miércoles, 30 de marzo de 2016

¿Quién fue Élisée Reclus?


A propósito del nuevo libro de Rodrigo Quesada, dejamos una breve nota biográfica sobre Élisée Reclus, el influyente geógrafo anarquista francés autor de El Hombre y la Tierra.

EDITORIAL ELEUTERIO
26 noviembre 2015

Élisée Reclús, nació en Sainte-Foy-la-Grande, en medio de una familia protestante, siendo el cuarto hermano de una decena de hijos del pastor Jacques Reclus, que como tal, sea en secreto o explícitamente, esperó siempre que uno de su descendencia siguiera su camino: lamentablemente para él, tanto Élisée como Élie, su hermano mayor, caminaron juntos el Ideal anarquista.

Desde muy niño, dejó que su imaginación vagara libre por montes, ríos y praderas, acrecentando lo que años después se mostraría en plenitud en las cientos de miles de páginas que van desde la geografía física a la «Geografía Social», estudio y método desarrollados por Élisée Reclus para dar a conocer como las formas de relaciones libres entre las personas y de éstas con la Naturaleza han estado presentes en la evolución de la humanidad, sobre todo en cuanto a lo que él denominó como las tres leyes: la «lucha de clases», la búsqueda del equilibrio y la soberanía del individuo.

Desde un comienzo, su vida está plagada de idas y venidas, cárceles y exilios: si bien cuando joven viajó a causa de sus estudios en Alemania con los hermanos moravos, ya luego como estudiante de teología en Montauban, no tardarían en dar frutos: por un viaje para ver el mar Mediterráneo, junto a su hermano Élie, será expulsado de la facultad.

Aprendiendo idiomas, estudiando geografía con Karl Ritter y resistiendo al golpe de Estado que da Napoleón III (en esta época ya era republicano y socialista), la vida de Reclus estará marcada desde entonces por la exploración de Europa y América, sea por cuenta propia o por los exilios, los que soporta gracias a sus investigaciones y la presencia de su hermano Élie. Mientras va de Irlanda a la actual Colombia, a Estados Unidos o de vuelta a Europa, su espíritu socialista crece, se fortalece, al tiempo en que se modifica. Se unirá a la causa communard que toma París en 1871, siendo arrestado y finalmente expulsado. Desde antes, ya había trabado contacto con Bakunin y Kropotkin. Del primero se hará cargo se sus escritos. Con el segundo, además, le unirá la pasión geográfica.


Obras como La Tierra, Nueva Geografía Universal o El Hombre y la Tierra son demostración cabal de la fortaleza, sabiduría y disciplina de este hombre que, muy por el contrario a lo que muchos creen, en cada página desenvuelve, para dar a conocer, la Anarquía en su estado natural: la de los ríos y montañas, la de los pueblos primitivos o de las sociedades laborales que se ayudan en interés de la libertad.

Se dice que al momento de morir, le comentaban la sublevación en Sebastopol en Rusia, por lo que se le escuchó decir: La Revolución, ¡Al Fin!. Este mismo hombre había expresado que «La Anarquía es la más alta expresión del orden». Murió físicamente un 4 de julio de 1905.

jueves, 24 de marzo de 2016

Un miembro del clan Kennedy revela el oculto motivo de la guerra en Siria


La guerra contra Bashar al Assad no habría comenzado por las protestas civiles de la Primavera Árabe en 2011 sino como consecuencia de un proyecto de oleoducto qatarí

26 de febrero de 2016

La decisión de Estados Unidos de organizar una campaña para derrocar al presidente de Siria, Bashar al Assad, en gran parte se basó en la negativa de este mandatario a permitir el paso por su país de un gasoducto desde Qatar hacia Europa, asegura el abogado Robert Kennedy júnior, sobrino del expresidente norteamericano John F. Kennedy, en un artículo para la revista Politico. «Nuestra guerra contra Bashar al Assad no comenzó por las protestas civiles pacíficas de la Primavera Árabe en 2011, sino en 2000, cuando Qatar ofreció construir un gasoducto por valor de 10.000 millones de dólares que atravesara Arabia Saudita, Jordania, Siria y Turquía», señala Kennedy.

Esa infraestructura hubiera garantizado que los reinos suníes del golfo Pérsico tuvieran una ventaja decisiva en los mercados mundiales de gas y hubiese fortalecido a Qatar, que es el aliado más cercano que Estados Unidos posee en la región, según destaca el autor, quien hace hincapié en que allí se encuentran dos de las principales bases militares norteamericanas y la sede del Mando Central de Estados Unidos en Oriente Medio.

Según se hace eco RT, este columnista indica que, para defender los intereses de Rusia, el presidente sirio se negó a firmar ese acuerdo y optó por otro gasoducto, que se hubiera extendido desde Irán a Líbano y hubiese convertido a los iraníes en los mayores proveedores de gas a Europa, lo cual iba en contra de los intereses de los árabes de mayoría sunita

Inmediatamente después de la negativa al proyecto inicial, las agencias de inteligencia de EEUU, Qatar, Arabia Saudita e Israel comenzaron a financiar a la oposición de Siria y a preparar una revuelta para derrocar al régimen de Assad, según los datos de diversos informes secretos a los que ha tenido acceso Kennedy, quien detalla que la CIA transfirió seis millones de dólares a la cadena de televisión británica Barada para que elaborara reportajes en favor del derrocamiento del mandatario sirio.

