jueves, 23 de noviembre de 2017

La impostura del independentismo ácrata


Por ESTEBAN VIDAL

En los últimos tiempos hemos asistido a la aparición de algunos fenómenos ideológicos y políticos bastante peculiares de entre los que destaca una particular versión de independentismo, concretamente de carácter ácrata como consecuencia de la asunción de la combinación de la lucha por la liberación nacional con las aspiraciones emancipadoras dirigidas a construir una sociedad sin Estado. Así pues, la primera dificultad que se presenta es la de perfilar los principales rasgos que caracterizan a este fenómeno, lo que únicamente es posible realizar a partir del discurso que desarrolla.

El fenómeno del independentismo libertario se da en diferentes lugares pero ha arraigado de un modo bastante notorio en Cataluña, lo que indudablemente está vinculado a la emergencia del nacionalismo como movimiento político de masas y el surgimiento de distintas versiones de esta ideología política de entre las que este tipo de independentismo es una forma específica. Al margen de las diferentes asociaciones, organizaciones, individualidades y demás colectivos partidarios de una independencia de Cataluña sin Estado, destaca de manera especial la organizada en torno a la plataforma por el No-Sí, cuya posición fue expresada en el manifiesto «La vía revolucionaria del No-Sí. Manifiesto por la independencia sin Estado». Se trata de una combinación sui géneris de liberación nacional de Cataluña mediante su independencia del Estado español y la creación de un espacio político y geográfico sin Estado en esta zona. Es, como sus propios partidarios la definen, una «tercera vía» para el pueblo de Cataluña frente al estatismo catalanista y españolista.

Lo particular de esta propuesta política que puede ser catalogada como una forma de independentismo libertario, es el hecho de que se presenta como una alternativa revolucionaria dirigida a llevar a cabo una abolición progresiva del Estado a favor de una nueva institucionalización democrática de la sociedad. En lo que a esto respecta la propuesta gira en torno a la necesidad del pueblo catalán de librarse del Estado español sin caer por ello en la creación de un nuevo Estado, en este caso catalán. Así pues, la liberación nacional respecto a la opresión ejercida por el Estado español es planteada a través de la independencia de Cataluña, pero una independencia sin Estado. Significa, entonces, la separación de Cataluña del resto del Estado español y la simultánea abolición de las estructuras de poder estatal que gobiernan a los catalanes para, de este modo, desarrollar otras estructuras de carácter popular que permitan el autogobierno del pueblo catalán.

Así las cosas, cabe preguntarse dónde radica la impostura de esta forma peculiar de independentismo. Esta reside en dos aspectos de esta propuesta política y social para Cataluña y que son las que atañan a los fines y a los medios para llevarla a cabo. Aunque los medios están estrechamente vinculados a los fines que inicialmente se plantean conseguir, parece que es importante antes que nada dilucidar lo que entraña esta propuesta en la medida en que plantea que la solución de los problemas de los catalanes comienza por su independencia del Estado español, y la conformación de un espacio político en Cataluña sin Estado. Esto significa convertir la liberación nacional en el eje central de toda esta propuesta, lo que es tanto como considerar que la liberación de los catalanes se materializa a partir del momento en el que las estructuras del Estado, en este caso del Estado español, son abolidas en lo que hoy es Cataluña. En la práctica esta propuesta se reduce a abolir el Estado español en Cataluña, al mismo tiempo que sus partidarios abogan por el desencadenamiento de procesos de independencia semejantes en otros lugares del mundo. De este modo a lo que se aspira es a la propagación de procesos de liberación nacional a lo largo del mundo que permitan la independencia de otros pueblos respecto a la dominación a la que están sometidos por los restantes Estados.

Así planteadas las cosas la propuesta no tiene mucho de revolucionaria en tanto en cuanto no se propone la destrucción del Estado como tal, y sobre todo de los Estados a un nivel mundial, sino simplemente la independencia de poblaciones en determinados territorios para liberarse de la dominación de un Estado concreto. Por tanto, la liberación, además de ser definida fundamentalmente en términos nacionales, se alcanza como parte de un proceso secesionista en el que la libertad es definida en términos de no dependencia. Digamos que la libertad del pueblo, una vez alcanzada la independencia, termina donde comienza la autoridad del Estado español. Esto no sólo es insuficiente sino que es irreal. Ningún pueblo puede aspirar a la libertad sólo mediante su secesión respecto a un Estado, lo que únicamente supone la abolición de ese Estado en el territorio que ocupa ese pueblo concreto. Ningún pueblo puede considerarse verdaderamente libre mientras otros pueblos, a su vez, están sometidos a la dominación de ese mismo Estado o de otros Estados. Constituye un error ideológico y político definir la libertad en términos nacionales, pues ello conduce a que la libertad sea concebida de un modo particularista, exclusivista, localista, chovinista e incluso podría decirse que corporativista. La libertad de un pueblo se realiza junto a los demás pueblos, lo que pone de relieve la importancia del internacionalismo, de manera que un pueblo llega a ser libre cuando los demás pueblos son igual de libres que este. Sin la libertad de los demás pueblos ningún pueblo, tomado individualmente, puede llegar a ser enteramente libre. Esto es lo que pone de manifiesto la estrechez de miras y el egocentrismo inherente al nacionalismo como formulación política, y destaca la importancia no sólo del internacionalismo sino también de la necesidad de abolir todos los Estados en el mundo entero como contenido esencial de todo proyecto verdaderamente revolucionario.

