que su no superación (es decir, no tiene que probar nada) y, además, dicha finalización no implica la obligación de pagar indemnización alguna, ya que no es un despido ni la extinción de un contrato temporal.

—Esta modalidad de contratación se podrá celebrar hasta que la tasa de desempleo se sitúe por debajo del 15 %.

—No podrán realizarse contratos de este tipo en empresas que, en los seis meses anteriores a firmarlos, hubieran extinguido relaciones laborales por causas objetivas declaradas improcedentes, o hubieran procedido a un despido colectivo.

La norma que aprobó este tipo de contratación incorporó numerosos incentivos fiscales y bonificaciones a la Seguridad Social ligados a la misma en el caso de trabajadores de menos de 30 años, de más de 45, y de mujeres en los sectores en los que estén sub-representadas.

Se ha planteado, por parte de los sindicatos, la inconstitucionalidad de la incorporación de un período de prueba de una amplitud tal que, claramente, se convierte más en un mecanismo de generación de un espacio abierto a la posibilidad de un despido sin causa (ni indemnización) alguna, que a la comprobación de la aptitud laboral del trabajador. Además, se trata de un período de prueba de una duración fija, sin relación alguna con la dificultad o complejidad de las competencias que se pretenden probar, lo que muestra a las claras su real condición de mera excusa para permitir la resolución unilateral del contrato por parte del empresario, intentando la sustitución de empleo temporal por un empleo «fijo» de nombre, que en realidad no es tal.

Así, el contrato de apoyo a emprendedores se nos muestra como una vuelta de tuerca más en el proceso de precarización generalizada de nuestro mundo laboral, actuando frente a la «dualización» del mercado de trabajo por la vía de su superación aparente (el contrato es formalmente indefinido, y como tal figura en las encuestas) y su profundización real (el contrato incorpora un período de despido libre suficiente para que el empresario que lo desee pueda eludir los efectos de dicha fijeza, sin que eso le impida seguir utilizándolo subsiguientemente para efectuar una rotación acelerada del personal contratado).

Nuevas perlas de la última reforma laboral, la última gran revolución del Derecho del Trabajo español que profundiza aún más la imparable deriva neoliberal de nuestra economía.

domingo, 27 de octubre de 2013

Se busca


MONCHO ALPUENTE

Una juez argentina ha resucitado a algunos de los peores fantasmas de la última década del franquismo para sentarlos en el banquillo y entre ellos ha reaparecido el alias de un torturador emérito de aquella policía política y social, la «social» como la llamaban sus víctimas. No tuve la desgracia de conocer personalmente a «Billy el Niño», un forajido de leyenda, negra, sin aureola posible.

No se quién le puso el apodo, a lo mejor fue el mismo o alguno de sus colegas en la infamia, un apodo injusto para este homínido antropoide, criatura bestial y antropomorfa, psicópata, sociópata sin escrúpulos especialmente adecuado para trabajos sucios que solo pueden llevar a cabo sin arrepentimiento algunos elegidos por sus bajos instintos.

Cuando en Portugal llevaron a cabo su fallida pero entusiasta revolución de los claveles, los miembros de la PIDE, policía política lusa fueron los primeros en ser perseguidos por sus víctimas, juzgados, condenados y públicamente escarnecidos. La obra de teatro favorita del público lisboeta durante los primeros meses de euforia, se llamaba «Pides na grelha» (policías a la parrilla) aunque se supone que algunas de aquellas sabandijas lograron escapar del cerco. Entre nosotros la Transición fue una transacción en la que servimos de moneda de cambio, transición de transigir, transición de traición. Atados y bien atados asistimos a una coyuntura infame en la que no se exigieron responsabilidades. En aquellos tiempos comenté que el hecho de que Fraga Iribarne, ínclito e imprescindible sicario del excelentísimo, hubiera sido elegido «democráticamente» presidente de Galicia equivalía a que en la Alemania de la posguerra hubieran votado al mismísimo Goebbels como presidente de Baviera.

Con el Borbón y cuenta nueva en España, a parte de cargar con una monarquía estéril y cleptómana heredada del dictadorcísimo, heredamos también a muchos de los antiguos dirigentes fascistas, a sus hijos e incluso a sus nietos. A Billy el Niño le pusieron por fin el cartel de «WANTED», en Argentina por supuesto, pero si se presenta ante los tribunales no tardará mucho en rehabilitarse, como el asesino ultraderechista, Hellín, fichado por la Guardia Civil, no como criminal sino como perito en crímenes ajenos.

miércoles, 16 de octubre de 2013

La lista de la infamia: Curas del 36 en Valladolid


Sábado, 12 de Octubre de 2013

En el año 1936, tras la sublevación militar, los párrocos de los pueblos tomaron mayoritariamente partido por los alzados, en quienes veían unos valedores que les iban a devolver el poder que detentaban antes de la llegada de la República. Bien sabían estos curas que el alzamiento era ilegal y que se estaba haciendo mediante el derramamiento de sangre inocente. Prácticamente en todas las localidades, falangistas y guardias civiles desleales detenían a las autoridades legales, a los dirigentes sindicales, a los obreros significados, a sus mujeres y a sus familiares, y los sometían a tratos inhumanos, golpeando, violando, robando y asesinando a muchos de ellos.

