martes, 29 de julio de 2014

La «solución» para Gaza

Desde 1948, los sionistas siguen con su propuesta
inicial, un Israel étnicamente judío que abarque
toda Palestina (incluidas Gaza y Cisjordania).

EN 2014 IGUAL QUE EN 1948: ¿UNA SEGUNDA NAKBA?

La ola de violencia impune contra la población de Gaza exacerba los apetitos de las diferentes facciones israelíes. El vicepresidente del parlamento israelí y rival de Netanyahu en el seno del Likud, Moshe Feiglin, propone expulsar de una vez a toda la población de Gaza (1,5 millones de personas), territorio que el «Estado judío» anexaría de inmediato. Según Ahmed Abul Gheit, ex ministro egipcio de Exteriores, Estados Unidos organizó en 2011 la caída de Hosni Mubarak precisamente porque este último se oponía a la solicitud de Washington de desplazar la población de Gaza para el Sinaí.


A la sombra del secretario de Estado John Kerry, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon, altamente agradecido ante el «compromiso dinámico» del jefe de la diplomacia estadounidense, está buscando en Jerusalén la manera de «poner fin a la crisis de Gaza». Pero Ban Ki-moon parece ignorar que existe alguien que ya encontró esa solución. El vicepresidente del parlamento de Israel, Moshe Feiglin, ha presentado, en efecto, un plan para «una solución en Gaza» [1].

Ese plan se compone de 7 fases:

1) El ultimátum, impuesto a la «población enemiga» a la que se intima a abandonar las áreas donde se encuentran los combatientes del Hamas «trasladándose al Sinaí, no lejos de Gaza».

2) El ataque, desencadenado por las fuerzas armadas de Israel «en toda Gaza con el máximo de fuerza (y no con una parte minúscula de esa fuerza)» contra todos los objetivos militares y la infraestructura «sin consideración alguna por los escudos humanos y daños al medio ambiente».

3) El asedio, simultáneo con el ataque, para que «nada pueda entrar en Gaza ni salir de Gaza».

4) La defensa, para «golpear con plena fuerza y sin consideración por los escudos humanos» cualquier lugar de donde haya partido un ataque contra Israel o contra sus fuerzas armadas.

5) La conquista, emprendida por las fuerzas armadas israelíes, que «acabarán con todos los enemigos armados en Gaza» y «tratarán conforme al derecho internacional a la población enemiga que no haya cometido fechorías y que se haya separado de los terroristas armados, [población] que será autorizada a abandonar Gaza».

7) La soberanía, sobre Gaza, «que se convertirá para siempre en parte de Israel y será poblada por judíos», contribuyendo así a «aliviar la crisis de alojamiento en Israel». A los habitantes árabes, quienes «según los sondeos en su mayoría quieren abandonar Gaza», se les ofrecerá «una generosa ayuda para la emigración internacional», ayuda que sin embargo se concederá solamente a «aquellos que no estén implicados en actividades antiisraelíes». Los árabes que opten por quedarse en Gaza recibirán un permiso de estancia en Israel y, después de cierto número de años, «los que acepten la dominación, las reglas y el modo de vida del Estado judío en su propia tierra» podrán convertirse en ciudadanos israelíes.

Ese plan no sale de la mente de un simple fanático sino del cerebro de un político que está obteniendo un creciente consenso en Israel. Moshe Feiglin es el jefe de Manhigut Yehudit (en español, «Liderazgo judío»), la facción más grande en el seno del Comité Central del Likud, o sea el partido en el poder. En 2012, durante la elección de la dirección del Likud, Moshe Feiglin hizo campaña en contra de Benyamin Netanyahu y obtuvo un 23% de los votos. Su ascenso ha sido continuo desde aquel momento, tanto que en julio de 2014 agregó a su cargo de vicepresidente del parlamento israelí el de miembro de la influyente Comisión de Relaciones Exteriores y de Defensa.

Si se analiza el plan que Feiglin está promoviendo activamente, tanto en Israel como en el extranjero (principalmente en Estados Unidos y Canadá), puede comprobarse que la actual operación contra la Franja de Gaza incluye casi íntegramente las 4 primeras de las 7 fases previstas.

Visto desde esa perspectiva se percibe además que el verdadero objetivo de la retirada de los colonos israelíes de la región de Gaza –en 2005– no era otro que dejar el campo libre a las fuerzas armadas de Israel para la posterior realización de la operación «Plomo fundido» –en 2008/2009.

También se percibe que la actual operación «Margen protector» no es una simple respuesta a una acción anterior sino que, al igual que las operaciones anteriores, forma parte de un plan preciso, respaldado al menos por una parte consistente del Likud y tendiente a ocupar de manera permanente la Franja de Gaza y a colonizarla expulsando de allí la población palestina. Y Feiglin seguramente ya tiene listo también el plan para «una solución en Cisjordania».

Red Voltaire
27 de julio de 2014


   [1] «El plan de Moshe Feiglin para una "solución” en Gaza"», por Moshe Feiglin, Red Voltaire, 15 de julio de 2014.

miércoles, 23 de julio de 2014

81º aniversario del Concordato Imperial


El pasado 20 de julio se cumplió el octagésimo primer aniversario de la firma del Concordato entre la Santa Sede y el Tercer Reich alemán, Hitler y Pio XI. Por parte del Vaticano lo hacía el cardenal Pacelli (futuro Pio XII, y reconocido anticomunista) y por la alemana era el vicecanciller Von Papen (quien apoyo el ascenso al poder de Hitler meses antes, y declarado católico), como se ve en la foto.

