domingo, 1 de mayo de 2016

Orgullo obrero


No hay mayor tontería que decir «estoy orgulloso de ser proletario». Para desarrollar esta tesis lo primero que hay que hacer es analizar las dos palabras claves de la proposición: «orgullo» y «proletariado».

«Orgullo» es el sentimiento de vanagloriarse por tener unas cualidades supuestamente superiores a los demás. En otras palabras, arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia.

«Proletariado» es la clase social que vende su fuerza de trabajo a la clase social poseedora de los medios de producción: la burguesía. Es decir, que depende necesariamente de los gustos y caprichos de los burgueses para sobrevivir.

«Sentirse orgulloso de ser proletario», «orgullo obrero», «obreros y orgullosos», «somos la clase obrera, la working class», «working class pride»,... es lo mismo que decir que le encanta a uno servir a otro, depender de él para vivir.

¿De dónde ha salido eso del «orgullo obrero»? Es una postura servil, lacayuna,... cuando lo que se debería perseguir es la eliminación de las relaciones de producción capitalista y de la propiedad privada. ¿Dónde quedó ese objetivo de las ideas socialistas de todo tipo de conseguir una sociedad sin clases? ¿Por qué estar orgulloso de algo que te viene impuesto y donde no hay posibilidad de elección?

Respondiendo a esta última pregunta, que un obrero diga que está orgulloso de serlo es tan estúpido como que un pelirrojo vaya gritando «orgullo pelirrojo» (aplíquese a cualquier color de pelo o de piel), que un enfermo de gripe proclame el «orgullo griposo» o que, en pleno siglo XXI, aún haya quien presuma de su orgullo «X» (sustitúyase «X» por la raza, etnia o nacionalidad que se desee).

Si lo que quieren decir es que se sienten orgullosos de hacer un trabajo útil a la sociedad, frente a otros inútiles como el de los sacerdotes, militares y políticos, que lo digan claramente. Pero que no mezclen churras con merinas, mejor dicho, pollinos con verracos que son especies diferentes.

El mundo está lleno de obreros que quieren ser empresarios, muy raro es el caso del empresario, banquero o político que quiere cambiar su despacho por un andamio; lo más parecido a eso sería el caso de Gerardo Iglesias, el hombre que al abandonar la Secretaría General del PCE volvió a la mina.

Los ricos no hablan de orgullo, son más listos; cuanto menos toquen el tema de las clases, mejor para ellos: si, por el contrario, insistiesen mucho en remarcar su posición de dominio, a lo mejor los apacibles obreros «orgullosos» se convertirían en obreros cabreados, los cuales son el verdadero peligro.

Cuanto más felices estemos por ser los tontos que reciben todas las hostias, el poder (político, económico, ideológico,..., El Poder a fin de cuentas) menos tendrá que temer. A mí el «orgullo obrero» me recuerda mucho a las religiones, es aquello de «aguanta todo lo que te caiga, que al final serás recompensado... en otra vida», porque ésta ya está perdida. Peor aún si sabemos que solo tenemos esta vida que la otra es una invención de los sacerdotes para vivir del cuento.

Aunque, visto desde otro punto de vista, si seguimos con nuestro orgullo, todos seremos más felices... los esclavos contentos, y los amos muertos de risa.

El Aullido
Nº 21, junio 2007.

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