El mandato de los religiosos está bien claro para todos: su deber era detener la violencia, impedir los crímenes y acabar con la orgía de sangre que se desataba sobre la población civil, inerme e indefensa. Sin embargo, la Iglesia desoyó estos mandatos sagrados y alentó a sus párrocos a que se unieran al golpe, al que de inmediato bautizaron como Cruzada, otorgándole todas sus bendiciones.

Los curas tenían una gran autoridad moral. Allí donde se opusieron a los crímenes, éstos no se produjeron. Pero por desgracia para las víctimas, para sus familias, para los pueblos y para su propia imagen y la de la Iglesia, la gran mayoría de los curas apoyaron decididamente el alzamiento y sus procedimientos sanguinarios, y a veces no solo intelectualmente o dando su bendición a los asesinos, sino también materialmente, con las armas en la mano.

Cegada por la posibilidad de ejercer su poder sobre la sociedad entera, la Iglesia católica se dedicó a forzar la voluntad de los ciudadanos que se habían salvado de la muerte obligándolos a casarse por la iglesia, a bautizar a los hijos de los que no eran católicos cambiándoles incluso el nombre si no estaba en el santoral, a penalizar a las personas que no asistían a misa, llevando al día la relación de los que no se confesaban o no comulgaban. Daba igual que esas personas no fuesen creyentes o que profesasen otra religión. La iglesia católica reclamó para sí la obediencia debida de todos los ciudadanos y la obligatoriedad de las prácticas religiosas por las buenas o por las malas. La coacción, la amenaza, los malos informes que destruían la vida de la gente o el señalamiento de los que ellos denominaban «malos cristianos» fueron la seña de identidad de una Iglesia inquisitorial, cuyos ministros causaron mucho daño y dolor con sus actos o su pasividad.

Obligar a una persona a practicar la religión en contra de su voluntad está considerado sacrilegio por la propia Iglesia, lo que no fue obstáculo para que se implantase la religión de manera obligatoria en todo el país y a todos los niveles de la vida: en la enseñanza, las instituciones, las costumbres sociales y la vida personal.

En muchas localidades de nuestra provincia y en la propia capital, la actuación de los curas fue tan inhumana, tan cruel y tan alejada de lo que puede considerarse un comportamiento cristiano, que quedó impresa en la memoria de los vecinos. Estos curas, que por su posición hubieran podido mediar a favor de las víctimas, muchas veces aparecieron al lado de los verdugos, contribuyendo con sus acciones a empeorar la suerte de sus vecinos. Es una verdadera lástima que la iglesia católica pierda oportunidad tras oportunidad de desmarcarse de estos elementos, condenando sus acciones y pidiendo perdón por su actuación en aquellos años de crimen y terror.

LA ACTUACIÓN DE LOS CURAS SEGÚN LA MEMORIA DE LOS TESTIGOS

Juan Julián, párroco de San Ildefonso, en Valladolid, acudía a las Cocheras de Tranvías para catequizar por las buenas o por las malas a los allí detenidos, aunque se declarasen ateos, agnósticos o protestantes. Acudía a las sacas, dejándose ver por los presos, quienes por su presencia detectaban que iba a producirse un asesinato. Dos o tres curas de Los Filipinos solían acompañar a las patrullas falangistas en sus acciones. Llevaban camisa azul e iban armados. Se les llegó a conocer bien y se les reconocía por su tonsura y sus medallas y escapularios. Además eran los encargados de catequizar a los presos de Las Cocheras. Se llamaban el padre Tirso y el padre Baladrón. Sus homilías eran amenazadoras. Una frase que repetían continuamente y que quedó grabada en la memoria de los detenidos era: «Habéis pasado por una criba ancha; ahora pasareis por otra más fina, y al final no quedará nadie». Y hubo gente que se atemorizó y marchaba a comulgar, pensando que los curas darían buenos informes y que podrían salir, pero estaban muy equivocados, pues aquellos curas deseaban de verdad que no quedara nadie. (Testimonio de J. P. R., preso en Las Cocheras).

Padre Cid, adscrito a la Cárcel Nueva, impartía la misa obligatoria, descalificaba y humillaba a los presos e intentaba que recibieran los sacramentos cuando los iban a fusilar. Más adelante fundó un Patronato para menores, a donde fueron a parar muchos hijos de estos mismos fusilados; allí intentaba «reeducarles». Ese lugar, «Cristo Rey», se financió con el trabajo esclavo de los presos.