Este acuerdo supuso el reconocimiento del régimen nazi por la Iglesia católica (con algunas excepciones minoritarias) e incluso su subordinación, como el del Artículo 16 en el que los obispos y arzobispos alemanes tenían que prestar juramento de fidelidad al Tercer Reich. También es conocida la pasividad que mantuvo ante el Holocausto judío y otras atrocidades cometidas por los nazis y sus aliados (entre ellos muchos católicos) el cardenal Pacelli cuando ya era Papa durante los años de la Segunda Guerra Mundial.

Más tarde el clero se justificó aduciendo que fueron engañados por los nazis... ¡Qué hipócritas! Sí llevan casi dos milenios abrazados al poder y se las conocen todas los muy pícaros.

martes, 22 de julio de 2014

«Había que contar la frustración de aquellos vencedores»


Paco Roca relata en el comic Los surcos del azar la odisea de los republicanos españoles exiliados que combatieron el fascismo en la II Guerra Mundial.

Se considera uno de esos privilegiados que ha conseguido vivir de su sueño infantil. Es un autor comprometido social y políticamente que en su última obra centra la mirada en una historia olvidada, la de los españoles que participaron en la liberación de París en 1944. Es la historia de unos combatientes que, con menos de veinte años, cogieron las armas para luchar contra el golpe de Estado de Franco y no las soltaron en un periplo que les llevó de un campo de concentración en África a engrosar las filas del ejército francés. Este libro necesario, que recupera un trozo de la memoria histórica que nos han alienado, no es la primera incursión del autor en la materia. El Faro (2004) una historia con la guerra civil como telón de fondo y El invierno del dibujante (2010), que recrea la vida de los dibujantes de cómics en la España franquista, son dos muestras de su interés por nuestra historia reciente.

Pregunta.- ¿Cuál es el germen de la historia? ¿Por qué quisiste hacer un cómic sobre la odisea de los republicanos exiliados?

Respuesta.- Por curiosidad. Sabía que hubo blindados en la liberación de París que llevaban nombres de ciudades españolas, pero no tenía ni idea ni de quiénes los llevaban ni por qué estaban allí. De casualidad puede escuchar en una conferencia en París a dos de los excombatientes de la compañía La Nueve. Me pareció increíble que aquel grupo de españoles fueran los liberadores de París. Después empecé a interesarme por la historia y me di cuenta de que era aún más increíble la aventura que está gente tuvo que pasar desde su salida de España hasta la capital francesa.

P.- ¿Cuánto tiempo has pasado recabando información histórica y presencial? ¿Cuándo decidiste que ya era suficiente para empezar a crear tu propia historia?

R.- Hacer Los surcos del azar me llevó dos años y medio. Aunque parezca mucho, es muy poco. Tuve la suerte de poder contar con la ayuda de gente que llevaba muchos años con este tema como la periodista Evelyn Mezquida o el historiador Robert Cole. Sin ellos habría sido imposible hacer Los surcos. Cuando empecé a trabajar en el proyecto pensaba que ya tenía toda la información necesaria, pero me di cuenta según avanzaba que había lagunas que no conocía, así que continuamente echaba mano de los expertos en el tema para que me orientasen. Pero estos tenían tanta información que lo difícil fue decir «hasta aquí». He dejado fuera muchas historias que me habría gustado incluir.

P.- ¿Cómo defines al protagonista Miguel Ruiz? ¿Por qué te has introducido tú como personaje?

R.- Miguel Ruiz es un compendio del sentimiento de muchos excombatientes y exiliados. Por un lado son reacios a abrir las puertas a un doloroso pasado y por otro lado, como exiliados, se encuentran sin llegar a formar parte del país de acogida, pero tampoco se sienten ya españoles. Por otro lado, aquellos combatientes de La Nueve estaban muy comprometidos ideológicamente. Me interesaba saber cómo verían desde el presente aquellos actos del pasado. Por eso era importante esa entrevista y de ahí la necesidad de meterme como personaje. Había que contar la frustración y la rabia de aquellos vencedores que no lograron triunfar en su última batalla: liberar a España del fascismo franquista.

P.- ¿Qué piensas de la reforma de la Justicia que pretende llevar a cabo el gobierno?

R.- Una de las preguntas que más me hacía mientras trabajaba en Los surcos era si yo sería de los que lucharía contra el fascismo hasta el final. Difícil cuestión. A aquella gente, cuando les preguntas por qué lo hicieron no le dan importancia, les parece algo natural: «era lo que había que hacer», dicen. Cada generación tiene sus propias batallas. Afortunadamente la nuestra no es militar, pero igualmente necesaria. En nuestras manos está defender los derechos sociales que tanto les ha costado conseguir a otras generaciones.


domingo, 20 de julio de 2014

La vuelta de Orwell y el 'Gran Hermano' a la guerra en Palestina, Ucrania y contra la verdad


John Pilger*

La otra noche vi 1984, de George Orwell, representada en los escenarios de Londres. Pese a que pide a gritos una interpretación contemporánea, las advertencias de Orwell sobre el futuro se presentaron como una obra perteneciente a un periodo remoto e inofensivo. Parecía como si Edward Snowden nunca hubiera hecho públicas sus revelaciones, el 'Gran Hermano' no fuera hoy un espía digital y el propio Orwell nunca hubiera dicho aquello de «para dejarse corromper por el totalitarismo no hace falta vivir en un país totalitario».

La producción, aclamada por la crítica, se me antojó una medida de nuestros tiempos culturales y políticos. Cuando se encendieron las luces, el público estaba ya en pie de camino hacia la puerta de salida. Todos parecían indiferentes o, quizás, absortos en otros asuntos. «Menudo rompecabezas», escuché que decía la chica de enfrente, mientras encendía su teléfono.

