domingo, 27 de agosto de 2017

La FAI ante los atentados de Cataluña

 

La FAI, ante los hechos acontecidos el jueves 17 de agosto en Barcelona y Cambrils, no puede más que rechazar este tipo de atentados en el que, otra vez más, hemos de sufrir los trabajadores y la sociedad civil. Por ello nuestro más sincero apoyo y condolencias a familiares y amigos de las víctimas.

No podemos pasar por alto, y debemos condenar, a los medios de información españoles, los cuales, en vez de ser rigurosos, dar información fehaciente, veraz, contrastada, y respetar a familiares y amigos de las víctimas, se dedican a frivolizar, fomentar el sensacionalismo y alimentar la xenofobia y la islamofobia.

Al igual que en Charlottesville, Teherán, Bagdad, Londres, Estocolmo, Malawi, Hub, Manchester o Madrid, entre otras tantas ciudades de los cinco continentes, somos los pobres, como lo hemos sido a lo largo de la historia, los que tenemos que poner los muertos de una guerra imperialista a escala global al servicio de las grandes multinacionales, que están alimentando la división, el odio racial, el nacionalismo y el fascismo.

Frente a aquellos que siembran el caos con sus políticas imperialistas y los que fomentan y alimentan el fascismo, el racismo y el supremacismo, debemos seguir practicando la solidaridad y el apoyo mutuo entre los desposeídos, y seguir denunciando la barbarie a la que nos somete el capitalismo en el siglo XXI.


lunes, 21 de agosto de 2017

CNT ante el atentado de Barcelona

 


Desde la Confederación Nacional del Trabajo mostramos nuestra más absoluta pena, indignación, confusión y dolor ante el atentado sufrido esta tarde en Barcelona.

Una vez más ha sido el pueblo, la población civil, la gente corriente, la que ha sufrido las consecuencias de guerras que no son suyas. Una vez más el pueblo vuelve a poner el sufrimiento y los muertos.

Esta vez ha cambiado la localización, ha cambiado el lugar. Esta vez ha sido golpeado el corazón de Barcelona. Pero otra vez el objetivo ha sido el mismo: la población civil desarmada e inocente.

Ya sea en Irak, Afganistán, Siria, Yemen, Londres, París, Berlín, el Mediterráneo o en las vallas de Melilla, volvemos a convertirnos en víctimas propiciatorias, en daños colaterales de una guerra entre bandos que desconocemos, que no repara en medios ni límites para alcanzar sus objetivos, que no conoce el significado de la palabra «amor». Bandos para los que el poder está por encima de las personas y de la vida. Bandos que no nos representan.

Estamos seguros de que ningún acto vil y despreciable como éste conseguirá convertirnos en lo que no somos. No van a conseguir enfrentarnos a nuestros hermanos y hermanas de clase. A buen seguro, este acto rastrero debe servir para vernos reflejados, para comprendernos y para reforzar nuestras convicciones morales de solidaridad y apoyo mutuo entre las personas y los pueblos.

Frente a aquellos que predican la intolerancia, la persecución al diferente o la superioridad religiosa, racial o de clase, nos levantamos como pueblo valiente, diverso y luchador.

Todo nuestro amor a los que sufren.

CNT
17/08/2017

domingo, 13 de agosto de 2017

Turismofobia, tu padre


7 agosto 2017

Si denuncias que hay camareros cobrando 700 euros al mes por 12 horas de trabajo diarias, de las que sólo están dado de alta cuatro, es que odias el turismo; si denuncias que hay camareras de piso que acuden empastilladas a trabajar para poder limpiar 20 habitaciones diarias a 1,5 euros cada una, es que odias el turismo.

Si denuncias que los guiris borrachos se alojan en apartamentos ilegales y te vomitan tu patio, es que odias el turismo; si denuncias que tu alquiler ha pasado de 500 euros al mes a 900, porque al casero le es más rentable alquilar la vivienda ilegalmente por días que por meses de manera legal, es que odias el turismo. Si denuncias que los antiguos pequeños comercios y bares de toda la vida de tu barrio ahora son franquicias donde pagan 700 euros al mes a los camareros con contratos parciales que se convierten en jornadas de sol a sol, es que odias el turismo.

Si denuncias que estudiaste Turismo y estuviste viviendo en dos países varios años para perfeccionar tu nivel de idiomas y que ahora el hotel donde trabajas de recepcionista te paga 900 euros al mes, es que odias el turismo; si denuncias que estás harto de no poder salir de tu casa porque las manadas de turistas en fila india tienen bloqueado el portal de tu casa, es que odias el turismo.