Rufino Caldevilla, párroco de La Magdalena y sobrino del canónigo Valero Caldevilla, acudió al Alto del León, presa de un ataque de patriotismo, según testimonio de J.L. Galindo, un falangista camisa vieja, que estuvo con él; iba armado. Es un alegre clérigo… me lo imagino disparando trabucos y no le cae mal la imagen… Cuando regresó a Valladolid y volvió a hacerse cargo de la parroquia, denunció a aquellos vecinos que bajo su punto de vista eran «indeseables». Anteriormente se había mostrado beligerante con los sectores de la izquierda, y cuando se produjo el golpe colaboró con eficacia: denunció personalmente a la familia de Heraclio Conde, quien fue fusilado junto con sus dos hijos varones (testimonio de Conde Conde).

Eladio Tejedor Torcida, párroco de Barcial de la Loma en 1936, estaba enfrentado con las gentes de izquierdas desde el advenimiento de la República. Cuando se produjo el golpe, el alcalde impuesto por los golpistas fue Vicente Vázquez de Prada, que era partidario de detener y entregar a los izquierdistas, pero se opuso a que los mataran. El cura insistió e insistió en la necesidad de «limpiar el pueblo, como se estaba haciendo en todos los pueblos de alrededor», y al final se hizo así. Este cura, tras inducir al asesinato del alcalde elegido, Modesto Rodríguez, obligó a la viuda a bautizar al hijo de éste y a cambiarle el nombre que su padre le había puesto (Besteiro). Otro acto de este cura fue el de casar in extremis al vecino Florencio Sinde, destrozado por las torturas recibidas, con brazos y piernas rotos e inconsciente en los calabozos del ayuntamiento de Barcial; este hombre estaba casado por lo civil, y antes de rematarlo, hizo que llevaran allí a su esposa y los casó religiosamente (testimonio de la esposa).

Florentino, cura de Bocigas, acompañaba a las patrullas de asesinos, según él para confesar a las víctimas.

Lorenzo Pérez González «Lucilina», fue uno de los máximos responsables de los hechos sangrientos ocurridos en el pueblo de Villabáñez. Mantenía un enfrentamiento directo con los vecinos de ideas izquierdistas y con la Corporación Municipal; intervenía en las cuestiones políticas, en los temas económicos, como la gestión de los montes comunales; impulsó un sindicato católico, con el que se enfrentaba a la Casa del Pueblo… El propio arzobispo Gandásegui llegó a decir de él que «había envenenado al pueblo». En 1936 designó a las víctimas y no movió un dedo para frenar la represión desatada contra los vecinos, aunque salvó al que le pareció oportuno, con lo que demostró que tenía poder para haber impedido la matanza.

José de Rojas Martín, ejercía como párroco en Castrillo Tejeriego, donde dio el visto bueno y firmó la lista de los que debían ser represaliados. La madre de este cura iba diciendo por el pueblo que «había que fusilar a los hijos de los detenidos, porque llevaban el mismo camino que sus padres».

Sergio Martín Martín, procedente de Medina de Rioseco, donde también colaboró en la elaboración de las listas de los que debían morir, estaba en Castromonte como párroco. En julio de 1936 se encontraba en Asturias, pero pudo regresar a mediados del mes de septiembre, y fue entonces cuando comenzó la represión en Castromonte. Muchos testimonios le atribuyen responsabilidad directa en muertes ocurridas en Rioseco y la zona de la Santa Espina, además de las ocurridas en Castromonte.

Ictinio, párroco de Tiedra, ayudó a elaborar las listas de víctimas; alentó a los falangistas de la localidad, y fue directamente responsable del asesinato de David Criado, un vecino que estuvo detenido y regresó al pueblo al finalizar la guerra.

Bibiano del Campo Mucientes, natural de Villalba de los Alcores. Estaba de párroco en Wamba en la época de la sublevación. Colaboró haciendo listas y también de manera material: él mismo llevó cuerdas para atar a los detenidos.

Pablo Rojo era párroco en Mojados. En los locales del ayuntamiento estaban detenidos medio centenar de vecinos. El día 25 de julio, los sublevados del pueblo decidieron asesinar a varios de ellos. El cura acudió a la prisión e intentó confesarlos con argucias y amenazas. A pesar de los ruegos de las familias y de la cantidad de huérfanos que dejaban y de que el cura sabía positivamente que todos eran inocentes y que los asesinatos se producían sin juicio ni asistencia de autoridad legal alguna, Pablo Rojo colaboró con los asesinos hasta que el último detenido subió al camión. Ese día 25 vecinos de Mojados fueron trasladados al puente que une los términos de Boecillo y Laguna de Duero y tiroteados allí. Algunos no fallecieron en el acto y cayeron al agua con vida. Por fin los remataron a todos. Uno de ellos, J.N. logró llegar herido, hasta el Coto del Cardiel, donde el guarda de campo lo remató con su escopeta.

Andrés del Amo, de Saelices. Fue un inductor fundamental de los crímenes cometidos en Villacarralón, donde era párroco, pues señaló a los vecinos que según él eran peligrosos. Años después de la guerra, vino al pueblo un cura nuevo. Estando en la plaza, un hijo de Petra Cimas, asesinada por una patrulla venida de otros pueblos ante los ojos de sus dos hijos, lo reconoció como integrante de una de las patrullas y se dirigió a él: «Usted bajaba de paisano a detener gente». El cura se llamaba Jesús Ceinos Casero, y fue reconocido por otros vecinos como uno de los hombres que iban sacando a la gente de sus casas en el verano de 1936, vestido con un mono azul y armado con un fusil.