Cuando las sociedades avanzadas se despolitizan, los cambios se producen de forma tan sutil como espectacular. En el discurso del día a día, el lenguaje político está invertido, tal y como Orwell profetizó en 1984. «La democracia» es ahora un artefacto retórico. La paz es una «guerra perpetua». «Global» significa imperial. El concepto de «reforma», que una vez resultó esperanzador, hoy equivale a regresión e incluso destrucción. «Austeridad» es la imposición del capitalismo extremo a los pobres y la concesión del socialismo a los ricos: un sistema bajo el cual la mayoría está al servicio de las deudas de unos pocos.

En las artes, la hostilidad a la verdad política se ha convertido en un artículo de fe burguesa. Un titular del diario The Observer prefigura «El periodo rojo de Picasso y por qué los políticos no hacen buen arte». Cabe mencionar que este titular se publicó en un periódico que saludaba el baño de sangre en Irak a modo de cruzada liberal. La incesante oposición de Picasso al fascismo se contempla como una nota a pie de página, de igual forma que el radicalismo de Orwell ha desaparecido del premio que se apropió de su nombre.

Hace unos pocos años, Terry Eagleton, entonces profesor de literatura inglesa en la Universidad de Manchester, consideró que «por primera vez desde hace dos siglos no hay poeta, dramaturgo o novelista británico que esté preparado para cuestionar los fundamentos del estilo de vida occidental». Ya no se escriben discursos como los de Shelley a los pobres, sueños utópicos como los de Blake, condenas como las de Byron a la corrupción de la clase gobernante, ni hay un Tomas Carlyle o un John Ruskin que descubran los desastres morales del capitalismo. Ni William Morris, Oscar Wilde, H.G. Wells o George Bernard Shaw conocen equivalentes hoy. Harold Pinter fue el último en alzar su voz. Entre las insistentes voces del feminismo, ninguna hace eco a Virginia Woolf, quien describió extensamente «el arte de dominar a los demás... de gobernar, matar o adquirir tierras y capital».

En el Teatro Nacional, una obra nueva, Gran Bretaña, propone una sátira sobre el escándalo de las intervenciones telefónicas por el que varios periodistas han sido juzgados y condenados, incluyendo a un antiguo editor del periódico News of the World de Rupert Murdoch. Descrita como «una comedia con colmillos afilados [que] pone a toda la incestuosa cultura [mediática] en el banquillo de los acusados y la somete a un ridículo despiadado», el punto de mira de la obra está puesto en los «agraciados y divertidos» personajes de los tabloides británicos. Todo ello está muy bien y resulta familiar. Pero, ¿cuál de los medios que no son tabloides y se consideran respetables y creíbles no sirve a la función paralela de brazo del estado y de los poderes corporativos, tal y como ocurre con la promoción de guerras ilegales?

Las indagaciones de Leveson en torno a las intervenciones telefónicas mostraron lo que era inmencionable. Tony Blair se encontraba declarando, protestando ante su señoría por el acoso del tabloide a su mujer, cuando una voz lo interrumpió desde la galería. David Lawley-Wakelin, un conocido director de cine, exigía el arresto de Blair y su enjuiciamiento por ser culpable de numerosos crímenes de guerra. Hubo un espacioso silencio: la conmoción que siempre produce la verdad. Lord Leveson dio un salto sobre sus pies, ordenó que se expulsara al divulgador de verdades y pidió disculpas al criminal de guerra. Lawley-Wakelin fue enjuiciado y Blair salió en libertad.

Los cómplices de Blair son su invariable respetabilidad. Cuando la presentadora de la BBC Kirsty Wark lo entrevistó en el décimo aniversario de su invasión a Irak, le obsequió con un momento con el que jamás podía haber soñado: le permitió mostrarse agonizante por la «difícil» decisión en torno a Irak, en vez de pedirle cuentas por el épico crimen. Me recordó al desfile de periodistas de la BBC, quienes en 2003 declararon que Blair podía sentirse «libre de culpa» y consiguientemente se emitió la serie «seminal» de la BBC, The Blair Years, para la que eligieron a David Aaronovitch como guionista, presentador y entrevistador. Aaronovitch, lacayo de Murdoch, elogió con pericia la campaña de ataques militares a Irak, Libia y Siria.

Desde la invasión de Irak —ejemplo de agresión no provocada que el fiscal de Nuremberg Robert Jackson denominó «el crimen internacional supremo, que se ha distinguido de otros crímenes de guerra únicamente por contener en sí mismo el mal acumulado de la totalidad»— a Blair y a su portavoz y principal cómplice, Alastair Campbell, les concedieron un espacio generoso en el periódico The Guardian para restablecer su reputación. Descrito como la «estrella» del Partido Laborista, Campbell se ha granjeado la simpatía de los lectores por su depresión y ha expuesto sus intereses, aunque no su reciente nombramiento como consejero de Tony Blair, sobre la tiranía militar de Egipto.

Al tiempo que Irak se desmembra a causa de la invasión Blair/Bush, un titular del The Guardian reza: «Fue correcto derrocar a Saddam, pero nos hemos retirado demasiado pronto». Este coincidió con otro prominente artículo del 13 de junio, escrito por un antiguo funcionario de Blair, John McTernan, quien también sirvió al nuevo dictador de Irak designado por la CIA Iyad Allawi. En su llamamiento a reiterar la invasión del país que su antiguo maestro ayudó a destruir, no hizo referencia alguna a las muertes de al menos 700.000 personas, la huida de cuatro millones de refugiados y una revuelta sectaria en un país que antes se jactaba de su tolerancia comunitaria.