Si denuncias que hay una burbuja turística que ha sustituido a la burbuja inmobiliaria, sostenida en bajos sueldos y expulsión de la población local de la ciudad, es que odias el turismo; si denuncias que es inmoral cobrar 100 euros por una habitación de hotel, mientras se le paga 1,5 euros por limpiar una habitación a una camarera de piso o 700 euros al camarero que te sirve el desayuno, es que odias el turismo. Si denuncias que los beneficios del turismo, sector que no ha conocido la crisis y que aumenta anualmente sus beneficios en más de dos dígitos, se tienen que repartir de manera equilibrada entre trabajadores, empresarios y ciudades turísticas, es que odias el turismo.


Si denuncias que el patrimonio histórico-artístico de nuestras ciudades no soporta la presión turística actual y que es posible que en unos años no podamos seguir viviendo del turismo porque nos lo habremos cargado por la avaricia capitalista, es que odias el turismo.

Si denuncias que el turismo debe ser un sector de futuro y no sólo de presente, que los turistas merecen visitar sitios auténticos, con vida real, y no parques temáticos y que los habitantes locales merecen poder conjugar vivir en su ciudad con el turismo, es que odias el turismo. Si denuncias que un trabajador del sector turístico no puede disfrutar de una semana de vacaciones al año porque el salario que recibe no se lo permite, es que odias el turismo.

Es lo mismo que ocurría cuando se denunciaba que la burbuja inmobiliaria impedía que las familias normales pudieran acceder a una vivienda digna o que la construcción estaba destruyendo el patrimonio ambiental y el litoral de nuestro país. Los que lo odian todo, menos su deseo de acumular beneficios a costa de explotar recursos naturales, históricos y humanos, han encontrado en la «turismofobia» su palabra clave para no abrir un debate sereno y serio del que no podrán salir bien parados y que podría poner freno a su ansia desmedida por la acumulación de beneficios a costa de la salud de mujeres que acuden a trabajar drogadas para poder soportar los dolores que les producen mover carros de ropa sucia y limpiar 20 habitaciones en cuatro horas. Turismofobia, tu padre.

lunes, 7 de agosto de 2017

El anarquismo, una página arrancada de la Historia


J. CARO

Hay una página arrancada de la Historia, una página que no aparece en los manuales y textos oficiales, y que, por tanto, permanece ignorada y desconocida para la mayoría de la gente. Esta página ha sido deliberadamente borrada del libro de la Historia para intentar condenar al olvido una serie de hechos y acontecimientos que el poder, pasado y presente, prefiere mantener ocultos. Y esta página suprimida de la Historia se llama anarquismo.

Lo puedes comprobar fácilmente: tanto en el cine como en TV rara vez es mencionado; y en los libros de estudio, salvo que busques e indagues por tu cuenta en fuentes alternativas, la versión mostrada suele ser tendenciosa y falsa. Ya sea en unos u otros medios, el anarquismo es sistemáticamente denostado, tergiversado y falseado hasta retorcerlo y convertirlo en lo contrario de lo que en realidad es.

Más allá de programas ideológicos que, si he de ser sincero, me interesan más bien poco, para mí el anarquismo es un ideal de libertad y justicia social. Las ideas libertarias son indestructibles por una sencilla razón: porque forman parte de la mejor esencia del ser humano, aquella que le proporciona un sentido de dignidad e integridad como persona y le alienta a luchar por sus derechos. Y estas ideas vienen animando a la humanidad desde sus albores. Este ideal ha hecho que se consigan grandes logros y avances sociales, como fueron la abolición de la esclavitud, la liberación de la mujer y el reconocimiento de los derechos humanos a nivel universal, entre otros, mejorando el nivel de vida de la gente, al menos en ciertas zonas del mundo. Aunque todavía quedan muchas carencias que resolver, el progreso en muchos ordenes de la vida es más que evidente, a pesar de aquellos que prefieren afirmar que las cosas nunca cambian y que jamás se consigue nada, como son todos esos quintacolumnistas del fracaso y la derrota en las luchas populares.