Teodosio era el nombre del párroco de Quintanilla de Abajo. Cuando se pidió el indulto de los condenados a muerte dijo en la puerta de la iglesia ante muchos vecinos que si les conmutaban la pena, él quemaba la sotana.

CURAS EN EL FRENTE

La presencia de curas en el frente fue frecuente. Particularmente abundaron en la zona del Alto del León. Iban vestidos con mono y armados. Otros muchos iban de visita, acompañando a grupos.

Núñez, jesuita, coadjutor de la parroquia de San Juan, en Valladolid, marchó al Alto del León en julio del 36, integrado en el grupo de falangistas como combatiente. Este cura, bastante joven, murió en un bombardeo en el Alto del León a finales de julio de 1936. Juan Martínez, cura combatiente, murió en el frente.

Padre Nevares, jesuita: recibió en San Rafael a los falangistas que se iban a incorporar al frente en julio del 36. Al llegar al Hotel Regina, donde comían estas tropas, el padre Nevares vestía mono azul y llevaba casco y una gran cayada. Era beligerante y además confesaba a los voluntarios. Ramón Arregui Moliner, falangista, quiso confesarse con él tras una escaramuza en la que disparó y mató a soldados enemigos. Después relató, escandalizado, que el cura le dijo: «Eso no tiene importancia: es la guerra». Este cura estuvo siempre a la cabeza de las fuerzas golpistas en San Rafael, dando el beneplácito eclesiástico. Antes del golpe, había organizado en Valladolid las Cooperativas Agrarias de Derechas.

Pedro, un párroco natural de Castrillo de Duero, en julio del 36 se integró en un batallón falangista y marchó al frente. J.L. Martínez Galindo, que coincidió con él, dice que era «un cura guerrillero».

COSAS DE CURAS

Pedro Cantero Cuadrado, nacido en Carrión de los Condes, fue capellán de la Cuarta Bandera de Castilla. En una de sus arengas pronunció esta frase: «El general Franco es de origen providencial y carismático, y por tanto legítimo. Solo ante Dios y ante la Historia debe dar cuentas». Llegó a ser obispo de Huelva.

Ignacio Menéndez Raigada, autor del Catecismo Patriótico: «Yo soy cura, pero antes que cura, falangista». Fue capellán y confesor de Franco.

Enrique Herrera Oria: «Los masones matan niños menores de siete años y beben su sangre en un cráneo».

Fernando Martín Sánchez Juliá, «Secretario de Dios», cabeza de la Iglesia, escribió una pastoral: «De los frentes saldrá una nueva España. A nosotros nos toca ayudar al parto y educar a la criatura…».

Miembro del Colectivo Verdad y Justicia

Estampa vallisoletana de la posguerra,
en el centro el arzobispo de la ciudad
.

domingo, 13 de octubre de 2013

La Iglesia fue verdugo, no víctima


Vicenç Navarro


Estos días ha sido noticia la beatificación de 522 personas, referidas en la narrativa de la Iglesia Católica como mártires de la Guerra Civil, individuos considerados inocentes de cualquier mal que dieron su vida «en defensa de la fe católica y del mensaje de Cristo». Las autoridades eclesiásticas católicas se han movilizado para señalar que en ningún momento debe interpretarse esta beatificación —que es un homenaje a tales personas y reconocimiento del valor de su sacrificio— como un acto político. Tanto Monseñor Angelo Amato, cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, como Monseñor Josep M. Soler, Abad de Montserrat, subrayan este hecho en La Vanguardia (6-10-13, páginas 50 y 51).

Ahora bien, es difícil aceptar que, incluso en el caso de que no fuera la intención de estas autoridades (incluyendo el Vaticano, liderado por el nuevo Papa, que escogió llamarse Francisco y que Monseñor Amato representa) realizar un acto político, el hecho es que tal acto es un acto profundamente político que contribuye a la tergiversación de la historia que se ha escrito en este país, subrayando que la Iglesia fue víctima de una intolerancia y persecución religiosa por parte de las fuerzas republicanas. Se acentúa y se presenta a la Iglesia y a sus mártires como víctimas, cuando en realidad la Iglesia fue la que agredió la vida y el bienestar de la mayoría de la población de los distintos pueblos y naciones que constituyen España, causando más de un millón de muertos y miles de desaparecidos, muertes de personas asesinadas por las fuerzas de represión, incluidas las de la Iglesia, y cuyos familiares no saben el paradero de sus cuerpos. Según las estimaciones de la única investigación sobre los desaparecidos que ha realizado el Estado español (consecuencia de las gestiones del juez Baltasar Garzón, miembro de la Audiencia Nacional antes de que se le expulsara de dicho tribunal precisamente por su investigación sobre los asesinatos por parte del régimen, del cual la Iglesia Católica fue el eje central), el número de desaparecidos es de más de 114.000 personas, que fueron asesinadas por defender al gobierno democráticamente elegido. La Iglesia no solo no ha hecho nada para encontrarlos, sino que se ha opuesto a que se recuperara su memoria mediante la Ley de la Memoria Histórica. Mientras que homenajea a sus muertos, se opone y dificulta el encontrar a los muertos, de los cuales dicha institución es responsable.