«Blair personifica la corrupción y la guerra», escribió el columnista radical del The Guardian Seumas Milne en un vehemente artículo del 3 de julio. Esto, en la profesión, se conoce como «equilibrio». Al día siguiente, el periódico publicó el anuncio de un bombardero furtivo estadounidense a página completa. Sobre la amenazante imagen del bombardero se leían las palabras: «F-35. El GRAN de Bretaña». Esta otra personificación de «la corrupción y la guerra» costará a los contribuyentes británicos 1.300 millones de libras, con el lastre adicional de que los predecesores de este modelo F han masacrado a miles de personas en el tercer mundo.

En un pueblecito de Afganistán, habitado por los más pobres de los pobres, grabé a Orifa, arrodillada frente a las tumbas de su marido, Gul Ahmed, un tejedor de alfombras, otros siete miembros de su familia, entre ellos seis niños, y dos niños que fueron asesinados en la casa vecina. Una bomba de «precisión» de 500 libras cayó directamente sobre su casita de barro, piedra y paja, dejando un cráter de 15 metros de ancho. Lockheed Martin, el fabricante del avión, obtuvo un puesto de honor en el anuncio del The Guardian.

La anterior secretaria de estado y aspirante a presidente de los EEUU, Hilary Clinton, apareció hace poco en el programa Women´s Hour de la BBC. La presentadora, Jenni Murray, introdujo a Clinton como el paradigma del éxito femenino. No recordó a sus oyentes la obscenidad proferida por Clinton de que Afganistán fue invadido para «liberar» a mujeres como Orifa. No preguntó a Clinton sobre la campaña de terror de su administración en la que se emplearon aviones no tripulados para masacrar a mujeres, hombres y niños. No se mencionó la amenaza de Clinton de «eliminar» a Irán en su campaña por ser la primera mujer presidente, ni tampoco su apoyo a la vigilancia masiva ilegal o a la búsqueda de delatores.

Sí le hizo, sin embargo, una pregunta comprometedora. ¿Había perdonado Clinton a Monica Lewinski por la aventura con su marido? «El perdón es una elección», dijo Clinton, «para mí fue, absolutamente, la elección adecuada». Esto me recordó a los años 90 y la perpetua obsesión por el «escándalo» Lewinsky. El presidente Bill Clinton se encontraba entonces invadiendo Haití y bombardeando los Balcanes, África e Irak. También se dedicaba a destruir vidas de niños iraquíes; UNICEF informó de la muerte de medio millón de menores de cinco años, como resultado del embargo impuesto por EEUU y Gran Bretaña.

Los niños eran los nadies mediáticos, de la misma manera que las víctimas de las invasiones que apoyó y promovió Hilary Clinton —Afganistán, Irak, Yemen, Somalia— son nadies mediáticos. Murray no los mencionó. La página web de la BBC muestra una fotografía de ella junto a su distinguida invitada, en la que ambas aparecen radiantes.


En política, como en periodismo y en arte, parece que la discrepancia que antes el «público» toleraba se ha revertido y convertido en disidencia: una clandestinidad metafórica. Cuando comencé mi carrera en Fleet Street de la Gran Bretaña de los años 60, la crítica del poder occidental como fuerza rapaz era aceptable. Se podían leer los celebrados informes de James Cameron sobre la explosión de la bomba de hidrógeno en el Atolón Bikini, la atroz guerra de Corea y los bombardeos estadounidenses de Vietnam del Norte. El gran espejismo de hoy es el de pertenecer a una era de la información cuando, en realidad, vivimos en una era mediática en la que la incesante propaganda corporativa resulta insidiosa, contagiosa, eficaz y liberal.

En su ensayo de 1859 Sobre la Libertad, al cual los liberales modernos rinden homenaje, John Stuart Mill escribió: «El despotismo es una forma legítima de gobierno cuando se lidia con bárbaros, siempre que su fin sea una mejora de las condiciones y los medios se justifiquen haciendo efectivo tal fin». «Bárbaros» eran amplios sectores de la humanidad de quienes se requería una «obediencia implícita». «Es un mito afable y conveniente que los liberales se consideren pacificadores y los conservadores belicistas», escribió el historiador Hywel Williams en el 2001, «pero el imperialismo de la mecánica liberal puede resultar más peligroso dada su naturaleza no concluyente, su convicción de que representa una forma de vida superior». Él tenía en mente un discurso de Blair en el que el entonces primer ministro prometió «reordenar el mundo que nos rodea» según sus propios «valores morales».

Richard Falk, respetada autoridad en derecho internacional y Relator Especial de la ONU en Palestina, lo describió una vez como una «pantalla moral/legal unidireccional y santurrona [con] imágenes positivas de los valores e inocencia occidentales presentados como gravemente amenazados, justificando así una campaña de violencia política sin restricción». Está «tan ampliamente asumida que se ha vuelto virtualmente inamovible».

La tenacidad y el clientelismo premian a los guardianes. En la Radio 4 de la BBC, Razia Iqbal entrevistó a Toni Morrison, la premio Nobel afroamericana. Morrison se preguntaba por qué tantas personas estaban tan «enfadadas» con Barack Obama, pues era «guay» y deseaba construir «una economía y un sistema sanitario sólidos». Morrison se enorgullecía de haber hablado por teléfono con su héroe, el cual había leído uno de sus libros, y la había invitado a su inauguración.