Bakunin, en su conocida obra Dios y el Estado, afirmó lo siguiente: «Yo no soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igual de libres que yo. La libertad de los otros, lejos de ser un límite o una negación de mi libertad es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación». Basta con sustituir al individuo por el pueblo en esta cita para comprender que la libertad no es concebible en términos exclusivos para un solo pueblo, sino que esta sólo es realizable en el marco de un proceso de liberación más amplio, a escala mundial, dirigido a la destrucción de todos los Estados. La revolución, entonces, no puede limitarse a una determinada población y territorio sino que exige su generalización y expansión a lo largo de todo el planeta. La revolución necesita ser mundial. Es ilusorio y equivocado pretender abolir el Estado español únicamente en Cataluña y que, al mismo tiempo, como consecuencia del «vacío de poder» generado por la situación resultante, se obvie la existencia de otros Estados que inevitablemente tratarán de aprovecharse de la situación al buscar ocupar ese espacio para rentabilizar políticamente la debilidad del Estado español. En el fondo de todo esto se encuentra un planteamiento ideológico que consiste en circunscribir la lucha de clases a un marco nacional, en este caso Cataluña. En última instancia se trata de la reproducción de unos viejos esquemas políticos que tienen su origen en la primera mitad del s. XX, y que cristalizaron en China durante su lucha contra la ocupación japonesa. El marxismo maoísta dio prioridad a la contradicción nacional por encima de la contradicción de clase, de forma que su propuesta política significaba que sólo a través de la liberación nacional era posible superar la contradicción de clase para lograr la emancipación popular, lo que necesariamente sólo podía darse en el marco político de China. Los independentistas libertarios en Cataluña reproducen la misma lógica.

La anarquía es inconcebible como un escenario político, social y económico circunscrito de modo exclusivo a la población de un determinado territorio. La anarquía sólo es concebible para el conjunto de la humanidad, como aquella situación en la que todos los Estados, y consecuentemente toda forma de autoridad, han sido abolidos junto a aquellas otras estructuras de opresión que estos se encargan de sostener como ocurre, por ejemplo, con la propiedad privada. Por esta razón la formulación política de la libertad que desarrolla el independentismo libertario tiene un grave defecto de base, y este no es otro que definirla en términos nacionales y de esta manera equiparar la libertad y emancipación popular con la liberación nacional. El independentismo ácrata, entonces, se propone un objetivo tan limitado como es la abolición de la autoridad del Estado español en Cataluña, y no la abolición del Estado español en su totalidad junto a los restantes Estados. La libertad como tal no es realizable única y exclusivamente en Cataluña, incluso en una Cataluña sin Estado. Sólo es realizable de manera parcial en el transcurso de una lucha revolucionaria mundial que tenga como finalidad la destrucción de todos los Estados sin excepción, y consecuentemente la extensión de la libertad a otros pueblos y territorios que se encuentran sometidos a la dominación de otros Estados. Esto es así debido a que la libertad alcanzada en aquellos lugares donde el Estado es abolido es una libertad incompleta mientras otros pueblos permanezcan subyugados por otros Estados, y siempre permanecerá bajo la amenaza que dichos Estados representan.

Una revolución de corte emancipador no es concebible única y exclusivamente en un solo territorio, sino como un foco más de una revolución mundial dirigida a subvertir el orden internacional con la destrucción de los Estados. Tanto por razones de eficacia como por motivos morales la revolución y la liberación popular no pueden quedar encerradas en el marco territorial de un determinado pueblo, como puede ser el catalán. Si bien sería deseable que el Estado español fuese abolido en Cataluña sin la reproducción de ninguna otra forma de Estado en su lugar, ello no sería suficiente mientras existiese todavía el Estado español y los restantes Estados que hoy configuran el sistema internacional. La libertad no se define ni en términos individuales exclusivistas ni en términos nacionales, sino que por el contrario es una cuestión colectiva que afecta al conjunto de la humanidad. La libertad se realiza enteramente cuando las estructuras de poder, con sus correspondientes relaciones de dominación y explotación, son abolidas. Esto es logrado cuando todos los individuos y pueblos que conforman la humanidad dejan de estar sometidos a cualquier forma de poder. Mientras tanto, en el transcurso de la lucha revolucionaria por la emancipación, sólo existe una libertad parcial, incompleta y limitada que puede darse en diferentes escenarios, allí donde el poder ha sido abolido o se encuentra en vías de ser abolido.