Es más, es difícil creer que la Iglesia no sea consciente de la falta de veracidad de sus acusaciones frente a la República. No es cierto que hubiera en España persecución religiosa en tiempos de la República. Las iglesias protestantes y la religión judía continuaron sin ninguna intervención por parte del Estado y/o por movimientos sociales o fuerzas políticas afines a la República. No fue la religión el sujeto de animosidad, sino la Iglesia Católica, hecho que a la Iglesia Católica todavía le cuesta aceptar, ya que si lo acepta, tendría que contestar por qué la Iglesia Católica y no las otras religiones fue sujeto del enfado popular. No es cierto que los sacerdotes y los monjes fueran asesinados por sus ideas religiosas, tal como Monseñor Soler escribe en su artículo «Montserrat y los beatos en Tarragona» en La Vanguardia. Fueron asesinados por su pertenencia a una institución que había pedido que el Ejército se sublevara, conociéndose su animosidad a la República. En realidad, el Monasterio de Montserrat, supongo que en nota de agradecimiento, hizo un monumento, más tarde, a los «caídos por Dios y por la Patria», que estaba en la entrada del Monasterio hasta que más tarde fue desplazado a la parte trasera, con un monumento a los requetés carlistas de la Virgen de Montserrat.

La historia, marginada y ocultada por la propia Iglesia, muestra claramente el porqué de esta hostilidad, hostilidad que fue iniciada por la Iglesia. Fue la Iglesia Católica la que celebró y apoyó la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Y fue la Iglesia la que se opuso por todos los medios al establecimiento de la República, alentando a los católicos a rebelarse frente a esta. Las pastorales de la jerarquía católica explícitamente llamaban a tal rebelión; documentos (firmados por el cardenal Segura y por su sucesor, el cardenal Gomà) son muy representativos, y seguro que la jerarquía actual de la Iglesia y el Vaticano los conocen. ¿Cómo puede afirmar la jerarquía católica que la Iglesia era apolítica, cuando animó a los católicos a que se rebelaran, pidiendo explícitamente que el Ejército se levantara en contra del gobierno democráticamente elegido?

Era predecible que la gran mayoría de la ciudadanía, que apoyó el establecimiento de la República, primero, y la elección del gobierno del Frente Popular, después, tuvieran animosidad hacia la Iglesia Católica, pues esta, abiertamente, alentaba al Ejército a que hiciera un golpe militar frente a ese Estado y frente a ese gobierno. De ahí que es comprensible y predecible que cuando ocurrió el golpe militar, que la Iglesia Católica inmediatamente apoyó (definiéndolo más tarde como una Cruzada Nacional), grandes sectores de las clases populares expresaran su hostilidad hacia tal institución. La quema de iglesias (no hubo ninguna iglesia protestante o ninguna mezquita o ninguna sinagoga quemadas) y el asesinato de clérigos y personas identificadas con la Iglesia Católica eran la respuesta popular que ocurrió en los primeros tres meses cuando el golpe creó un vacío de poder. No fue una represión guiada por el Estado republicano. En realidad, una vez recuperado el control, en las zonas que continuaban bajo el gobierno republicano se interrumpieron estos actos.

Por el contrario, los asesinatos, mucho más numerosos, llevados a cabo en el lado golpista, fueron cometidos por los aparatos represivos del Estado fascista, que contó con la entusiasta colaboración, en su represión, de la Iglesia Católica. ¿No creen las jerarquías católicas españolas que esta actitud enormemente represiva iba en contra del mensaje de Jesús? ¿Creen, en realidad, que Jesús, que es, en teoría, su supuesta inspiración, hubiera apoyado tanto asesinato, premeditado y programado, para eliminar a personas cuyo único delito era haber apoyado a un Estado y a un gobierno democráticamente elegidos? ¿No creen que es de una crueldad suprema que los familiares de los muertos republicanos todavía hoy no sepan dónde están enterrados? ¿No creen que es profundamente injusto que ellos puedan homenajear a sus muertos cuando los vencidos todavía no saben dónde están los suyos? Y si en verdad los sacerdotes asesinados eran inocentes, ¿no cree la Iglesia Católica que deberían pedir perdón a los familiares de sus propios muertos, pues el comportamiento golpista de su jerarquía católica fue el responsable de que el enfado popular se canalizara en ellos, precisamente por su identificación con la Iglesia?