Ni ella ni su entrevistador mencionaron las siete guerras perpetradas por Obama, incluyendo su campaña de terror con aviones no tripulados, por la cual familias enteras, sus rescatadores y deudos fueron asesinados. Lo que parecía importar de verdad era que un hombre de color con un «discurso muy refinado» había conseguido alcanzar las imponentes alturas del poder. En Los condenados de la Tierra, Frantz Fanon escribió que la «misión histórica» de los colonizados era servir como «línea de transmisión» de los que gobernaban y oprimían. En la era moderna, el uso de la diferencia étnica en los sistemas de poder y propaganda occidentales se contempla como un elemento esencial. Obama parece ser la encarnación de este elemento, aunque el gabinete de George W. Bush —su camarilla belicista— fue el más multirracial en la historia de la presidencia.

Cuando la ciudad iraquí de Mosul cayó bajo el mando de los yihadistas de ISIS, Obama dijo que «el pueblo americano ha hecho grandes inversiones y sacrificios para conceder a los iraquíes la oportunidad de trazar un destino mejor». ¿No es «guay» esa mentira? Qué discurso tan «refinado» dio Obama en la academia militar de West Point del 28 de mayo. En su exposición del «estado del mundo» en la ceremonia de graduación de los que «asumirán el liderazgo de América» a lo largo y ancho del mundo, Obama dijo que «los Estados Unidos emplearán la fuerza militar, de forma unilateral si es necesario, cuando nuestros principales intereses así lo exijan. La opinión internacional nos importa, pero América nunca pedirá permiso...»



Repudiando el Derecho Internacional y los derechos de las naciones independientes, el presidente de los Estados Unidos reivindica una divinidad basada en el poder de su «indispensable nación». Es el consabido mensaje de la impunidad imperial, que pese a todo resulta siempre animoso. Evocando el resurgimiento del fascismo en 1930, Obama dijo: «Creo en la excepcionalidad americana con cada fibra de mi ser». El historiador Norman Pollack escribió: «Para los militaristas, sustitúyase la aparentemente más inocua militarización de la cultura total. Para el grandilocuente líder, tendremos al reformista frustrado, trabajando despreocupadamente, planeando y llevando a cabo asesinatos y sonriendo todo el tiempo».

En febrero, los EEUU organizaron uno de sus golpes de Estado «coloristas» contra el gobierno legítimo de Ucrania, explotando las protestas genuinas contra la corrupción en Kiev. La secretaria de Estado de Obama Victoria Nuland escogió personalmente al líder del «gobierno interino». Lo apodó «Yats». El vicepresidente Joe Biden viajó a Kiev, igual que hizo el director de la CIA John Brennan. Las tropas de choque de su golpe de Estado fueron fascistas ucranianos.

Por primera vez desde 1945, un partido neonazi, abiertamente antisemita, controla las áreas clave de poder en una capital europea. Ningún líder de la Europa occidental ha condenado este resurgimiento del fascismo en la tierra fronteriza a través de la cual las tropas de invasión hitlerianas asesinaron a millones de rusos. Obtuvieron el apoyo del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), responsable de la masacre de judíos y rusos, que ellos llamaban «alimañas». El UPA es la inspiración histórica del actual partido Svoboda y su aliado el Pravy Sektor. El líder de Svoboda Oleg Tyagnibok ha hecho un llamamiento para purgar Ucrania de la «mafia moscovita-judía» y demás «escoria», como gays, feministas y grupos de izquierdas.


Desde el colapso de la Unión Soviética, los Estados Unidos han sitiado a Rusia con bases militares, aviones de guerra nucleares y misiles, como parte de su Proyecto de Ampliación de la OTAN. Incumpliendo la promesa hecha al presidente soviético Mijail Gorbachov en 1990 de que no se extendería «un solo centímetro hacia el este», la OTAN, de hecho, ha ocupado la Europa oriental. En el antiguo Cáucaso soviético, la expansión de la OTAN representa la mayor construcción militar desde la Segunda Guerra Mundial.

El Plan de Acción de Membresía de la OTAN es la concesión de Washington al régimen golpista de Kiev. En agosto, la «Operación Tridente Rápido» situará a las tropas estadounidenses y británicas en la frontera Rusia-Ucrania y el ejercicio militar «Sea Breze» enviará buques de guerra estadounidenses a vista de los puertos rusos. Uno puede imaginarse la reacción si estos actos de provocación o intimidación se llevaran a cabo en las fronteras estadounidenses.

Al reclamar Crimea —que Nikita Jruschiov separó ilegalmente de Rusia en 1954— los rusos no hacen más que defenderse, como han estado haciendo desde hace casi un siglo. Más del 90 por ciento de la población de Crimea votó a favor de devolver el territorio a Rusia. Crimea es el hogar de la Flota del Mar Negro y su pérdida podría significar el final para la Marina Rusa y un premio para la OTAN. Habiendo confundido las partes de guerra en Washington y Kiev, Vladimir Putin retiró las tropas de la frontera Ucraniana y urgió a las etnias rusas del este de Ucrania a abandonar las ideas de separatismo.

De una forma muy orwelliana, a todo esto se le ha dado la vuelta en Occidente convirtiéndolo en «amenaza rusa». Hillary Clinton comparó a Putin con Hitler. Sin ninguna ironía, los comentaristas políticos de la derecha alemana profirieron las mismas palabras. En los medios, se limpia la imagen de los neo-nazis ucranianos llamándolos «nacionalistas» o «ultranacionalistas». Lo que temen es que Putin esté buscando una solución diplomática y que pueda encontrarla. El 27 de junio, en respuesta al último acuerdo de Putin —su petición al Parlamento Ruso de rescindir la legislación que le otorgaba el poder de intervenir en nombre de la etnia rusa de Ucrania—, el secretario de Estado John Kerry lanzó otro de sus ultimatums. Rusia debe «actuar en las próximas horas, literalmente» para acabar con la revuelta en Ucrania del este. A pesar de que a Kerry se lo conoce como un bufón, el grave objetivo de tales «advertencias» era propiciar que Rusia obtuviera el estatus de paria y reprimir las noticias de la guerra del régimen de Kiev contra su propio pueblo.