Por otra parte hay que añadir que el independentismo libertario incurre en otra impostura no menos llamativa en relación a la cuestión de la autodeterminación de los pueblos. Sobre esto ya se ha dicho algo en otro lugar. Pero en cualquier caso merece la pena destacar que la autodeterminación como tal constituye una capacidad fruto de una conquista revolucionaria en la que el pueblo, tras la destrucción del Estado y de todas las estructuras de dominación adyacentes a esta institución, detenta la soberanía de manera plena. Debido a esto la autodeterminación únicamente puede ser ejercida como un proceso llevado a cabo de abajo arriba por la propia población a través de sus órganos decisorios, las asambleas populares soberanas, de cara a determinar cuáles serán sus relaciones con otros pueblos. Por esta razón resulta chocante que en medios pretendidamente libertarios, aunque ubicados en el marco ideológico del independentismo, equiparen la autodeterminación con la celebración de un referéndum cuando este método constituye la forma de represión dictatorial máxima y más dura contra la libertad de expresión de la voluntad popular, y que históricamente ha servido, y aún sirve, como un instrumento del que las elites se valen para ratificar decisiones ya tomadas. Todo esto únicamente refleja la asunción de los planteamientos democraticistas puestos en boga por la burguesía, y que no hacen otra cosa que equiparar la libertad política con formas específicas de procesos electorales, tal y como ocurre con los referéndums. El resultado, como se ha visto en el procés, es el de reivindicar las urnas cuando estas son uno de los mayores símbolos de esclavitud de nuestro tiempo, lo que ha repercutido en formas de colaboracionismo con el poder constituido y en una contrarrevolución rampante.

En la práctica el proyecto transformador de crear una sociedad sin clases, y por tanto sin Estado, constituye un artificio retórico en el independentismo libertario. Esto es bastante evidente en la medida en que sus integrantes han participado de manera entusiasta en el procés, que es un fenómeno político independentista de carácter inequívocamente estatista. De esta forma el apoyo a la construcción de un Estado catalán a través de los hechos, con la participación en las iniciativas vinculadas al procés, es presentado por estos libertarios como un paso previo y necesario para la emancipación popular. Pero lo cierto es que todo esto nos recuerda a la lógica del marxismo, y en general de prácticamente todos los marxistas de todos los tiempos, que consiste en afirmar de un modo retórico como fin último la creación de una sociedad sin Estado al mismo tiempo que se afirma que para lograr tal objetivo es necesario el Estado, y más concretamente su reforzamiento a través de la dictadura del proletariado. Así, a través de un proceso del todo incomprensible, la liberación del pueblo catalán sólo será posible mediante la creación de un Estado catalán y su correspondiente consolidación para, más tarde, hacer la revolución social en el marco político de este nuevo Estado con la que los catalanes lograrán emanciparse y generar una sociedad sin clases. La revolución y la emancipación son, al igual que en el marxismo, aplazadas a un futuro indeterminado que finalmente nunca llega. Inevitablemente esto nos conduce a que nos preguntemos si quienes sostienen esta argumentación son realmente libertarios o, por el contrario, algo muy diferente.

Así las cosas, la estrategia de una independencia sin Estado no es válida. No lo es, al menos, desde una perspectiva libertaria tanto por la finalidad inmediata de este proyecto como por el procedimiento que se plantea en la medida en que excluye la revolución social, es decir, la ruptura con el orden establecido y la abolición de la sociedad de clases mediante la destrucción, inevitablemente violenta, de todas las estructuras del poder constituido. La libertad nunca ha sido y nunca será votada, del mismo modo que la autodeterminación no es posible dentro del marco político del Estado. Lo anterior demuestra la necesidad de un proyecto revolucionario que recupere la lucha de clases como eje central del conflicto social en el que se enfrentan gobernantes y gobernados, explotadores y explotados, opresores y oprimidos, la clase dominante y la clase sometida. Este conflicto se ubica en un marco más amplio que es el mundial, con lo que cualquier revolución necesita ser pensada en términos mundiales tanto por razones prácticas de eficacia, para que la emancipación impulsada por la revolución logre triunfar, como por razones puramente morales en tanto en cuanto ninguna emancipación es real ni posible si no abarca a toda la humanidad. Una lucha contra los Estados y el sistema internacional que articulan constituye la clave para el desencadenamiento de un proceso revolucionario auténticamente liberador, y consecuentemente inclusivo al abarcar al conjunto de la humanidad, lo que simultáneamente exige incorporar a dicha lucha los principios del internacionalismo y la autodeterminación sin los que es imposible llevarla a cabo.

13 noviembre 2017

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