La respuesta descontrolada en contra de la Iglesia era lógica, pues la Iglesia era culpable de un comportamiento que podía predecirse que causaría miles de muertes. Debe condenarse tal expresión de enfado popular, pero su comportamiento no puede homologarse al del lado golpista, que fue una represión metódica de todos los aparatos del Estado, con el apoyo activo de la Iglesia. Acentuar el victimismo de la Iglesia como hacen las beatificaciones es, además de una tergiversación de la historia que todavía se reproduce en España, una ofensa a los perdedores de la Guerra Civil, que eran los que defendieron la democracia, y que debería crear incomodidad a toda persona con sensibilidad democrática. Mi esperanza es que el Papa Francisco lo vea así y que, en nombre de la Iglesia, pida perdón, no solo a su Dios, sino al pueblo español, al que hizo tanto daño.

Hoy, mientras la Iglesia y las derechas homenajean a sus muertos, la ONU acaba de enviar una delegación denunciando al Estado español por no estar haciendo nada para encontrar a los desaparecidos republicanos. Y el mismo Estado, sin lugar a dudas, estará representado en los actos homenajeando a los «mártires de la Iglesia». ¿No se avergüenzan de su comportamiento los representantes de un Estado que se presenta como democrático? ¿No se da cuenta la Iglesia de su incoherencia? ¿No ven la falsedad de su llamada a la reconciliación? Está claro que no se dan cuenta. Y que no se den cuenta es un indicador de que continúan siendo reacios a reconocer que la Iglesia Católica no fue víctima sino verdugo en aquel periodo de nuestra historia.


sábado, 12 de octubre de 2013

La lucha contra el Estado

¡Libertad o Muerte!
Majnó.


El hecho de que el Estado moderno sea una forma organizativa autoritaria sustentada en la arbitrariedad y la violencia sobre la vida social de los trabajadores es independiente de que sea «burgués» o «proletario». Descansa sobre el centralismo opresivo, surgido de la violencia directa de una minoría sobre una mayoría. Los resortes del Estado para imponer y fortalecer la legalidad de su sistema no son sólo las armas y el dinero, sino también potentes armas de manipulación psicológica. Con la ayuda de tales armas, un reducido grupo de políticos ejerce su represión psicológica sobre toda la sociedad y, en particular, sobre las masas laboriosas, condicionándolas para que desvíen su atención de la esclavitud instituida por el Estado.

Por eso debemos tener claro que si queremos combatir la violencia organizada del Estado moderno debemos adoptar armas poderosas, adecuadas a la magnitud de la tarea.

Hasta ahora, los métodos de intervención social usados por la clase trabajadora revolucionaria frente al poder de los opresores y explotadores (el Estado y el capital) en conformidad con las ideas libertarias, fueron insuficientes para llevarla a la victoria.

Ha pasado alguna vez que los trabajadores han vencido al capital, pero la victoria les ha sido arrebatada porque algún poder estatal ha surgido, uniendo los intereses del capital privado y del capitalismo de Estado para triunfar sobre los trabajadores.

La experiencia de la Revolución rusa ha expuesto claramente nuestros defectos en este sentido. No debemos olvidarlo, sino ponernos a identificar cuáles han sido esas deficiencias.

Debemos reconocer que nuestra lucha frente al Estado durante la Revolución rusa tuvo gran relevancia, a pesar de nuestra desorganización: tuvo gran relevancia en la medida en que contribuyó a destruir todo lo que concierne a esa odiosa institución.

Pero, por el contrario, nuestra lucha fue insignificante en lo tocante a la construcción de la sociedad libre de los trabajadores y de sus estructuras, que habrían permitido que prosperara fuera del alcance del Estado y de sus instituciones opresoras.

El hecho de que los comunistas libertarios o anarcosindicalistas no supiéramos anticipar las secuelas de la Revolución rusa y que falláramos en desarrollar al tiempo nuevas formas de vida social, llevó a muchos de nuestros grupos y organizaciones a vacilar en cuanto a la estrategia revolucionaria a adoptar.

Si queremos en lo futuro evitar caer de nuevo en los mismos errores cuando se presente una situación revolucionaria y para mantener la cohesión y la coherencia interna de nuestra línea organizativa, debemos en primer lugar agrupar todas nuestras fuerzas en una organización activa y seguidamente definir nuestra concepción constructiva económica, social, local y territorial, perfilándola al detalle (soviets libres) y, muy especialmente, describir con amplitud su misión revolucionaria básica en la lucha contra el Estado. La vida contemporánea y la Revolución rusa lo requieren.

Aquellos que hayan estado involucrados de verdad en las filas obreras y campesinas, participando activamente en las victorias y las derrotas de su campaña, sin lugar a dudas llegarán a nuestras mismas conclusiones, y muy especialmente en que la lucha contra el Estado debe mantenerse hasta que éste haya sido erradicado: deberán ser conscientes también de que el papel más importante en esa tarea es el de las fuerzas armadas revolucionarias.

Es esencial que la acción de éstas esté coordinada con el conjunto social y económico, así como que la población trabajadora se autoorganice desde los primeros días de la revolución de modo que pueda mantenerse fuera del alcance de todas las estructuras estatistas.