Un tercio de la población de Ucrania es de habla rusa y bilingüe. Hace tiempo que el pueblo persigue una federación democrática que refleje la diversidad étnica de Ucrania y sea tanto autónoma como independiente de Moscú. La mayoría no es «separatista» ni «rebelde», sino ciudadanos que desean vivir seguros en su patria. El separatismo no es más que una reacción a los ataques que sufren por parte de la junta de Kiev, que ha enviado al exilio en Rusia a unos 110.000 (según datos de la ONU). En general, se trata de mujeres y niños traumatizados.


Como los niños del embargo a Irak y las mujeres y niñas «liberadas» de Afganistán, este pueblo étnico de Ucrania, aterrorizado por los caudillos de la CIA, son los nadies mediáticos de Occidente; su sufrimiento y las atrocidades que han sufrido han sido minimizadas hasta casi desaparecer. Tampoco se ha informado en los medios de comunicación oficiales de Occidente de la escala de los ataques del régimen. Esto no carece de precedentes. Volví a leer la magistral The First Casualty: the war correspondent as hero, propagandist and mythmaker, de Phillip Knightle, con admiración renovada por Morgan Philips Price del Manchester Guardian, el único reportero occidental que permaneció en Rusia durante la revolución de 1917 e informó de la desastrosa invasión de los aliados occidentales. Justo y valeroso, Philips Price agitó él sólo lo que Knightley denomina el «oscuro silencio» antirruso de Occidente.

El 2 de mayo, en Odesa, 41 personas de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede de un sindicato ante la mirada impasible de la policía. Existe un video terrible que lo prueba. El líder de Pravy Sektor Dmytro Yarosh saludó la masacre como «otro día brillante de nuestra historia nacional». En los medios de comunicación británicos y estadounidenses se transmitió la noticia como una «tragedia turbia» resultante de los «enfrentamientos» entre «nacionalistas» (neonazis) y «separatistas» (el pueblo que recogía firmas para convocar un referéndum por una Ucrania federal). El New York Times la enterró, desechando como propaganda rusa sus advertencias sobre las políticas fascistas y antisemitas de los nuevos clientes de Washington. El Wall Street Journal condenó a las víctimas, «Fuego Mortal Ucraniano Probablemente Detonado por los Rebeldes, Según el Gobierno». Obama felicitó a la junta por su «refrenamiento».

El 28 de junio, el Guardian dedicó casi una página entera a las declaraciones del «presidente» del régimen de Kiev, el oligarca Petro Poroshenko. De nuevo se aplicó la ley de inversión de Orwell. No hubo golpe de Estado; no hubo guerra contra la minoría de Ucrania; los rusos tenían la culpa de todo. «Quiero modernizar mi país», dijo Poroshenko. «Queremos introducir la paz, la democracia y los valores europeos. Hay personas a quienes no les gusta. Hay personas a quienes no gustamos».


El reportero del Guardian Luke Harding obviamente no puso en duda tales aseveraciones, ni mencionó la atrocidad cometida en Odesa, los ataques aéreos y de artillería del régimen en las áreas residenciales, el rapto y asesinato de periodistas, el bombardeo de la redacción de un periódico de la oposición y su amenaza de «liberar Ucrania de escoria y parásitos». El enemigo son «rebeldes», «militantes», «insurgentes», «terroristas» y secuaces del Kremlin. Si congregamos a los fantasmas de la historia de Vietnam, Chile, Timor del Este, Sudáfrica o Irak, podremos identificar las mismas etiquetas. Palestina es el imán de este inamovible engaño. El 11 de julio, tras la última matanza en Gaza —80 personas, entre ellas seis niños de la misma familia— perpetrada por el ejército de Israel equipado con armamento estadounidense, un general israelí escribió un artículo en el Guardian bajo el titular «Una muestra de fuerza necesaria».

En los años 70, conocí a Leni Riefenstahl, a quien pregunté sobre las películas que había rodado para glorificar a los nazis. Utilizando una cámara y unas técnicas de iluminación revolucionarias, produjo un documental en un formato que fascinó a los alemanes: era El Triunfo de la Voluntad, donde al parecer vehiculaba las maldiciones de Hitler. Le pregunté sobre la propaganda en sociedades que se imaginaban superiores al resto. Ella respondió que los «mensajes» de sus películas no estaban subordinados a las «órdenes de arriba» sino al «vacío sumiso» de la población alemana. «¿Incluye eso a la burguesía liberal e instruida?» Le pregunté. «A todo el mundo», contestó, «y, por descontado, a la intelligentsia».