Sin embargo, Robert Kennedy júnior subraya que las decisiones de Washington obviaron el hecho de que el Gobierno de Siria era mucho más moderado que las monarquías suníes, gracias a que el país era secular y poseía una élite pluralista. Además, Assad abogaba por la liberalización y, entre otras cosas, aportó a la CIA toda la información después de los atentados del 11 de Septiembre en Nueva York.

Intereses

El autor recuerda que la inteligencia norteamericana ha utilizado a los yihadistas para proteger los intereses relacionados con los hidrocarburos de Estados Unidos y derrocar a regímenes en Oriente Medio desde mediados del siglo XX, debido a que consideraba que las fuerzas religiosas radicales eran un contrapeso fiable a la influencia de la Unión Soviética en la zona.

Ya en 1957, EEUU trató en vano de provocar una revolución en Siria y derrocar al gobierno secular democráticamente elegido. Sin embargo, no se detuvo ahí, sino que la aparición de «el grupo criminal petrolero» Estado Islámico es el resultado de una larga historia de intervención de Estados Unidos en la región, finaliza el jurista.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Mito clásico del origen de la democracia


Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales. Cuando también a éstos les llegó el tiempo destinado de su nacimiento, los forjaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego, y de las cosas que se mezclan a la tierra y el fuego. Y cuando iban a sacarlos a la luz, ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los aprestaran y les distribuyeran las capacidades a cada uno de forma conveniente. A Prometeo le pide permiso Epimeteo para hacer él la distribución. «Después de hacer yo el reparto, dijo, tú lo inspeccionas.» Así lo convenció, y hace la distribución. En ésta, a los unos les concedía la fuerza sin la rapidez y, a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su salvación. A aquellos que envolvía en su pequeñez, les proporcionaba una fuga alada o un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño, con esto mismo los ponía a salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba esto con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada.

Cuando les hubo provisto de recursos de huida contra sus mutuas destrucciones, preparó una protección contra las estaciones del año que Zeus envía, revistiéndolos con espeso cabello y densas pieles, capaces de soportar el invierno y capaces, también, de resistir los ardores del sol, y de modo que, cuando fueran a dormir, estas mismas les sirvieran de cobertura familiar y natural a todos. Y los calzó a unos con garras y revistió a los otros con pieles duras y sin sangre. A continuación facilitaba medios de alimentación diferentes a unos y a otros: a éstos, el forraje de la tierra, a aquéllos, los frutos de los árboles y a los otros, raíces. A algunos les concedió que su alimento fuera el devorar a otros animales, y les ofreció una exigua descendencia, y, en cambio, a los que eran consumidos por éstos, una descendencia numerosa, proporcionándoles una salvación en la especie. Pero, como no era del todo sabio Epimeteo, no se dio cuenta de que había gastado las capacidades en los animales; entonces todavía le quedaba sin la especie humana, y no sabía qué hacer.

Mientras estaba perplejo, se le acerca Prometeo que venía a inspeccionar el reparto, y que ve a los demás animales que tenían cuidadosamente de todo, mientras el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas ni armas. Precisamente era ya el día destinado, en el que debía también el hombre surgir de la tierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego —ya que era imposible que sin el fuego aquélla pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien— y, así, luego la ofrece como regalo al hombre. De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; pero carecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. Ahora bien, a Prometeo no le daba ya tiempo de penetrar en la acrópolis en la que mora Zeus; además los centinelas de Zeus eran terribles. En cambio, en la vivienda, en común, de Atenea y de Hefesto, en la que aquéllos practicaban sus artes, podía entrar sin ser notado, y, así, robó la técnica de utilizar el fuego de Hefesto y la otra de Atenea y se la entregó al hombre. Y de aquí resulta la posibilidad de la vida para el hombre; aunque a Prometeo luego, a través de Epimeteo, según se cuenta, le llegó el castigo de su robo.

Puesto que el hombre tuvo participación en el dominio divino a causa de su parentesco con la divinidad, fue, en primer lugar, el único de los animales en creer en los dioses, e intentaba construirles altares y esculpir sus estatuas. Después, articuló rápidamente, con conocimiento, la voz y los nombres, e inventó sus casas, vestidos, calzados, coberturas, y alimentos del campo. Una vez equipados de tal modo, en un principio habitaban los humanos en dispersión, y no existían ciudades. Así que se veían destruidos por las fieras, por ser generalmente más débiles que aquéllas; y su técnica manual resultaba un conocimiento suficiente como recurso para la nutrición, pero insuficiente para la lucha contra las fieras. Pues aún no poseían el arte de la política, a la que el arte bélico pertenece. Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían, se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían.

Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad. Le preguntó, entonces, Hermes a Zeus de qué modo daría el sentido moral y la justicia a los hombres: «¿Las reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos, o los reparto a todos?» «A todos —dijo Zeus— y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad.»

Así es, Sócrates, y por eso los atenienses y otras gentes, cuando se trata de la excelencia arquitectónica o de algún tema profesional, opinan que sólo unos pocos deben asistir a la decisión, y si alguno que está al margen de estos pocos da su consejo, no se lo aceptan, como tú dices. Y es razonable, digo yo. Pero cuando se meten en una discusión sobre la excelencia política, que hay que tratar enteramente con justicia y moderación, naturalmente aceptan a cualquier persona, como que es el deber de todo el mundo participar de esta excelencia; de lo contrario, no existirían ciudades. Ésa, Sócrates, es la razón de esto.

PLATÓN
(Protágoras, 320d-323a)