Desde este mismo momento, los anarquistas deben centrar su atención en este aspecto de la revolución. Tienen que estar convencidos de que si las fuerzas armadas revolucionarias están organizadas, sea en grandes unidades o en pequeños destacamentos locales, no pueden sino derrotar a los titulares y defensores del Estado y por ello crear las condiciones necesarias para que el pueblo laborioso desarrolle la revolución, de modo que se corte todo lazo con el pasado y se comience a examinar hasta el menor detalle el proceso de construcción de unas nuevas relaciones socioeconómicas.

El Estado será, sin embargo, capaz de de aferrarse a algunos enclaves locales e intentará interponer variados obstáculos en el camino de la nueva vida de los trabajadores, entorpeciendo el crecimiento y el desarrollo armónico de las nuevas relaciones basadas en la emancipación integral del ser humano.

La liquidación total y definitiva del Estado sólo puede producirse en la medida en que la lucha de los trabajadores se desarrolle en los parámetros más libertarios posibles, determinando los trabajadores por sí mismos las estructuras de su acción social. Estas estructuras deberán asumir la forma de órganos de autogestión económica y social, al modo de los soviets libres «antiautoritarios». Los trabajadores revolucionarios y, de éstos, los más avanzados (los anarquistas) deben analizar la naturaleza y la estructura de estos soviets y especificar para el futuro sus funciones revolucionarias. Y tener presente, sobre todo, que la evolución positiva y el desarrollo del anarquismo en las filas de aquéllos que deben liquidar el Estado por sí mismos a fin de construir una sociedad libre, dependerá de ello.

Dielo Truda, nº 17.
(Octubre de 1926.)

viernes, 11 de octubre de 2013

La CNT ante la nueva Reforma de las Pensiones

5-9-2013

En el contexto actual el pensamiento en colmena nos lleva a la crítica simplista de los recortes en las pensiones «públicas», desde el punto de vista de la defensa de las mismas, frente a las privadas. El debate no está siendo bien enfocado, ya que no se trata de una dicotomía entre pensiones públicas o privadas, sino entre que el control sobre nuestra vejez lo tenga el Estado o las empresas privadas. Este marco de protestas reduccionista lo están poniendo los grupos políticos de izquierdas, defensores del papel Estatal como modo de conservar sus privilegios. Es necesaria la memoria histórica para comprender esa tercera vía que ninguno de ellos quiere ni tan siquiera mencionar, donde los propios trabajadores organizados gestionemos la salud y las necesidades colectivas sociales.

Mucha gente se está echando las manos a la cabeza por lo que supone la nueva Reforma de las Pensiones. Somos muchos los que vemos alejarse la hora de la jubilación, y somos muchos también los que ni siquiera la vemos como una posibilidad remota. También sabemos que las cuantías que recibamos van a reducirse y que se va a beneficiar al negocio privado de las pensiones. En realidad es algo que se podía intuir, ya que no es la primera, ni seguramente será la última Reforma de las Pensiones.

Las modificaciones de 1985, 1997, 2002, 2006 y 2011 han llevado una línea clara: retrasar la edad de jubilación, fomentar que la gente siga trabajando después de la misma y apoyar el negocio redondo de la Pensiones Privadas, a través de desgravaciones fiscales. Aunque en estos años se han creado pensiones de miseria, muy similares a la caridad cristiana, pero a través de la contribución obligatoria vía impuestos, en general la situación ha ido a peor. La clave del por qué éstos recortes en las condiciones sociales es la nula fuerza de la clase trabajadora, totalmente desmovilizada, para enfrentarlos.

CLAVES HISTÓRICAS PARA COMPRENDER LA SITUACIÓN ACTUAL:

El Sistema Público de Pensiones no es un invento de hace dos días. Si en Europa se implanta el sistema de Seguridad Social Bismarckiano a mediados del siglo XIX, en España no es hasta el año 1908 cuando se crea el Instituto Nacional de Previsión, que pretendía diseñar un modelo de pensión de vejez, en un régimen de afiliación libre, subvencionado por el Estado y dependiente del mismo. Desde ese momento, el modelo fue evolucionando y ampliando servicios, a costa de ampliar las aportaciones patronales y de los obreros, en un principio libremente, pero más tarde de manera obligatoria. La clase trabajadora en general desconfió de esta medida.

Ahora bien, no podemos dejar de lado el contexto en el que se daban estas supuestas mejoras a la clase trabajadora, que era precisamente un momento de alta conflictividad social, y sobre todo de gran organización obrera, que, aunque insuficientes, mantenía sistemas de solidaridad para mantener a los trabajadores en casos de vejez, accidentes u otros eventos inesperados. Los gremios, las casas de socorro, las mutuas obreras, las bolsas de trabajo y finalmente los sindicatos, daban solución en gran parte a lo que conocemos como Seguridad Social, y de ahí su nombre, «social» que no «estatal». En realidad, el Estado y la Patronal quitaron el control de la solidaridad a los obreros que perdían así la capacidad de decisión sobre su pensión, a cambio de financiar ellos mismos su propia paga de vejez: Patrón y Estado obtenían el dinero de las cuotas que ingresaban a costa del esfuerzo de los trabajadores. De hecho sistemas de pensiones estatales comenzaron sin cotización directa del trabajador ya que al fin y al cabo lo que aporte tanto el Estado como la patronal es riqueza enajenada a los trabajadores.