    * John Pilger, nacido en 1939 en Australia, es uno de los más prestigiosos documentalistas y corresponsales de guerra del mundo anglosajón. Particularmente renombrados son sus trabajos sobre Vietnam, Birmania y Timor, además de los realizados sobre Camboya, como Year Zero: The Silent Death of Cambodia y Cambodia: The Betrayal.

sábado, 19 de julio de 2014

Barcelona, julio de 1936


Un día de julio de 1936, después de un par de jornadas sangrientas, en lucha desigual contra las tropas de un ejército sublevado, tuvimos la satisfacción en Cataluña de ver deshechos los cuadros que defendían con todas las armas una causa de injusticia y de vergüenza. Tuvimos pérdidas muy sensibles, algunas irreemplazables. Pero logramos aplastar el alzamiento militar, tomar prisioneros a sus jefes, destrozar sus formaciones; las grandes masas se plegaron entusiastas a los vencedores, y los vencedores éramos nosotros. A los sobrevivientes se nos llamó a la casa del gobierno (catalán) y su más alta autoridad (L. Companys), mientras nos felicitaba efusivamente por la victoria lograda, nos expresó que el Poder había cambiado de manos y que estaba en las nuestras, por lo que consideraba que debía cedernos el puesto que ocupaba; por su parte, el estadista que así nos hablaba, se contentaba con que se le dejase empuñar un fusil para luchar contra el enemigo donde hiciese falta.

No habría requerido ninguna violencia la implantación de nuestra «dictadura»; teníamos las armas, arrancadas al enemigo, teníamos la adhesión clamorosa del pueblo, teníamos la aureola de vencedores contra un adversario que parecía invencible unas horas antes; no quedaban más fuerzas organizadas que nuestros núcleos de combatientes.

A ninguno de nosotros se le ocurrió la idea de tomar el poder que se nos ofrecía rendido y se nos ponía en la mano. Respondimos al jefe del gobierno catalán que no habíamos luchado y expuesto la vida para ponernos en lugar de los antiguos gobernantes; la victoria en la lucha armada no era la Revolución; la Revolución es cosa del pueblo y él hará lo que juzque conveniente para sus intereses y según sus deseos; por otra parte el enemigo derrotado en algunas partes de España no cedería el resto y era de preveer una larga y sangrienta guerra civil, y nuestro puesto estaba en esa guerra, de la que dependía para nuestro pueblo la posibilidad de realizar su revolución.

Por esa actitud se nos ha censurado, se nos ha combatido, se nos ha tachado de soñadores. Y no hace falta decir que, en las mismas circunstancias, volveríamos a proceder del mismo modo.

Estrategia y táctica, Ed. Jucar, 1976.

miércoles, 16 de julio de 2014

¿El verdadero objetivo de Israel en Gaza? Matar árabes


Gideon Levy

Window Into Palestine, 14/07/2014

El objetivo de la operación Margen Protector es restaurar la calma. El medio: matando civiles. El eslogan de la Mafia se ha convertido en política oficial israelí. Israel cree realmente que si mata a centenares de palestinos en la Franja de Gaza, reinará la calma. No tiene sentido destruir los almacenes de armas de Hamas, pues esta organización ya ha demostrado que es capaz de rearmarse.

Derribar el gobierno de Hamas es un objetivo poco realista (e ilegítimo), un objetivo que Israel no quiere. Es consciente de que la alternativa podría ser mucho peor. Eso nos deja con un único objetivo posible de la operación militar: matar árabes, entre los vítores de las masas.

El ejército de Israel ya tiene un «mapa del sufrimiento», una invención diabólica que ha sustituido al no menos diabólico «banco de objetivos», y ese mapa se está ampliando a un ritmo escalofriante. Observen la edición inglesa de Al-Yazira, un canal de televisión equilibrado y profesional (a diferencia de su edición árabe) y vean la magnitud de su éxito. No lo verán en los canales de televisión «abiertos» de Israel, que solo están abiertos a las víctimas israelíes. Pero en Al-Yazira verán toda la verdad y tal vez se sorprendan.

Los cadáveres en Gaza se amontonan. La contabilidad desesperada, constantemente actualizada, de los asesinatos en masa de los que se jacta Israel, nos habla de docenas de civiles, incluyendo 24 niños, en el mediodía del sábado. Además, cientos de personas heridas. Y horror. Y destrucción. Una escuela y un hospital ya han sido bombardeados. El objetivo es atacar casas, algo para lo que no existe ninguna justificación. Es un crimen de guerra, aunque el ejército israelí llame a esas casas «centros de mando y control» o «salas de conferencias». Ciertamente hay ataques que son mucho más brutales que los de Israel, pero en esta guerra, que no es otra cosa que ataques mutuos contra la población civil —el elefante contra la mosca—, ni siquiera hay refugiados. A diferencia de lo que ocurre en Siria e Irak, en la Franja de Gaza los habitantes no tienen el lujo de poder huir para salvar sus vidas. Están en una jaula. No tienen a dónde ir.

Desde la primera guerra del Líbano, hace más de 30 años, la matanza de árabes se ha convertido en un instrumento estratégico destacado de Israel. El ejército hebreo no hace guerras contra ejércitos. Su principal objetivo son las poblaciones civiles. Los árabes han nacido para matar y morir, como todo el mundo sabe. No tienen otro objetivo en la vida. Y, claro, Israel los mata.

Por supuesto, uno debe estar indignado por la forma de actuar de Hamas: no solo dirige sus cohetes hacia centros urbanos de Israel, no solo se posiciona dentro de centros de población —tal vez no tenga otra alternativa, dada la densidad de población de la franja—, sino que también deja a la población civil de Gaza vulnerable ante los brutales ataques de Israel, sin ver una sola sirena, refugio o espacio protegido. Eso es criminal. Pero los bombardeos del ejército israelí no son menos criminales, debido tanto a los resultados como a las intenciones. No hay un único edificio residencial en Gaza que no sea el hogar de decenas de mujeres y niños. El ejército israelí no puede, por tanto, decir que no quiere hacer daño a civiles inocentes. Si la reciente demolición de la casa de un terrorista en Cisjordania todavía suscita una débil protesta, ahora decenas de casas están siendo destruidas, junto con sus ocupantes.