El anarquismo es habitualmente acusado de utópico, de pretender alcanzar algo imposible, pero ya sabemos que la utopía sirve para caminar y lo imposible a veces se vuelve posible, como ha demostrado el espíritu humano en más de una cumbre de montaña. No obstante, es preciso reconocer en honor a la verdad que, en una sociedad dominada por los medios de comunicación y en la que impera la cultura del consumo, la competitividad y el conformismo, los ideales libertarios parecen extraños e insignificantes a su lado.

La élite capitalista que domina el mundo, los dueños de los bancos y las industrias, con los políticos a su servicio para asegurarse el dominio de las instituciones del Estado, puede permitirse el lujo de mantener una ilusoria apariencia democrática. Ante tan colosal oponente, el anarquismo viene a suponer la molestia de un mosquito. Pero no olvidemos que hay insectos diminutos capaces de inocular el virus de una enfermedad mortal en organismos infinitamente superiores como el ser humano.

Y eso exactamente es el anarquismo para el sistema capitalista. Una amenaza para su organización social fundada en el dinero y la jerarquía de clases. Quizá pueda parecer que los resultados han sido pocos, que las conquistas han sido escasas, y que aún nos debatimos en una lucha sin futuro.

Sin embargo, es preciso desterrar esta creencia falsa de la inutilidad del esfuerzo y de la lucha. La historia nos demuestra que las conquistas sociales han sido muchas y profundas, como pueden atestiguar multitud de hombres y mujeres en grandes partes del mundo. Bien es cierto que todavía queda un largo y arduo camino por recorrer hasta que todos podamos disfrutar de una vida libre, digna y plena.

Muchos son los éxitos logrados a lo largo de la historia, pero quizás el más significativo de todos haya sido el hacer que la gente sea consciente de sus derechos humanos. Las reivindicaciones han calado entre aquellos que realmente desean vivir en libertad.

Con frecuencia se nos dice que tengamos paciencia. Se nos dice que los recortes en materias sociales son necesarios, aunque afecten a la vida de millones de personas. Se nos dice que en estos momentos lo más importante es consolidar la economía. Se nos dicen muchas cosas desde hace demasiado tiempo. Durante los miles de años que llevamos esperando, siempre se han antepuesto los intereses de los más ricos a los de la inmensa mayoría de la gente común y corriente. Siempre hay cosas más importantes de las que ocuparse que mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, que realmente es la que sustenta el país. Pero ya hemos aprendido que no es a base de paciencia como se consiguen las cosas, sino a base de presiones y movilizaciones colectivas. Es hora de dejar constancia de nuestra protesta.

Las mejoras conseguidas no han llovido del cielo, ni son una deuda que debamos a filántropos humanitarios o dirigentes magnánimos, ni ha sido el devenir de la sociedad el que nos conducido de forma natural hasta donde estamos. Más bien al contrario. El poder nunca regala nada. Para lograr cualquier progreso, ha sido preciso luchar y hacer frente a una fuerte oposición por su parte. Y reclamar el carácter movilizador de este proceso y el papel jugado por las luchas populares no sólo es una cuestión de justicia sino un deber imprescindible para conservar nuestra memoria colectiva.

Las ideas de libertad y justicia social constituyen, a mi entender, la base del anarquismo, y están asimismo en el sentimiento y la razón que anima a los oprimidos desde el inicio de los tiempos. Revolucionarios eran en su búsqueda de liberación los esclavos que se enfrentaron al Imperio romano. Espartaco y sus gladiadores vencieron a las temibles legiones romanas durante varios años, creando al mismo tiempo un enorme ejército de esclavos liberados con el que pusieron en jaque a la poderosa Roma, dueña de medio mundo. Fracasaron al final, es cierto, por muy diversas razones, y su recuerdo se pretendió eliminar de los libros de Historia para que no sirviera de ejemplo a las generaciones futuras. Pero su heroica gesta era de tal magnitud que no pudo ser destruida por completo, y la rebelión de los esclavos permaneció en la memoria de todos aquellos que lucharon contra el poder posteriormente.

Desde las revueltas de comunidades campesinas contra el señorío feudal durante el Medievo, a las sucesivas revoluciones que sacudieron los cimientos de naciones enteras, toda lucha por la libertad y la justicia social a lo largo de la historia ha ido cimentando las bases que sustentan el anarquismo, pues en todo alzamiento popular estaba el ideal ácrata sirviendo como detonante para las acciones de rebelión.