¿Y AHORA QUÉ?

Es evidente que el Estado tiene herramientas suficientes para que la caja común de las pensiones no se rompa. Es evidente también que la única manera de que el Estado no desmantele las pensiones es que haya una respuesta social suficientemente potente como para mantener el sistema de pensiones. Pero desde CNT entendemos que es más importante ir a la raíz del problema para poder llegar a una solución.

En primer lugar, hay que ser conscientes, como hemos comentado, que el Sistema de Pensiones se sustenta a través del esfuerzo diario de la clase obrera. La dotación económica de la caja común parte: de las cotizaciones empresariales, cada vez más bajas y que salen directamente de la explotación de los trabajadores; de los impuestos, cada vez más injustos, que nos roba cada día el Estado; más las cotizaciones forzosas de los trabajadores a la Seguridad Social.

En segundo lugar, visto que el problema es la explotación de la clase obrera por quienes ostentan el Poder, hay que comprender que la única lucha que nos llevará a cambiar las cosas, será la que esté libre de injerencias de los políticos, que sólo buscan encaramarse al Poder. Por tanto, no debemos hacer seguidismo de las consignas de Partidos y Sindicatos Oficiales, no debemos dejarnos llevar como ovejas al matadero electoral, sino que tenemos que generar planteamientos propios, que salgan del marco de propuestas establecido, que sólo nos lleva al callejón sin salida de cambiarlo todo para que nada cambie.

En esta línea, desde la CNT siempre nos hemos opuesto a la intervención del Estado en la solución de los problemas de la clase trabajadora, porque precisamente es uno de los causantes de nuestros males. Nos oponemos también por coherencia a la intervención del Estado en los cuidados de nuestra vejez. Sin embargo mientras no recompongamos un movimiento obrero capaz de tomar el control y proporcionar una cobertura social a todas las personas, nos tocará defender lo que tenemos contra los recortes en las condiciones laborales y de vida, en este caso las pensiones.

NO HAY FUTURO SIN PRESENTE

No podemos olvidarnos de reconstruir herramientas que nos permitan tener una vejez segura, que dependan sólo de nosotros/as mismos/as, es decir, de los/as trabajadores/as libremente asociados. El pacto de apoyo mutuo y solidaridad que nos une a las personas que formamos la CNT, debe ser la base para un futuro de pensiones de control obrero. Un sistema basado en la solidaridad, el apoyo mutuo y la libre federación de comunidades libres. Mientras parte de la lucha está en tomar el control social de los sistemas públicos de protección social, apostando por su autogestión y democratización por parte de los propios trabajadores, usuarios y la colectividad en general.

Es la lucha la que nos da lo que la ley nos quita, y en última instancia es destruir por completo el sistema establecido para cambiarlo por otro que nos valga, lo que nos permitiría pasar la tercera edad con tranquilidad y buena salud.

Secretariado Permanente del Comité Confederal de CNT-AIT


martes, 1 de octubre de 2013

La FAI contra la guerra en Siria

(Septiembre 2013)

Desde la Federación Anarquista Ibérica (FAI) nos oponemos y condenamos de forma tajante la intervención militar en Siria, así como cualquier tipo de intervención militar que se realice en el mundo.

El pueblo sirio tomó parte en las revueltas de la denominada Primavera Árabe, levantándose contra la dictadura y la opresión del régimen. Las luchas intestinas por el control político, religioso y económico de la zona entre Arabia Saudí e Irán, así como de EEUU-Israel y Rusia, han llevado a una guerra totalmente sectaria y sin cuartel, en la que la víctima directa de este genocidio es el pueblo.

Condenamos la estrategia de EEUU de crear confusión, manipular a través de todos los medios de comunicación a su servicio, y mentir para legitimar la intervención imperialista, tal y como hizo en su día en Afganistán, Iraq o Vietnam, y hará en un futuro.

Además, mostramos todo nuestro asco y repulsión hacia todos los partidos y sindicatos españoles que, declarándose de izquierdas, apoyan los genocidios como los existentes actualmente en Siria (por su Gobierno o por la intervención imperialista), así como cualquier intervención militar que desemboque en carnicerías humanas.

Nos solidarizamos con todos los pueblos y todos los trabajadores de los países árabes, que luchan a diario contra la opresión de los gobiernos, los Estados, las religiones, y sufren la represión de los mismos y de todos aquellos gobiernos títeres de intereses rusos o estadounidenses, que solo buscan defender sus intereses espurios frente al interés de los trabajadores y la libertad de los pueblos.

Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases

FAI