Generales retirados y analistas en activo compiten para hacer la propuesta más monstruosa. «Si matamos a sus familias, eso les asustará», dijo sin pestañear el general en la reserva Oren Schachor. «Tenemos que crear una situación tal que cuando salgan de sus madrigueras, no reconozcan Gaza», dijeron otros. Con descaro. Sin ser cuestionados. Hasta el próximo informe Goldstone.

Una guerra sin objetivo es una de las guerras más despreciables. Los ataques deliberados contra civiles es uno de los medios más atroces. El terror reina también en Israel, pero es poco probable que haya un único israelí que pueda imaginarse lo que está pasando en Gaza a sus 1,8 millones de habitantes, cuyas vidas, ya de por sí miserables, ahora son totalmente horrorosas. La Franja de Gaza no es un «avispero», es una provincia de la desesperación humana. Hamas no es un ejército, ni mucho menos, a pesar de sus temibles tácticas. Si, como se dice, construyó realmente una sofisticada red de túneles, ¿por qué no construye la vía férrea ligera de Tel Aviv?

Ya se han lanzado mil ataques y se han utilizado mil toneladas de explosivos, pero Israel espera la V de la victoria que ya se ha logrado: matar árabes.



   * Gideon Levy es un destacado periodista israelí. Escribe artículos de opinión y una columna semanal en el diario Haaretz. Se le ha caracterizado como un «periodista heroico» y uno de los personajes más odiados en Israel, un «propagandista de Hamas».

domingo, 13 de julio de 2014

«El Estado Islámico y otros grupos vinculados con Al Qaeda trabajan para la CIA»

 

Todas las fuerzas afiliadas a Al Qaeda, incluido el Estado Islámico, trabajan para la CIA, según afirmó un ex alto dirigente de Al Qaeda, el jeque Nabil Naím.

«Todos los países islámicos, tanto los sunitas como los chiítas, deben unir fuerzas para arrancar estos grupos que no son más que las garras del colonialismo en la región», dijo Naím en una entrevista concedida a la cadena árabe Al-Mayadeen y citada por el portal Infowars.

Según el fundador del Yihad Islámico Egipcio, el Estado Islámico es parte del plan de los neoconservadores estadounidenses y de Israel para balcanizar Oriente Medio.

La aparición del movimiento islamista ha sido diseñada «para agotar los recursos y fondos sauditas e iraníes», mientras que el conflicto se expande hacia Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo para el 2016, según auguró Naím.

El Estado Islámico, que ha invadido varias partes de Siria e Irak, en junio pasado prometió atacar a Arabia Saudita.

«Si es la voluntad de Alá, mataremos a aquellos que adoran piedras en La Meca y destruiremos la Kaaba. La gente no va a La Meca por Alá, sino a tocar piedras», tuiteó un miembro del Estado Islámico , Abu Turab Al Mugaddasi, el pasado 30 de junio.

La Kaaba, localizada en la ciudad de La Meca, es una construcción con forma de cubo de gran importancia para la cultura musulmana, ya que demarca el centro del peregrinaje y la adoración de Alá para todo el mundo musulmán.

Según, Naím, no es apropiado considerar al Estado Islámico y otros grupos vinculados con Al Qaeda como musulmanes. Les describió como «no creyentes».

En 2013, cuando el grupo yihadista Frente al-Nusra declaró su lealtad al líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, Naím acusó al grupo de trabajar para la CIA.

«Personalmente creo que el líder de Al Nusra, Abu Mohamad Al-Golani, quien anunció su apoyo a Al Zawahiri, es un agente de la CIA», dio Naím.

Describió a Al Zawahiri como un agente doble, «quien recibe órdenes de los estadounidenses». 

martes, 8 de julio de 2014

Boicot grupo El Corte Inglés: Las dos semanas del mORrO


Sección en IECISA | jueves 3 de julio del 2014

En estos meses se han ido sucediendo los despropósitos por parte de la empresa con tal de reprimir los derechos de los trabajadores y trabajadoras desde la presentación demanda por parte de nuestro compañero que trabajaba en Informática El Corte Inglés S.A. cedido ilegalmente por una empresa de «consultoría», y la comunicación de la sección sindical en su centro de trabajo.

Desde entonces, con su despido como pistoletazo de salida, otros cuatro trabajadores del departamento han sido enviados a sus casas para cortar la plaga de raíz. Al fin y al cabo en la empresa cedente de nuestro portavoz ya le advirtieron que «aquí no hay sindicatos». «No es nada personal» fue la frase de despedida en su segundo despido en cuatro días.

Por estos motivos queremos llamar al boicot contra el grupo El Corte Inglés en una campaña que hemos titulado las dos semanas del mORrO. Con esta campaña queremos mostrar nuestro total rechazo ante la represión sufrida y denunciar públicamente la situación de totalmente irregular y precaria en la que se encuentra gran parte de la plantilla en la consultora del grupo: Informática El Corte Inglés S.A. que «subcontrata» mano de obra a otras empresas para poder despedirles impunemente en cuanto protestan.

Son propiedad del grupo El Corte Inglés:

Tiendas El Corte Inglés
Hipercor
OpenCor
SuperCor/SuperCor express
Optica 2000
Sfera
Inves/Investrónica
Informática El Corte Inglés
Viajes El Corte Inglés
TeleCor
Bricor
Seguros El Corte Inglés

¡NO COMPRES EN NINGUNA TIENDA DEL GRUPO NI SUS PRODUCTOS!
SOMOS NOSOTROS Y NOSOTRAS QUIENES LES MANTENEMOS