Donde el pueblo se levantaba y alzaba la voz reclamando sus derechos, allí estaba el anarquismo. Estaba en la revolución mexicana luchando al lado de Zapata y los campesinos indígenas que exigían Tierra y Libertad, estaba con los franceses que apoyaron el poder popular de la Comuna, y estaba con los anarquistas españoles que combatieron el fascismo durante la Guerra Civil.

Es inevitable y natural que donde haya opresión, exista anhelo de libertad. Donde la gente sufre pobreza y necesidad, tomará por la fuerza lo que necesita. Es un hecho evidente que se repite siempre en la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos. Pero el poder sólo considera adecuados los medios para mantener a la gente sujeta y obediente, crédula a ser posible de convenientes doctrinas religiosas, patrióticas o simplemente monetarias, con el fin de impedir la revuelta, mientras persisten las causas de la misma.

El anarquismo perpetúa una larga herencia de lucha en contra del poder establecido, con un ideal como meta individual y colectiva: la dignidad y la libertad del ser humano. El anarquismo aspira a un mundo más justo y solidario, más libre y humano, donde el respeto a los demás constituya el límite de la libertad personal, un planeta donde todos, humanos, animales, plantas y árboles, podamos desarrollarnos y ser nosotros mismos en armonía con la naturaleza. Todo eso y mucho más persigue el ideal anarquista.

Por tanto, estará siempre allá donde alguien se rebele contra la injusticia y la explotación. Estará donde exista pobreza e ignorancia. Estará donde alguien sufra y sea reprimido. En cualquier sitio donde la gente honesta y decente se vea sometida, allí estará. El anarquismo estará en todas partes, donde quiera que se luche por la libertad y la justicia social, allí estará.

De igual modo, estará allá donde las personas tiendan una mano amiga, donde alguien trate de hacer un mundo mejor para todos, donde se pueda vivir dignamente del trabajo propio sin nadie que se aproveche, donde los hambrientos puedan comer, donde los sometidos puedan alzarse, allí estarán las ideas libertarias.

En todos y cada uno de estos sitios, allí estará el anarquismo, un ideal de libertad y justicia social que no puede morir ni ser eliminado porque forma parte innata y esencial del mismo espíritu humano.


Nº 348 / julio 2017

martes, 1 de agosto de 2017

A propósito de los últimos atentados yihadistas


Nº 348/julio 2017

Los últimos atentados cometidos en Inglaterra nos animan a reflexionar sobre la lucha contra el terrorismo, la guerra santa, la venganza política o vete a saber qué otros nombres le dan, tanto unos como otros, a este despropósito. Esta competición que consiste en ver quién mata más inocentes, ya sea en atentados en la calle como en bombardeos indiscriminados sobre la población civil, que nada tiene que ver con esta guerra no declarada en la que unos en nombre de Dios y otros en nombre de los intereses capitalistas pretenden dictarnos lo que tenemos que pensar, hacer, decir, trabajar, vestir, comer, beber... a base de ajusticiar injustamente inocentes que nada tienen que ver con su conflicto particular, pero que son los que están muriendo o perdiendo a sus seres queridos, su libertad, su dignidad. Esta es una guerra que ya está durando demasiado y que está causando unos daños irreparables a nuestra libertad, nuestra autonomía personal y colectiva, nuestra personalidad y nuestro libre albedrío, reduciéndolos a cenizas.

Como anarquistas condenamos este tipo de actitudes y a los que caen en ellas, sean del color, la religión y la condición social que sean. Pero no podemos por más que plantearnos una serie de cuestiones que podrían arrojar luz sobre el yihadismo, su auge y extensión a los países occidentales. A los países que condenan con tanta vehemencia los atentados yihadistas habría que preguntarles por qué no condenaron con la misma vehemencia los bombardeos indiscriminados contra la población civil en Iraq, Afganistán, Libia o Siria que causaron tantas víctimas inocentes. ¿Acaso eso no es terrorismo? Esos bombardeos indiscriminados se convirtieron en verdaderas fábricas de yihadistas. ¿Quién entrenó, financió y armó a todos estos grupos en los últimos años de la Guerra Fría para luchar contra el bloque antagonista? ¿Por qué unas víctimas son llamadas víctimas y otras víctimas daños colaterales? ¿Quién es el doctor Frankenstein que ha creado estos monstruos que después se han escapado de su control?

¡Ya está bien! A ver cuándo nos enteramos de que por encima de cualquier consideración política, económica, religiosa o social están el ser humano y el resto de los seres vivos.

F.R.GG.AA. de E.H.