lunes, 20 de febrero de 2017

La batalla de George Square


El regreso de soldados tras la Primera Guerra Mundial creó un problema de paro y falta de vivienda que revolucionó a la clase obrera escocesa

Por RAFAEL RAMOS

Nadie en Inglaterra, ni siquiera la derecha más extrema, habló de enviar tanques a Escocia si gana la independencia en el referéndum de finales del verano. Pero hubo una vez, hace 95 [ahora 98] años, en que Londres desplegó diez mil soldados y vehículos acorazados en Glasgow, no para impedir la secesión sino en respuesta a una huelga general que paralizó la ciudad en demanda de mejores condiciones laborales. Lloyd George era primer ministro, Winston Churchill era ministro de la Guerra y ambos tenían pavor a una revolución bolchevique en territorio británico.

Era el 31 de enero de 1919, el levantamiento espartaquista alemán había comenzado en noviembre anterior, y la Revolución rusa en octubre [noviembre] del 17. Con la Primera Guerra Mundial recién terminada, y millones de soldados desmovilizados regresando a casa para sumarse a las colas del paro, el gobierno de Lloyd George temía que floreciesen en el Reino Unido las semillas del comunismo. Y eso no se podía permitir.


Glasgow es la ciudad más roja de todo el país. A orillas del río Clyde, en pleno centro hay una estatua de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y el propio Vladimir Lenin se refirió a ella como el Petrogrado británico, confiando de manera un tanto optimista en que las revueltas de los estibadores, maquinistas y mineros abriera las puertas al socialismo y acabasen con la monarquía. Esa revolución nunca llegó a cuajar. Pero son los descendientes de aquella clase obrera, hoy votantes del Labour [Partido Laborista] y en muchos casos todavía indecisos, quienes pueden decidir otra revolución: si Escocia se hace independiente.

Hasta entonces Glasgow no había tenido una particular tradición de militancia proletaria, y de hecho votaba al Partido Liberal en las elecciones. Decenas de miles de trabajadores se habían alistado voluntariamente, y los sindicatos (bajo entonces presiones políticas) habían accedido a no convocar ninguna huelga general hasta que terminase la Gran Guerra, y a no criticar las leyes represivas adoptadas por el Gobierno con el pretexto de la seguridad nacional. Sin embargo, los activistas antibélicos consiguieron organizarse y desarrollar en una estructura, sin ser atacados y denunciados como antipatriotas, como ocurrió en otras ciudades.

El descontento y la frustración con los políticos fueron aumentando conforme se prolongaba la guerra, y en particular en Glasgow, que era uno de los principales centros de fabricación de armamento del país, tenía una población muy superior a la actual, y un grave problema de vivienda. Los inmigrantes habían elevado el coste de los alquileres, y los nativos —en especial las mujeres cuyos maridos luchaban en el frente— no podían pagarlos. Diez mil maquinistas marcharon en Govan hasta el edificio de los Tribunales para protestar. Los desahucios estaban a la orden del día. Entonces, igual que ahora, los patronos de los astilleros y empresas textiles reemplazaban a los empleados con más antigüedad por mano de obra menos cualificada y más barata. El caldo de cultivo de una revolución estaba servido.

Las clases trabajadoras estaban hartas de que sus jóvenes lucharan y murieran en los campos de Francia y de Bélgica en defensa de un imperio de un establishment que las oprimía. El 1 de Mayo de 1918, cien mil personas se manifestaron en Glasgow contra la guerra. El 27 de enero siguiente, una organización sindical llamada Comité de Obrero de Clyde (CWC) convocó una huelga general para reducir la jornada laboral de 57 horas (comenzaba a las 6 de la mañana) a 40 horas [semanales]. Y a fin de paralizar por completo la ciudad, dio instrucciones a sus afiliados de que desconectaran del tendido eléctrico todos los tranvías de dos pisos que eran la principal forma de transporte público. El día 31, que era viernes, 70.000 personas se concentraron en George Square, cantaron La Internacional e izaron la bandera roja.


Mientras los líderes sindicales esperaban la respuesta del alcalde a sus demandas, las autoridades intentaron hacer entrar un tranvía en la plaza como símbolo de que la paralización había fracasado. Se armó el revuelo, la policía cargó con porras contra la multitud, los manifestantes se defendieron con las botellas de un camión de bebidas que asaltaron. Ladrillos y barras de hierro. En la batalla campal, que se prolongó varias horas y se extendió hasta el Glasgow Green, resultaron heridas 53 personas (34 huelguistas y 19 agentes).

Al día siguiente, el 1 de febrero, entraron en Glasgow seis tanques, un centenar de camiones militares y diez mil soldados que habían sido trasladados por la noche en tren, y se apostaron francotiradores en las azoteas de la Oficina de Correos (el recuerdo del Levantamiento de Pascua de 1916 en Dublín aún estaba muy presente) y del North British Hotel. Las autoridades prefirieron traer tropas de Inglaterra [que previamente habían controlado otras ciudades inglesas] que recurrir al regimiento escocés del cuartel de Maythill, por miedo a que se pusieran del lado de los trabajadores. La jornada laboral no quedó reducida a 40 horas, pero sí a 47, diez menos que hasta entonces. Dos de los organizadores de la revuelta fueron detenidos y condenados a cinco meses de cárcel. Unos cuantos desarrollaron exitosas carreras políticas.

«Creíamos que estábamos haciendo una simple huelga, y podríamos haber hecho una revolución», dijo con el tiempo Willie Gallagher, uno de los protagonistas de la batalla de George Square, en lo que fue bautizado como el 'viernes sangriento'. La plaza, llena de tiendas, es hoy un póster de cultura consumista.

La movilización de las tropas duró una semana, fue la mayor jamás realizada por el Estado británico contra sus propios ciudadanos y demostró hasta dónde está dispuesto a llegar el establishment para perpetuar el orden vigente, y aplastar cualquier intento de desmontar las estructuras de poder de la sociedad. Fuentes del Gobierno Cameron han empezado a insinuar que Londres no aceptaría la independencia de Escocia al margen del resultado del referéndum «si no nos ponemos de acuerdo en los detalles»... Un aviso.

La Vanguardia
3 marzo 2014

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